Los desafíos de la infraestructura digital




El mundo está inserto en un proceso de cambio tecnológico que el Foro Económico Mundial ha calificado como la Cuarta Revolución Industrial. La Primera fue la mecanización de los procesos productivos usando agua y vapor. La Segunda incorporó la electricidad que permitió la producción en masa. La Tercera habría sido la revolución informática que permitió la automatización de los procesos. Esta Cuarta Revolución Industrial sería una revolución digital que se caracteriza por la fusión de tecnologías que está borrando la línea divisoria entre las esferas física, digital y biológica. Según Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial, esta no sería una prolongación de la Tercera debido a "su velocidad, el alcance y su impacto sistémico". La velocidad de los avances evoluciona a tasas exponenciales en vez de lineales, como ocurrió en el pasado. Su alcance es tal que está alterando casi todas las ramas industriales en todo el mundo. La amplitud y profundidad de estos cambios no sólo está transformando los sistemas de producción, sino también los medios de gestión y gobernanza.

Chile no está al margen de esta Cuarta Revolución. De hecho, ya tenemos sectores, como la Gran Minería, donde el proceso productivo está cada vez más automatizado y crecientemente se maneja desde sedes remotas. De hecho, una parte creciente del transporte de los minerales se hace en camiones "autónomos", es decir, sin chofer No está lejos el día en que la extracción y procesamiento de minerales sea tarea de robots.

Para mantener la competitividad de nuestras industrias de exportación, esto que ya se vislumbra en la minería tendrá que ocurrir en otras ramas industriales. No hay que tener mucha imaginación para prever las aplicaciones de nuevas tecnologías en la industria forestal, en los puertos y, en general, en cualquier actividad repetitiva, incluyendo el transporte de todo tipo.

A la vez, se nos abre la posibilidad de gestionar de mejor manera la infraestructura existente y la que construyamos en el futuro. Si las carreteras tuvieran controles electrónicos y los vehículos se condujeran automáticamente, podríamos poner muchos más autos en el mismo espacio y moverlos mucho más rápido. Ya hay varios estados de los EE.UU. y ciertas carreteras europeas donde se están probando camiones autoconducidos. El mismo principio se podrá aplicar en zonas urbanas para gestionar de mejor manera el desplazamiento de los vehículos motorizados, limitando los efectos adversos de la congestión. En esa dirección apuntan "aplicaciones" digitales como Waze.

También hay avances en medicina (ya se hacen operaciones robóticas y se han desarrollado brazos artificiales que permiten manejos tan finos como hacer tatuajes), en control remoto de aparatos (el Internet de las cosas, se venden estufas que se prenden y se apagan por celular), en comunicaciones (cada vez más intensivas en el uso de videos), en educación personalizada (donde hay avances notables) y medios de transporte alternativos (como los drones).

Seguir avanzando en esa dirección requiere una base de infraestructura digital que hoy no tenemos y donde, a pesar de los importantes avances, nos hemos ido retrasando respecto de otros países. Nuestra velocidad promedio de banda ancha es equivalente al 40% de la OCDE y 60% menor que las de los 10 países de mejor desempeño.

De ahí que una de las tareas fundamentales que enfrentamos como país es expandir y reforzar las redes nacionales e internacionales de fibra óptica y mejorar su calidad (capacidad de transmisión). En seguida hay que mejorar la calidad de la conexión de "última milla" (a hogares, oficinas, servicios públicos, etc.) para permitir a los usuarios transmitir grandes cantidades de datos en alta velocidad. Esto permite ver películas "en línea" o que un médico con algunas enfermeras simultáneamente monitoreen las condiciones de salud de 150 pacientes distribuidos en distintas lugares de una misma ciudad, como ocurre en los EEUU.

Las naciones que no se suban a la Cuarta Revolución Industrial corren el riesgo de quedarse en el pasado. Ese es un riesgo que, como país, no debemos estar dispuestos a correr.

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