El mateo del curso




SEBASTIÁN PIÑERA debiera tener un cartel muy visible, con letras rojas, que le recordara todas las mañanas que no tiene que contar chistes. Porque, incluso aquellos que consideran una exageración la reacción respecto de su última broma, deben reconocer que este tipo de situaciones aportan poco o nada a su candidatura. Por dos motivos. Primero, porque a Piñera, en general, le salen mal. O son desubicadas, o son fomes. Todos saben que el humor no es su fuerte. Segundo, lo más importante, el ambiente no está para tallas, de ningún tipo.

Uno puede compartir que nos hemos puesto demasiado serios o graves. Dejemos a los sociólogos o psicólogos que investiguen aquello. Para los políticos, en cambio, este es solo un dato de la causa. Hoy es peligroso salirse del libreto. Le pasó no solo a Piñera esta semana; también a Guillier, cuando con su ya clásico estilo de viejo galán, dijo que sus acercamientos con Carolina Goic son un romance que va apasionado. Bueno, la respuesta de ella fue lapidaria: "La única persona con quien yo tengo un romance es con mi marido. Esto es la carrera presidencial, no un pololeo".

Sí, la tónica del momento parece ser la seriedad. Esto queda en evidencia en los debates o entrevistas políticas que hemos visto en estos días. A los candidatos se les piden respuestas serias, medidas concretas, casi con calculadora en mano. Son momentos duros, exigentes, donde la simpatía y el humor tienen poco espacio. Donde prima la idea de que estamos mal -sea correcta o no-, que la cosa está difícil y que hay que estar a la altura de las circunstancias.

En este ambiente, Piñera tiene mucho que ganar. Por la sencilla razón de que, al final del día, aparece como el único candidato serio a asumir la presidencia. Ese es su fuerte, su ventaja evidente frente a la inexperiencia de los otros, la ignorancia de Ossandón, o la ya franca frivolidad de Guillier.

Pero, para capitalizar aquello, Piñera debe actuar en consecuencia. Y en eso, sus chistes son un problema. Lo alejan de la figura que quiere la gente. Este es un cambio radical a lo que vivió durante su pasada estancia en La Moneda. En ese período, sufrió bajo la sombra que provocaba el aura de cariño con que Bachelet terminó su primer gobierno. Todos lo comparaban con ella. Bueno, nada de eso sucede ahora. La experiencia con Bachelet II agotó el modelo de la simpatía como activo político. Su sonrisa y carisma ya no cautivan a nadie.

En este escenario, Piñera puede desplegarse sin restricciones en lo que mejor hace: ser el mateo del curso. El que más sabe, el que tiene propuestas y respuestas serias para todo. O casi todo. Es cierto, ser mateo, en general, nunca ha sido sinónimo de popular. Sin embargo, es aquel al que acuden todos cuando la cosa se pone difícil. Ahí, se convierte en el más importante, el que salva la situación. Algo de aquello parece estar pasando hoy en Chile. Pero el mateo nunca fue bueno para los chistes, ni las tallas. Si lo hacía, recibía la capotera de todos. Como le sucede a Piñera. Entonces, la cosa es clara: repetir 100 veces "nunca cuentes chistes".

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