Mujeres y reconstrucción




Cuando aún no terminan de cuantificarse las devastadoras consecuencias del temporal que azotó el norte de Chile, cabe detenerse y analizar el impacto que está teniendo esta tragedia en las personas.

La naturaleza una vez más ha puesto a prueba nuestras competencias como país, y al mismo tiempo, nuestro sentido de la responsabilidad y la solidaridad. Hemos visto en terreno al gobierno, Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones, Bomberos, a las organizaciones de la sociedad civil, a las autoridades locales, voluntarios, empresas, medios de comunicación… Imposible mantenerse ajeno ante tanta necesidad, y por ello cabe preguntarse, ¿cómo vamos a restablecer las condiciones de vida de las familias y personas afectadas, de manera efectiva, coordinada, reconociendo el impacto diferenciador de los desastres naturales en la población?

Frente a estas interrogantes surgen variadas respuestas, pero hay dos aspectos muy relevantes. El primero es el capital social, recurso poderoso que puede erigirse como vía eficaz para acelerar la mejora en las condiciones de vida de las comunidades afectadas. Aquí el protagonismo es de las personas y los grupos que establecen redes sociales de colaboración, de protección social, solidaridad y reciprocidad, para encontrar la forma de crear acciones colectivas y solucionar los problemas que los afectan. Y también tienen un rol clave aquellas instituciones externas a las comunidades, que contribuyen a levantar "puentes" de integración con quienes pueden proveer los recursos que se necesitan. Es el caso de tantas organizaciones de la sociedad civil que están canalizando ayuda material y sicológica en terreno, cubriendo las zonas afectadas.

Demasiado a menudo se dice que Chile es un país con poco capital social, y en el último tiempo, debido a los casos Penta, Soquimich y Caval, se habla de una crisis de confianza de proporciones mayores que amenaza con fracturarnos definitivamente. "Nadie confía en nadie", es la frase recurrente, trágica. A ello se suma, según la última encuesta Adimark, el descrédito ante la ciudadanía de la política y de instituciones tan relevantes como el Congreso y la caída de la percepción de atributos como la confianza y credibilidad, que han sido hasta ahora distintivos de la Presidenta de la República.

Con todo, desastres naturales como los que hoy nos afectan, logran recordarnos que los chilenos podemos y debemos restablecer las redes de confianza y solidaridad si queremos salir adelante, partiendo por lo que nos es más cercano, nuestras comunidades. Cada uno por sí mismo no puede hacerlo, y menos cuando el daño patrimonial y del entorno es tan grande.

El capital social es, según la premio Nobel de Economía, Elinor Ostrom, un factor decisivo para afrontar y recuperarse frente a crisis y catástrofes. Un factor que se pierde con el desuso, y por el contrario, crece a medida que se utiliza y fomenta por parte de los individuos, de las instituciones democráticas, de un Estado de Derecho y un gobierno que entrega normas claras.

Y no olvidemos a las mujeres, pilares de los procesos de reconstrucción, pero normalmente invisibilizadas desde las primeras etapas de las emergencias. Es clave reconocer el impacto diferenciador de los desastres naturales en la población e incorporar la perspectiva de género en los programas, planes y acciones que se están llevando a cabo.

En medio de los desastres naturales, hay una serie de factores que incrementan el riesgo de las mujeres, como el embarazo, la lactancia y sus mayores responsabilidades hacia otras personas. En general, ellas cuentan con menores recursos e ingresos, lo que les genera una mayor dependencia económica y también tienen un menor poder de decisión. Los desastres, a su vez, aumentan el número de mujeres desempleadas. Si antes del temporal, aluviones e inundaciones en la Región de Atacama había 50 mil ocupadas, principalmente en comercio (24%), enseñanza (18%) y servicio doméstico (10%) y casi 3 mil cesantes o buscando trabajo por primera vez, estas cifras probablemente se modificarán de manera relevante.

Lo mismo puede ocurrir con  la proporción de mujeres que no contaban con un contrato. Según la última NENE, en Atacama -antes de la crisis- esta proporción era 50% más alta que la de los hombres (14,2 vs. 9,5). Por otra parte, muchas de las que se declaraban microemprendedoras, probablemente hayan perdido su espacio de trabajo.

Debido a la interrupción de los sistemas de apoyo (cuidado infantil, escuelas, trasporte público, hospitales, redes familiares) son las mujeres las que se mantienen en pie, asumiendo  las  labores no remuneradas de cuidado de niños, discapacitados y adultos dependientes, lo que limita sus posibilidades de acceder a un trabajo asalariado. A su vez, es sabido que se produce un aumento de mujeres jefas de hogar, por muerte, discapacidad o migración de sus parejas o cónyuges.

Por otra parte, no olvidemos que numerosos estudios develan que en situaciones extremas como lo ocurrido en el norte, aumentan los niveles de violencia física, sexual y sicológica hacia las mujeres.

Hoy el Ministerio de Desarrollo Social está levantando la Encuesta Familia Unica de Emergencia, para registrar a las familias damnificadas, y elaborar un diagnóstico y catastro social de las personas de la zona norte. Mientras este instrumento arroja sus resultados, la perspectiva de género y el fomento del capital social deben ser parte de toda estrategia de intervención, transferencia de ayuda y recursos para la reconstrucción del norte de Chile. Porque a la primera intervención para atender las necesidades humanitarias, debe seguir aquella en que ayudamos a las comunidades a recuperar su capacidad de generar ingresos y salir adelante, evitando que las familias caigan una vez más en la "trampa de la pobreza".

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