Nación y república: respuesta a Miguel Vatter




El 15 de marzo, Miguel Vatter comenta nociones sobre las que he venido reparando en artículos de prensa. Entiende que la idea republicana por la que abogo no coincidiría con la "tradición republicana moderna". Que en ella se trataría de atribuirle funciones a las distintas partes del cuerpo político, y el mando a los mejores, o los más ricos. Plantea que el "principio nacional" que sostengo –"integración de todos los grupos en una cierta forma de existir común"–, sería excluyente, pues "necesariamente debe determinar quiénes representan esa 'cierta forma de existir común' y quiénes no". En fin, indica que, según el principio republicano, debiese avanzarse hacia el federalismo y darse reconocimiento a las comunidades locales. Federalismo e integración, en cambio, serían "antónimos".

Sabe Miguel Vatter que "republicanismo" y "nación" se dicen de muchas maneras.

El republicanismo admite diversos sentidos. Ciertamente, ligado a democracia, puede significar que el poder reside en el pueblo. Pero también cabe que signifique, simplemente, oposición a la monarquía. En Kant, el término adquiere un sentido preciso: republicano es el régimen donde el poder ejecutivo y el legislativo se hallan separados. Es en este sentido que uso la idea de republicanismo.

Una tal definición permite distinguir lo republicano del principio nacional, al modo en el que lo entiendo, y que incluye el elemento democrático o popular. Además, esa definición posibilita discernir algo que se pierde si sólo se enfatiza el elemento democrático en la noción de republicanismo, pues bien sabemos quees pensable un gobierno popular sin división clara del poder.

¿Qué persigue el principio republicano? Dividir el poder, bajo la idea de que cuando se lo divide, y en la medida en que los poderes divididos se limitan, los sometidos a él alcanzan mayores grados de libertad. Esta idea, luego de la revolución tecnológica, exige ser expandida a la consideración de la relación del Estado y el mercado: si todo el poder –político y económico– está concentrado en el Estado o todo el poder en grandes grupos económicos, la libertad de los sometidos a esos poderes se debilita o sucumbe. Y es la misma idea la que está tras la defensa, que vengo planteando hace tiempo, de la división territorial del poder.

La nación puede ser, ciertamente, un concepto excluyente, por ejemplo, cuando se la liga a la raza o al colonialismo. Pero también puede ser un concepto que explícitamente se haga cargo del problema de la integración. Benedict Anderson ha mostrado la distancia entre una idea anclada en la biología, como la de racismo, y el nacionalismo como concepción eminentemente cultural. En Chile, y no en último término debido al mestizaje, a la existencia de pueblos originarios y a olas de inmigración que no se han detenido, el pensamiento nacional ha poseído, en su etapa más reflexiva, un carácter integrador, poroso, antioligárquico o popular. Es lo que han mostrado, entre otros, Jorge Larraín y Bernardo Subercaseaux. Decir que para el nacionalismo la integración es "siempre" "reducción de la diferencia" o "necesariamente" excluyente importa desconocer las consideraciones anteriores.

El principio nacional y el republicano se hallan en tensión, en la medida en que uno apunta a la integración (de lo diverso) y el otro a la dispersión. Pero pueden operar en una tensión productiva. Así ocurre, en el caso del federalismo. El principio federal se dirige a la división del poder territorial. Estaría del lado de la idea republicana de la división el poder. Pero, a la vez, puede volverse base de una política compatible con la integración nacional, pues permite otorgarle más poder político a las comunidades no-capitalinas; lograr mayor igualdad social, económica y cultural entre Santiago y las provincias; dar, de esta forma, cabida política articulada a las diferencias que ha de reconocer un principio nacional no excluyente, sino popular.

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