Paga Moya




Hola. Soy el puente Cau Cau. Así es, hablo y tengo vida propia. No me mire a huevo. Fui concebido en la mente de algún iluminado a comienzos de los 90. Me licitaron, sin éxito, a fines de 2005. Lo volvieron a hacer en 2011 y en diciembre de ese año el entonces presidente Piñera me puso la primera piedra. Así que como usted habrá comprobado estoy más allá de los gobiernos de turno. He superado las mezquindades de la política y me he convertido en un ser autónomo, en una obra colosal que ya le ha costado a usted, mi querido contribuyente, más de 25 mil millones de pesos y sumando.

Tengo vida propia porque pese al sinfín de errores que han caracterizado mi construcción aquí estoy, inútil como usted me ve, pero sin vuelta atrás. Incluso me convertí en un atractivo turístico: en el verano la gente hace fila para sacarse la foto conmigo, el condoro en su máxima expresión.

Por la prensa (como se entera todo el mundo de las cosas, usted sabe), he sabido que en la capital tengo un pariente. Se llama Transantiago. Tenemos casi las mismas características: somos inútiles, fuimos mal diseñados, mal administrados, hemos costado una millonada, pero nadie se atreve ni sabe cómo echar marcha atrás y replantearnos.

No somos guachos, si me perdona la expresión. Ambos somos hijos del papá Estado, otro ser autónomo que vive, crece y se desarrolla gracias al insaciable apetito de políticos que estrujan los dineros de los contribuyentes (los grandes, anónimos e incautos financistas de toda esta fiesta) para contar con una peguita y, para eso, atraen electores mediante una carnada fácil: obras populares, pero inútiles como nosotros.

Juntos (Estado, políticos y obras inútiles) somos dinamita. Y de la súper explosiva, si me permite añadir. En mi caso, no se burle, soy la combinación perfecta: me proyectó un falso topógrafo, me pusieron los tableros basculares al revés, me falló el sistema para subir mis brazos y, tal como dijo Contraloría, me construyeron "personas sin experiencia". Todo esto bajo la estricta supervisión de un intrincado y numeroso sistema de fiscalización que tiene montado papá Estado a través del Ministerio de Obras Públicas, superintendencias, contralorías y todo lo demás.

Pero ya ve usted, nada de eso evitó o modificó mi actual condición. Lo más notable es que, al igual que en el caso de mi pariente el Transantiago, nadie ha debido responder por estos errores. Y por eso concluí que tengo vida propia. Me he convertido en una matrix que ordena mis constantes pruebas y reparaciones sin que nadie pueda evitarlo.

Cualquiera pensaría que con desastres como nosotros, la gente lo pensaría dos veces antes de confiar a papá Estado otra obra de envergadura. Pero, curiosamente, pasa todo lo contrario. Desconfían de los privados y proponen nuevas iniciativas públicas. Mire el caso de este invento que pretenden construir para mejorar las pensiones: un organismo fiscal para administrar sus ahorros. ¡Vaya botín! Tendré que mudarme a Santiago para estar más cerca de esas luquitas. ¿Qué tal un puente basculante sobre el Mapocho navegable?

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