El orden de las familias




Tremenda novedad, dirán algunos, pero es en la familia donde primero se cocinan los primeros equilibrios del carácter. Es ahí donde quedará instalado el pack definitivo de seguridades y miedos, del futuro. Rara, la película de Pepa San Martín, tiene varios méritos. Entre los menos vistosos, sin embargo, está ése: recordarnos que para todos nosotros el núcleo familiar y el sistema de afectos de la infancia es, para bien o para mal, la matriz de lo que seremos después.

Hubiera sido relativamente fácil para esa cinta inspirada en el caso de la jueza Atala recrear el dramatismo del juicio de tuición sobre sus hijas desde el prisma simplificador y conformista de buenos y malos. Hay bastante coraje en la decisión de las guionistas de haber descartado esa fórmula. Rara progresa por una vía mucho más arriesgada e incierta. El caso está contado desde la perspectiva de una niña chica, una preadolescente que recién se está despidiendo de la infancia, y que al comenzar la película está relativamente adaptada a un contexto donde hay dos mamás en su hogar y un papá con su pareja en la casa a la cual acude fin de semana por medio. Está claro que se siente querida en ambos lados y todo podría haber discurrido en paz si no fuera porque en algún momento la relación de mamá con otra mujer la hace sentir diferente y vagamente sancionada por el entorno.

Si Rara es una notable aproximación a la pérdida de los resguardos propios de la infancia -porque en último término en eso consiste crecer- es porque define la preadolescencia como la etapa de la vida donde comienzan a intuirse complicaciones del mundo adulto que nunca terminarán de capturarse por completo. Sara, la protagonista, intuye que entre papá y mamá hay rupturas definitivas. Sospecha también que algo se está tramando a sus espaldas. La cinta está llena de verdades veladas, de contactos borrosos, de conversaciones en segundo plano, de imágenes fragmentarias a través de un vidrio o de la rendija de una cortina que le dicen que algo importante está ocurriendo -algo que le concierne a ella, por lo demás- sin que nadie se lo cuente con franqueza. Y no se lo cuentan porque supuestamente la quieren proteger. Maldita protección, sin embargo, porque es evidente que es bastante lo que ella tendría que decir.

Obra inteligente y poco militante, en el sentido de ser una cinta abierta donde todos los personajes tienen razones válidas para actuar como actúan, y donde por último cada espectador es libre de tener sus propios juicios, en Rara el testimonio de los cambios de la sociedad chilena no está atado a la sociología al uso, a la expansión de los sectores medios ni tampoco a descontentos de la calle (dos tópicos consabidos en nuestro cine), sino a aspectos bastante más sustantivos: la creciente autonomía de las personas para elegir su propia vida y el derrumbe inevitable de la familia patriarcal. La película se limita a constatar ambas dimensiones. Las dos, qué duda cabe, son liberadoras. Pero, liberadoras y todo, como lo aprende Sara y su hermanita chica en esta cinta conmovedora, también pueden ser dolorosas.

En 1967 Jorge Edwards publicó El orden de las familias, un cuento notable, centrado en la represión y los celos como escuela de fracaso. En esta película escrita por Alicia Scherson y Pepa San Martín la experiencia familiar es de otro género y es fuente de inestabilidad. Rara vez el cine chileno dio tanto en el clavo.

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