Pelos en la sopa




EL LIO con la educación en Chile es que hay demasiados intereses en juego. Por eso mismo el debate confunde más que lo que aclara y soluciona. Pasó el otro día con el giro en torno al financiamiento de la investigación en que las universidades estatales del CRUCh mostraron sus dientes y el chef encargado del menú ratificó la preferencia del gobierno por cocinarles a sólo algunos de los comensales de la mesa.

El problema real no es a quién se le entregan los tenedores sino que en Chile hay poco apoyo a la investigación y ésta es pobre, también en calidad. Sebastián Edwards, varias veces, ha sostenido que no hay ninguna universidad chilena buena, ni pública ni privada. En 2010 la Universidad de Chile bajó 24 puestos en QS World University Rankings, la Universidad Católica cayó 54. Walter Eckel, del Heidelberg Center para América Latina, lo decía en 2012 a este diario: en investigación Chile no está a la altura de los países Ocde, una sola universidad alemana (Heidelberg era el ejemplo que daba) produce más doctorados al año que todo el sistema chileno completo. Si quisiéramos hacer algo, habría que comenzar por duplicar el aporte estatal.

En verdad, ni eso resolvería el problema. Según Charles Zucker, el neurobiólogo chileno que trabaja en Columbia, nuestra producción científica es mediocre. No es cuestión de platas. Ocurre lo mismo con las bibliotecas. No hay una biblioteca universitaria de nivel internacional (hay casas de estudios con menos libros que algunas colecciones privadas). Alguien podría pensar, conforme, compremos libros (o fotocopiémoslos). No es tan sencillo. ¿Qué hacemos con todas esas décadas en que no hubo libros ni se les leyó? Una universidad no se hace de un día para otro, tampoco una biblioteca.

Igor Saavedra, allá por 2002, apuntaba a otros atascos todavía sin resolver. Criticaba el sesgo mercantilista que impera en las políticas de desarrollo científico: investigadores convertidos en "microempresarios",  "papers" que suman puntos, pero que no avanzan el conocimiento, financiamiento de proyectos estrella que podrían haberse destinado más bien para mejorar el sistema en su totalidad. Es obvio para cualquiera que funcione en nuestras universidades que los empujones a favor de la investigación científica son a menudo a costa de la docencia, con lo cual quedamos peor "all around". Aparte de ello, mucho de lo que pasa por "investigación" es gato, no es liebre. Al igual que con los escándalos de acreditación (quién acredita a los acreditadores), uno se pregunta quién avala a los que asignan los recursos.

Está también el componente ideológico al que es tan proclive este gobierno y su "programa". ¿Qué significa haber nombrado en la división de Educación Superior del Mineduc esta semana a quien ha estado en el centro de la radicalización de la UCh estos últimos ocho años? Es hasta un muy buen negocio no solucionar los problemas. Así todos ganan. Los educólogos, porque pueden seguir oficiando de expertos; los dirigentes estudiantiles, porque siguen escalando en la política, quienes lucran porque todavía gozan de respiro, y las instituciones, porque siguen pugnando por las pocas (o muchas) platas en juego ganándole al del lado. Por supuesto, el paciente, igual, empeora.

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