Los arrebatos del Te Deum




El Te Deum de las Iglesias Evangélicas concitó particular interés este año debido al trato que recibió la Presidenta, aunque no quedó claro la razón particular de su enojo y fueron múltiples las discusiones paralelas que el mismo acontecimiento fue generando.

Por una parte, se formuló la discusión sobre los gritos que recibió, acusándola de asesina. Pero no sabemos si aquello fue lo que causó disgusto. Quizás, lo que a ella realmente le molestó no fueron esas palabras pronunciadas por la muchedumbre a la entrada y salida del templo –no por los pastores–, sino que un candidato de la oposición fuera vitoreado. Mal que mal, los años de política que tiene en el cuerpo son más que suficientes para estar curtida ante expresiones violentas de grupos aislados. Y ella –particularmente– se ha distinguido por su calma a toda prueba.

Si así fuese, es decir, que el problema fueron las aclamaciones, su enojo es exagerado. Exagerado toda vez que no es dable pensar que dichas expresiones de apoyo hayan sido coordinadas por los pastores que convocaban a la actividad y, por lo tanto, no podría presumirse que en ellos existiera mala fe. Su experiencia le debería permitir distinguir y estar acostumbrada a este tipo de "sinsabores".

¿Acaso pensaba que después de impulsar –con gran esfuerzo y dedicación– la ley de aborto y un proyecto de matrimonio igualitario, el pueblo evangélico la apoyaría firmemente? Sería de mucha ingenuidad (¿política?), un mal que no padece nuestra presidenta. Por lo tanto, su enojo puede ser atribuido a las emociones que despiertan acusaciones desagradables y "desagravios" como los aplausos a Piñera, es decir, a una reacción emocional, muy entendible en cualquier ser humano.

Pero también este Te Deum ha vuelto a poner sobre la palestra la discusión sobre la relación entre el Estado y las religiones. ¿Debe la máxima autoridad de gobierno sentarse a escuchar, no como un fiel más sino como máxima autoridad que nos representa a todos, los sermones de religiones no oficiales en un Estado laico? Varios se apresuraron en declarar esta práctica –y también el Te Deum Ecuménico del 19 de septiembre– como inadmisibles en nuestro Chile laico y republicano.

Es normal, incluso razonable, que se busque aprovechar políticamente hechos como éste para instalar "banderas políticas" e intentar ganar posiciones en la discusión pública. Es una práctica habitual y entendible en la política. Pero es relevante que dichas proposiciones resistan algo más que el fragor de la batalla tuitera.

Chile es un país cuyo estado está separado de la Iglesia Católica hace menos de 100 años, que nació al amparo – y, en ciertos casos, protección– de la Iglesia y que sigue teniendo una población que mayoritariamente creyente. Estos datos no pueden obviarse, porque muestran, entre otras cosas, que nuestras raíces se hunden en la religión. Y es fundamental que un país no dé la espalda a su historia ni a lo que es.

Hay una pretensión de cierto progresismo, no sólo de evolución constante y permanente –como si las sociedades no dieran (también) pasos hacia atrás– sino que también de construir instituciones sobre una tabla rasa. Y no hay nada más nocivo que el construccionismo social estilo revolucionario, sin historia, sin pasado, siendo incapaces de dar respuesta cabal a las tensiones sociales que se proponen conducir.

No hay que dejarse llevar por las emociones sin más. Bachelet simplemente abandonó el Te Deum, arrebatada por las emociones, mientras sonaba el Himno Nacional, como si fuese una simple canción de fondo que acompañaba a su figura… y no se vio muy bien. Intentar eliminar todo vestigio religioso del Estado de Chile en un arrebato emocional, quizás comprensible, es insensato de cara a nuestra historia y realidad. El resultado, después de unos años, quizás tampoco se vea muy bien.

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