Otoño




Espías del amor de CHV exhibe el primer capítulo de su tercera temporada. Dos historias. La primera es clásica: una muchacha busca a quien ha usurpado su identidad en las redes sociales. Lo que viene es la investigación de rigor: la persecución del suplantador, Talca, la revisión de los mensajes y los modos de la agresión, la llegada de una bruja (Katara, que alguna vez discutió con Kenita Larraín) y el encuentro de la mujer culpable en una plaza donde ella confiesa, llama a un abogado y amenaza a la víctima en cuestión. Todo es patético, sobre todo cuando la suplantadora trata de empatizar con la muchacha sugiriendo que tienen vidas similares y comparten problemas parecidos. El segundo caso es aún más extraño. Un hombre de 62 años busca a su novia de adolescencia. Dejaron de verse en el 73, cuando él entró al ejército. Ella era hija de uno de las personas más buscadas de Chile. Han pasado más de cuarenta años. El hombre dice que es la mujer de su vida, que la ubicó, que han hablado o chateado y ella tiene un matrimonio quebrado. Ella vive en República Dominicana. Julio César Rodríguez califica al hombre de "loco lindo". El programa viaja a Santo Domingo. Ubican al marido de la mujer por Facebook. Buscan la dirección, se equivocan, la encuentran. En las redes sociales la mujer y su marido parecen una pareja feliz. Los del programa le dicen al hombre. Él escucha, asiente; vale, que sea lo que sea. La casa queda lejos de la ciudad. El marido de la mujer llega a la puerta y entra. La cámara lo enfoca. El hombre mira desde dentro del auto. Marcelo Arismendi, el animador, se baja. Toca el timbre. La mujer sale. Él le lee una carta de amor que el hombre ha redactado. Ella escucha. El hombre sale de la camioneta. Caminando rápido. Ella lo abraza y lo recibe. El animador sigue leyendo por unos segundos. El hombre y la mujer se abrazan y se besan en la boca. Lloran. Vuelven a besarse más fuerte. La mujer se entra. Pasa un rato. La mujer sale. Los del programa la siguen. Ella maneja hasta llegar a la oficina de un abogado, a la que entra. Pasa otro rato. Sale. Los del programa hablan con ella. La mujer muestra un acta de divorcio. Vuelve a besarse con el hombre. Corte de escena: la producción los encuentra en la playa, felices mientras caminan con los pies en el agua. Están juntos. Entonces se produce un salto temporal y aparece una grabación de ella diciendo que el hombre ha muerto de una afección cardíaca antes a semanas de que se junten definitivamente en Chile. El episodio se acaba: una historia triste pero a la vez aleccionadora. Pero en la tele nada muere nunca. Al día siguiente se revela que el hombre antes ha sido en entrevistado en un programa del mismo canal dedicado a a las violaciones de derechos humanos. Como ex conscripto, ha afirmado saber dónde están enterrados cuerpos de desaparecidos. Miles, dice. "Tengo información de todos los cadáveres (…) Pero dónde la entrego. Si se filtra, vamos a caer presos", dice. Un upgrade del caso dice que esa información no llegó jamás.

El cuento romántico entonces se retuerce en una paradoja atroz: el amante que muere antes de juntarse con su amada también es alguien que no ha permitido que ciudadanos puedan encontrar los restos de sus familiares perdidos, saber la verdad y darles sepultura. Pero la televisión es así, llena de contradicciones deformes. Semanas después se realiza un censo nacional, cae la primera lluvia del año y Marcelo Arismendi es invitado a Vértigo, donde habla de lo que es estar fuera de la televisión, de lo triste que es ser un rostro sin casa y a la deriva entre los canales. Ahí, muestran un video de Facebook donde habla de cómo este caso de Espías del amor lo cambió, lo conmovió, que no le importa nada porque, en el fondo, ha tenido una especie de revelación. Es un epílogo rarísimo, la verdad. Mientras, termina de llover sobre Santiago y se avisa que en varias comunas habrá cortes el agua.

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