Manga de rezongones




Si los criticos de cine se están pareciendo cada día más a una manga de amargados y rezongones es porque mucha gente cree que no hay cómo darles en el gusto. Rechazan los megaestrenos que seducen a la gente y entran a la cartelera como elefantes a la cristalería. Ningunean las dos o tres comedias bobas que casi todos los meses tratan de sacar la cara por el humor. Le echan el avión abajo a quienes gustan del cine de terror, diciendo que recursos así ya no asustan a nadie. Le piden testimonio social a películas que son intimistas y se enojan cuando los cineastas se pasan de rosca con preciosismos y alardes formales innecesarios.

<em><strong>No es como para descorchar champaña tener que agregar la autocomplacencia al listado de tales reparos.</strong> La autocomplacencia se ha convertido en el peste bubónica de la escasa fracción del cine actual que sigue tributando al concepto de autor.</em>

En general esta producción es escasa y cuesta un mundo sacarla adelante. Por lo mismo, cuando películas de esta filiación se malogran, el resultado es doblemente deplorable. Ya es raro que estas películas puedan ver la luz. Más raro es que su director tenga entre manos un tema, una historia que le concierna especialmente. Así las cosas, es frustrante que el resultado de ambas excepciones sea al final pólvora mojada, por culpa de una suerte de chochería y conformismo asociado normalmente a temas que involucran mucho al autor.

Quienes vieron en el Sanfic la nueva pelicula de Laurent Cantet, Foxfire, deben haber quedado con esa sensación. Cantet es un gran realizador y Foxfire es su primera realización en Estados Unidos y la primera en que pulsa los códigos del cine de acción. Es una historia de chicas malas inspirada en un relato de Joyce Carol Oates. La acción transcurre en los años 50 y gira en torno a un grupo de adolescentes unidas por pactos de lealtad, silencio y rencor. Las chicas odian el establishment, se van a vivir juntas, se sostienen con pequeños robos y llegan hasta el secuestro. No hay dudas que Cantet está en su elemento y que quiere a sus personajes. ¿Dónde está el problema, dirán ustedes? Bueno, en eso: en que de la pura incondicionalidad, si no hay de por medio conflicto, si no hay distancia ni relativizaciones, es difícil que pueda salir una buena película. Lo que le salió es una narración alargada, fome y tan satisfecha que llega a ser algo turbia en su indolencia moral respecto del secuestro.

En menor escala, con la cinta de Olivier Assayas, Después de Mayo, relato de evidentes contornos autobiográficos sobre sus experiencias como estudiante rebelde en la Francia posterior a De Gaulle, ocurre algo parecido. Nuevamente aquí hay un cineasta dichoso de estar en lo suyo y de contar su propia historia. De mostrar lo liberal que fue la juventud de entonces, lo delirante y artificiosas que eran las polémicas intelectuales que dividían las aguas en las vanguardias de la anarquía y amor libre. Sí, fue lindo, según esta cinta. Pero como no hay conflicto, como no hay problematización ni tampoco esfuerzo para situar la experiencia en el contexto histórico, el producto final tiene algo de flan. Sabor dulce, grato y parejo. Un poco de nostalgia. La ocasión perfecta para mistificar los buenos viejos tiempos.

Tenía razón Santa Teresa: "Más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas que por las no atendidas". Estas últimas ponen a prueba la fe y la resistencia a la angustia o al dolor. Pero las otras, las atendidas, las que sí nos dan lo que queríamos, pueden ser peligrosas. He aquí dos casos en que al realizador se le concedió lo que el realizador quería. Quizás con menos sus películas habrían sido mejores.

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