El PC posGladys: de la épica a la gramática instrumental




Como una condición de la época el partido de Recabarren se encuentra desprovisto de sus históricos recursos patrimoniales y persiste en combinar pragmatismo y realismo en aras de honrar la gobernabilidad neoliberal –so pretexto de reformas.  Y a muy poco andar han tratado de obstruir (atenazar) a la patrulla juvenil del Frente Amplio haciendo primar los mausoleos de los Frentes Populares mediante patochadas que nos recuerdan –en su particular óptica- su contribución al sistema de partidos entre 1938 a 1970. Un PC institucionalista. ¡Curioso argumento¡ Pues bien, ¿qué produjo aquella tentación donde el PC comenzó a transgredir su propia historia y a deteriorar su tan preciada eticidad y su estado de pureza? ¿Todo se debe a su aislamiento transicional? Adicionalmente, sus actuales socios de coalición los sentenciaron por más de una década –una y otra vez- como una caterva de interdictos. Y no es curioso que aludan con mucha moderación al nombre de Gladys. Existe una mezcla entre solemnidad e impudicia ideológica para tratar de entender esa moderación (que raya en el silencio). Se trata de un partido que apela a un historial trágico de su pasado al tiempo que morigera la historia de los mártires inconvenientes –incluida Gladys cuando no se ajusta a las «estéticas de la gobernabilidad» que tanto reprocharon.

Hoy en plena liquidación de una herencia de 105 años de vida partidaria que implica la liquidación de exequias, piochas, pacifismos y rebeldías, aportes institucionales, símbolos y memorias concedidas a la versión remasterizada de la concertación después del año 2011 buscan preservar obsesamente los rituales de la gobernabilidad que por tantos años repudiaron. Y no es casual: su dirigencia ha guardado solemnes protocolos a sus consabidos adversarios políticos: un minuto de silencio para el ex senador Jaime Guzmán en el Congreso Nacional, una guardia de honor al ex/Presidente Patricio Aylwin. Con todo, más allá de un cierto maquillaje generacional, y de esa desgastada moda cachorril de ser comunista en la vida universitaria, el P.C se obstina en proyectar la estética de una organización de burócratas intransigentes y resistenciales a la hora de defender sus degradados repertorios simbólicos. Y si me permiten una ligera etnografía (y no me tildan de clasista/racista o misógino) abramos un inciso semiótico. Una vez que oímos a Julia Urquieta –contemplamos su escenificación- podemos concluir que se trata de un retrato intestinal o una esfinge del Partido Comunista, retrato que ni el mejor personaje kafkeano o cirujano kakiano podría adulterar.

De otro modo, como podemos describir la perfomance de Teillier y no interpretar que proviene de los cuadros de una milicia nacionalista-rodriguista. No es casual entonces que el PC chileno durante mucho tiempo gozara –cual partera de la verdad- de las estéticas populares e hiciera suya la categoría pueblo como un sinónimo de la cultura comunista (¡De pie, luchar el pueblo va a triunfar!).

No debemos olvidar que en la prolongada década de los años 90' y bajo el imperio de la gobernabilidad –los años del largo bostezo- los comunistas apelaron al testimonio y al orgullo de una épica residual, vagaron errantes, puño en alto, de peña en peña, de completada en completada, de colecta en colecta. Por esos tiempos explotaron la moral de la víctima, por cuanto se dieron cuenta que las «comunidades heridas» tienden a la victimización de los estándares éticos inalienables y se afirmaron fielmente en la demandas  de los mártires contra el Estado Chileno (desde los DD.HH, las denuncias contra el establishment y las devoluciones –onerosas o no- a los exonerados).

En el caso de Arcis no querían destruir directamente a la Universidad sino su complejidad, pero cuando se convencieron que la Universidad era la problematicidad y ello resultaba inconmensurable con la racionalidad partidaria iniciaron una purga sórdida, sibilina y feroz de la comunidad experimental fundada por Fernando Castillo Velasco. Esta purga aún tiene algunas expresiones menores, pero penosamente lamentables. Los militantes o funcionarios de turno (algo dados al matonaje discursivo) no tenían la capacidad de entender los códigos universitarios. En suma, se consagraron prolijamente a la tarea de establecer  fachadas  legales que impidieran configurar acciones jurídicas en contra del Partido de Gladys –y así evitar cualquier acusación referida al desvío de fondos en sus campañas del año 2013. Entonces, cincelaron una impunidad jurídica donde la propia ley los exime de los delitos cometidos –algo similar al síndico de quiebra que actualmente implementa un robo patrimonial a vista y paciencia de Mineduc. A la sazón, llenaron la universidad de militantes que ocupaban cargos decisivos en la Comisión Central del Partido pero sin que el Partido lo supiera, (¡notable mofa!), e hicieron una dadiva imperdonable entre camaradas y amigos de su radio de influencia. Por fin, el PC de Recabarren fue un obrerismo iluminado por la esperanza, pero el actual sicariato lo ha suicidado con las balas de la impunidad. Pero esta vez no pasaran: ¡la historia no los absolverá!

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.