Liliana Montoya, mujer insaciable




Liliana Montoya, la protagonista de esta magnífica novela, es una mujer insaciable en el amplio sentido de la palabra: bebe sin respiro, se droga sin reparos, ama sin remilgos. Es, además, una chica hermosa, irónica, traviesa, osada e inteligente, que, para mayor gracia, canta lindo. Liliana Montoya ha estado toda una vida –de ahí el título de la novela– entrando y saliendo de la vida de Serrano, el periodista y escritor mexicano que narra las aventuras y desventuras entre ambos, correrías que varias veces, y a raíz de innumerables excesos con el trago, terminaron con alguno de los dos amantes en el hospital. "Puedo decir por experiencia que la belleza de Liliana tiene la atracción del riesgo. Y la especialidad de la riña". La vida –es el mensaje estentóreo que transmite Liliana con su propia existencia– está hecha para vivirla a concho. Y no sólo la de ella, puesto que Liliana Montoya, según alguien acertó a decirlo, esparce el efecto Hobbes: "(…) devuelve a los varones el ánimo predatorio que les es natural, a partir de lo cual la vida amorosa vuelve a ser precaria y violenta, como quiere Hobbes, pero también intensa, llena de riesgo y del brillo de la gloria por la captura de la mujer deseada contra todas las reglas, antes de ellas".

Más allá del humor efectivo, de la estructura simple en apariencia, del relato de una intimidad extendida a lo largo de las décadas, del retrato meticuloso de una escena bohemia que se diluye con el paso de los años en la fascinante Ciudad de México, la novela Toda la vida toca algunos de los temas que hacen que México sea un lugar excepcional en el mundo: "El monólogo dice que cuando gobernaron el país los militares se perdieron todas las guerras, cuando lo gobernaron los licenciados se violaron todas las leyes, cuando lo gobernaron los economistas quebraron la economía". Otra de estas peculiaridades tiene que ver, por supuesto, con esa proverbial falta de respeto por la vida humana que se practica en tierras aztecas. Borracha y drogada, Liliana se jacta de haber ordenado el asesinato de un proxeneta que, supuestamente, habría abusado de su hermanita Dorotea. Y aunque con Liliana nunca se puede saber qué tan apegadas a la mera realidad son sus palabras cuando ha bebido y consumido, lo innegable es que el tipo murió luego de recibir un par de balazos en la cabeza.

Poco importa saber, no al menos hasta el final del libro, si Liliana dice la verdad. De hecho, en estado eufórico, el volcán Liliana sufre de taquipsiquia, o sea, "habla como lora, disparatadamente y sin parar". Lo que sí resulta relevante es la denuncia del narrador acerca de una red de políticos y policías que se dedican a lo que en México se llama "higiene social" (eliminar delincuentes peligrosos sin mayores preguntas), o acerca del contubernio histórico entre maleantes y policías. En palabras del ex comandante Neri, un personaje siniestro, tras la limpieza que afectó al cuerpo de uniformados, "dejó de haber de haber policía en la ciudad. Tuvimos que inventarla de nuevo, de principio a fin. Fracasamos totalmente. La verdad, sin mamadas, es que la única policía que ha habido en este país es la de entonces, la de los comandantes que eran los dueños de los criminales. Eran la autoridad y eran el crimen. Dueños del hampa y parte del hampa. No se conoce esa historia, nadie habla de eso. Pero así era, así fue".

Siendo una novela breve, es sorprendente la cantidad de cabos que logran quedar bien atados en Toda una vida. Desde el relato erótico hasta el guiño con el género policial, desde la reconstrucción de un pasado no tan lejano hasta el peso del presente, desde el magnífico retrato de una mujer excepcional hasta el reconocimiento de la propia mediocridad, todo habla de una fina urdimbre y de un plan narrativo ejecutado en máximo provecho de sus propias posibilidades. En suma, una de las mejores novelas de Héctor Aguilar Camín.

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