Para que (no) gane




AL COMIENZO, la razón fue "para que gane". Era lo único que importaba, y para determinar quién sería, el instrumento de selección no fueron sus propuestas sino las encuestas. ¿Allende? No. ¿Insulza? No. ¿Lagos? No. No marcan. ¿Y entonces quién? El que digan las encuestas. Bueno, Guillier. Es el único candidato solo explicado por encuestas. Piñera era conocido como opción antes de la primera encuesta; Beatriz Sánchez no existía en ellas antes de ser nominada y Goic fue designada por su partido desafiando encuestas.

Marcar en las encuestas es, obvio, un factor a tomar en cuenta. Pero las encuestas lejanas a las elecciones no marcan opción de voto sino atracción inicial, novedad, etcétera. El grueso decide por quien votar, más cerca de las elecciones, y allí la opción es menos de "tincada". Es sobre quien me conviene que gane, quien lo hará mejor, quien me da más seguridades. Y por ende una elección inteligente de candidato considera, mucho más que una encuesta lejana que corre riesgos de ser "partida de caballo inglés y llegada de burro", la capacidad del candidato y de quienes lo rodean para construir imagen de gobernabilidad entre los días de lanzamiento y aquellos en que el grueso de la ciudadanía, antes absorta en otras preocupaciones, concluye que debe definir su opción presidencial.

En ese período el candidato se perfila. Se vuelve representante de un todo que talla su imagen día tras día con sus actos, declaraciones, propuestas, coherencias o incoherencias. No es solo culpa de él y de sus atributos que las encuestas hablan de un deterioro del candidato Guillier. Cuanta noticia emana de su entorno son discrepancias, desautorizaciones mutuas, carencias programáticas, acusaciones cruzadas, desplantes, declaraciones torpes luego desmentidas. No es precisamente gobernabilidad lo que transmiten.

Además, mientras las primarias probaron que existía un rechazo de lo existente más masivo y activo de lo previsto, su candidatura es la más fácilmente vista como continuidad de lo actual en un país que quiere cambios. Agreguemos que Guillier perdió el ala de centro de la Nueva Mayoría y, ateniéndonos a los números, quienes quieren revertir lo hecho son muchos más que los que quieren radicalizarlos.

Entonces, cambió el discurso. Pero igualmente referido a encuestas y ajeno a contenidos. Se llama a unir fuerzas en torno al que pase a segunda vuelta, sea cual sea, "para que no gane" el que va primero. Es de difícil éxito en destinatarios que quieren cambios a lo actual y entre los que ha primado la discordia. Unos, otrora unidos, ahora llevan dos candidatos y no pierden oportunidad de discrepar; otros, de inflamado discurso contra el "duopolio neoliberal", deberán explicar a sus variopintos seguidores por qué uno de los dos es bueno. Entiendo la intencionalidad de ese "para que no gane". Pero esgrimir ahora la unidad de la centroizquierda, sin propuesta alguna que la defina, suena poco creíble en boca de los mismos actores que la torpedearon. Fue su persistente desconsideración a ella la que los condujo al punto donde hoy se encuentran.

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