Lecciones no aprendidas




El cuatrienio de Piñera se avizoró como un interesante periodo para que la coalición que gobernó de manera exitosa durante veinte años repensara su proyecto político, la sostenibilidad de la alianza y su relación con la ciudadanía, en particular, a quiénes representa. Se presentó como una oportunidad para repensar los nuevos énfasis en la institucionalidad y la política pública: avanzar hacia un cambio constitucional, y un modelo de bienestar, vale decir, enmendar el rumbo en el quehacer del Estado dominado por la tecnocracia y la subsidiaridad.

Los responsables de la derrota el 2009 no renunciaron a sus privilegios políticos, por el contrario, nunca asumieron la responsabilidad de haber llevado hasta el final una candidatura poco convincente, con una coalición desgastada, cuya imposición a través de "primarias" convencionales por "regiones", acabó por friccionar aún más las desgastadas relaciones políticas de la otrora Concertación.

Tal vez "no hubo tiempo" de pensar en un recambio generacional efectivo, ni en un programa alternativo para el desarrollo de Chile, por el contrario, el único norte, consistía en alcanzar el poder Ejecutivo nuevamente. Para ello, la única carta efectiva, sin lugar a dudas, resultaba la ex presidenta Michelle Bachelet.

Su campaña tuvo tal vez menos mística que la primera, ya que no era tan novedoso volver a tener a la misma mujer ejerciendo el cargo más importante de la nación. Lo interesante sería la construcción de una hoja de ruta, que permitiera avanzar hacia un Chile más justo y democrático. Para ello, su jefe programático -el ex Ministro de Hacienda, Alberto Arenas-, convocó a los mejores cuadros de la ahora Nueva Mayoría, para diseñar una batería de reformas orientadas a modificar la arquitectura económica e institucional chilena.

Pese a que estas reformas- entre las que se encontraba el aborto de tres causales, la reforma tributaria, una reforma educativa, una reforma electoral y una reforma a los partidos, por nombrar algunas-, se generó un aparente "consenso", que al parecer no fue tal, puesto que el Partido Demócrata Cristiano, a la usanza del mejor jugador con poder de veto [1], se dedicó a crear "cocinas", para discutir paralelamente los proyectos de ley, y a reclamar pues "esto no sale en el programa de gobierno"[2], impulsando fuertes procesos de negociación, que culminaron en groseros acuerdos, que acabaron por "matizar" las reformas, y deslavar el ímpetu de cambio del actual gobierno.

Pero esto no fue todo. La abundancia del discurso tecnócrata, en desmedro de lo político, culminó por desideologizar y despolitizar a los partidos políticos -paradoja-, quedando éstos relegados a meros procesos de negociaciones preelectorales, para elegir representantes a elecciones populares o burocracia gubernamental, en desmedro de la construcción ideológico-programática. Ante este vacío, los expertos se apoderaron de todos los espacios de formulación política.

El prisma tecnocrático, permitió mantener las mismas formas de hacer política pública de la dictadura, basada en la focalización y los subsidios – políticas de vivienda, "gratuidad en la educación", programa Puente, Sename-, que fomentan la competencia de los pobres por alcanzar esta ayuda social. Por otro lado, mantener las alianzas público-privadas, a modo de incrementar las "coberturas" más allá de la infraestructura.

Relativo a las reformas políticas y descentralización, éstas se caracterizaron por intensos procesos de negociación que acabaron por aprobar reformas institucionales incompletas – la reforma al binominal, tiene muchos problemas-, procesos superficiales de descentralización, en que la discusión se basó en la creación del cargo de "gobernador regional electo", pero sin capacidad para manejar su propio presupuesto – es allí donde se descentraliza de verdad-. Estos "matices", terminaron defraudando a la ciudadanía, al no persistir en el compromiso transformador, sino por el contrario, al generar reformas poco conscientes en el tiempo, fácilmente reprochables en la esfera pública y por la derecha, que ha planteado incluso, la necesidad de hacer una "retroexcavadora" de lo hecho en estos últimos años.

La discusión política se ha subestimado, al igual que lo político. La ausencia de un proyecto político común, y consensuado entre todos los actores, ha terminado por socavar una coalición, basada -lamentablemente-, en meros cálculos electorales.

Si a esto se suma el diálogo de sordos al interior de los partidos de la Nueva Mayoría: tanto el sector de centro, así como también el progresista, y la tozudez de llegar a la primera vuelta con dos candidaturas, hecho que impacta directamente en el diseño de la lista parlamentaria, que sin lugar a dudas, competirán en dos listas. Por otro lado, el escaso entendimiento entre la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, cuyo principal objetivo es posicionarse como fuerza política alternativa, acabará por entregar el gobierno nuevamente a Sebastián Piñera.

Cualquier similitud con el año 2009, esta vez, no es coincidencia.

[1] Veto players, concepto acuñado por el politólogo George Tsebelis.

[2] Declaraciones del Senador Pizarro, en torno al proyecto de ley de aborto terapéutico. Octubre de 2016. https://www.eldemocrata.cl/noticias/pizarro-dc-alega-que-aborto-no-sale-en-el-programa-de-gobierno-pero-si-esta/

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