No se hagan los sorprendidos




Con la tranquilidad de haber tocado el tema en este mismo espacio hace mucho rato, desde luego antes y durante la Copa Centenario (lo que generó desagradables discusiones y enormes distancias con varios de los que hoy forman parte de la marea de conversos-críticos-de-Pizzi-de-última-hora), veo que ha vuelto a resurgir el tema de las carencias en el trabajo de la Roja.

Repito lo dicho en ese entonces: puede resultar alguna vez, incluso un par de veces. Por distintas razones (el vuelito del gran trabajo anterior, la voluntad de los jugadores, cosas imborrables en el disco duro del plantel o incluso suerte), pero bajar los niveles de exigencia, reducir la carga de trabajo, desordenar el libreto, ensayar menos, siempre termina por pasar la cuenta. Siempre. Aparte a veces hay que cambiar el disco duro por el paso del tiempo o la modificación de las personalidades y los ánimos grupales. Si no se hace, el riesgo es enorme. Pues bien, en este proceso no se hizo.

Mareados, quizás, por las victorias momentáneas... que nunca fueron completas, que siempre dejaban abierta alguna duda: la falta de gol, las indisciplinas, la conducción opaca.

Para mantener una Ferrari y avanzar en el triunfo hay que tener herramientas. Y tienen que ser muy poderosas. Jamás tibias, confusas o vacilantes. Un gran técnico es un pensador, un ideólogo, un guía. Un tipo capaz de patentar un estilo que remueva a propios y ajenos. No un mero presidente de curso. No apenas un jefe de manada. Suele pasar, porque le cuesta asimilar el rol a los ex-jugadores.

En esos marcos, aclaremos una vez más lo obvio: la excelencia futbolística se juega en su mayor parte en las prácticas y en los análisis previos a los partidos. Es un ejercicio formal, intelectual, cerebral. Lo que se ve finalmente en la cancha no es resultado del talento o la improvisación -como le encanta decir a los más flojos- sino de los conocimientos tácticos, de las horas de repeticiones, de la obsesión por los distintos movimientos posibles, de los ensayos y pruebas PREVIAS, de la búsqueda de variantes durante los entrenamientos, del análisis riguroso de videos. Eso es lo que realmente marca las diferencias. Y lo que hizo que la selección chilena llegara a ser lo que fue (y de algún modo, quiero creer, sigue siendo). No era el cuevazo de tener a Vidal, Sánchez, Medel o Bravo juntos, solamente. Nunca fue eso, sino lo que otros cuerpos técnicos lograron hacer con Vargas, con Isla, con Díaz, con Jara, con Aránguiz, con Beausejour. Con el conjunto. La sapiencia y la capacidad para trabajar un plan inicial y otro B e incluso C llegado el caso. Con conceptos, obviamente, mucho más elaborados que la simpleza de llamar "a los que andan bien" o meter más delanteros "cuando falta gol". Eso lo hago yo. O usted. Y se necesita más.

Así como da lo mismo que un equipo pierda alguna vez si muestra trazos de un trabajo sólido, da lo mismo que otro gane copas si trabaja menos que antes, si se mueve mal en el terreno, si ya no es una fuerza compacta, si le falta volumen ofensivo. Tarde o temprano la pifia pasará la cuenta. Digo: si falla la conducción central, todo quedará supeditado a las individualidades. Y eso, como se vio en los últimos dos partidos, es demasiado riesgoso. Más aún para Chile, que tanto, tanto talento no tiene.

Queda una mínima opción, es cierto, pero este plantel aún puede aprovecharla. Como homenaje a los que iniciaron esto y a sí mismos, a lo que ya lograron con la camiseta roja (y que por lo demás siguen consiguiendo con otras camisetas). A ver si se entiende: en las clasificatorias no hay semanas largas, como en los torneos. Por ende, los pocos días que quedan de Pinto Durán hay que trabajar mucho más de lo que se trabajó hasta ahora. Mucho más. Cada movimiento, cada ingreso, cada innovación táctica, cada reemplazo. No se puede dejar de nuevo a la suerte de Dios el ingreso de un desacostumbrado nueve de área. O las refacciones por ausencias. La improvisación cuesta cara. La tibieza mata. A todos. ¿Tan difícil resulta entenderlo?

Partamos por revisar la irresponsabilidad que implica tanto día libre. O por retomar, aunque sea en modo urgencia, la sana costumbre del doble entrenamiento diario, como en los buenos tiempos. Puede hacer la diferencia. Yo al menos prefiero eso que volver, como antaño, a rezarle a una calculadora.

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