Península de Corea y la guerra continua




En el hemisferio occidental sur las noticias se reciben como un posible ataque nuclear de Corea del Norte hacia instalaciones de Estados Unidos y Corea del Sur. Escasamente permiten visualizar lo contrario.  Por ejemplo, que sea el gobierno de Corea del Norte el asediado. Estos mismos medios omiten el plan que las potencias occidentales vienen organizando quizás desde el mismo armisticio de 1953 y que, consiste en acabar con Corea del Norte.

La preocupación norcoreana por poseer capacidad nuclear para su protección,  tiene una lectura enraizada en la cultura coreana a partir de las múltiples invasiones que ha sufrido la península. Históricamente, la guerra que divide a las dos Coreas y la permanente presión de EEUU, Japón y Corea del Sur por el cambio de régimen en Pyongyang, reafirmaron el imperativo de Corea del Norte para protegerse con el material bélico de mayor poderío, como es el nuclear.

La década de acercamiento entre ambas Coreas termina abruptamente con la llegada del presidente  Lee Myung –bak, un nacionalista de  extrema derecha, en febrero de 2008, desmantelando  las negociaciones de acercamiento y sentar bases para ponerle fin al régimen en Pyongyang. Esta política continuó con la presidenta Park Geun –hye, (2014-2017) y frente a la actual coyuntura, el moderado Moon Jae-in, no ha tenido otra opción que la continuidad. Con la llegada de Donald Trump, que opera en lo internacional con  la política de abordar cada problema de acuerdo a cómo se presenta en favor de los intereses de Estados Unidos,  la disolución del régimen socialista en Pyongyang  le abre  una posibilidad de enorme popularidad, más aún si Rusia y China no han servido de salida para temperar sus problemas de oposición interna a su mandato,

Recordemos que la península permanece dividida desde una conflagración brutal finalizada en 1953 dejando varios millones de muertos e incalculables pérdidas. Constituyó el ápice de la guerra fría inaugurada en 1947. Con todo, la herida abierta en Occidente no fue la división de la península de Corea, sino el haber perdido a China. El Secretario General de  Naciones Unidas Trygve Lie, el 27 de junio de 1950, "Urge a los miembros de la organización formar una alianza militar para recuperar Seúl en poder de las fuerzas invasoras del ejército de Corea del Norte".

El secretario Lie no menciona que la incursión norcoreana había sido una medida preventiva a un ataque inminente surcoreano.  Se omite el dato de que desde que el fundador de Corea del Norte, Kim Il- sung, asume el poder en 1948,  Estados Unidos y Corea del Sur infiltraron constantemente efectivos militares para socavar a la naciente república aliada de la República Popular China que se fundaría en 1949. El objetivo último de las potencias occidentales en esa guerra contra Corea del Norte consistía en desestabilizar a la nueva China.  Las implicancias de aquella desastrosa resolución de Naciones Unidas en 1950 fueron varias: se crearon dos estados militarizados en permanente fricción; pérdida de influencia de la Alianza Transatlántica en la mayor parte del Asia, excepto Japón; sentaron  las bases de una guerra continua, no solo en la península de Corea sino también por la supremacía en Asia.  Esa herida abierta en Occidente de haber perdido a China se refleja hoy con igual vigor para recuperar el tiempo perdido. Para la Alianza Transatlántica, Corea del Norte es una estación hacia el objetivo mayor que es contener y transformar China en su estructura política.

El panorama de hoy es en la apariencia diferente, sin la Unión Soviética y con otra China. Sin embargo un actor de aquella conflagración autorizada por Naciones Unidas, es el mismo y mantiene los mismos objetivos por la supremacía: la Alianza Transatlántica que no se recupera del fracaso en la guerra de Corea (1950-1953), convertido en problema existencial.

El tema es ideológico y también de supremacía. El conflicto entre las dos Coreas, no es más que eso: un regreso directo a la política de la supremacía de un poder por sobre el otro. Considerando el peso de esta historia, el inmenso poderío bélico de Estados Unidos y la Alianza Transatlántica que lidera obliga a que el sistema de relaciones esté presionado por las naciones que no van a detener sus intenciones de pertenecer al selecto grupo de países con armas nucleares. Corea del Norte, como en el caso de Irán el problema para Occidente no es la capacidad nuclear. Es el régimen político que lo sustenta. Una pregunta  es válida. ¿Quién puede asegurar que líderes como Benjamín Netanyahu o los generales que lideran Pakistán, son más previsibles en conducta política que Kim Jong- un?  Israel y Pakistán poseen armas nucleares y no viven situaciones de estabilidad y certidumbre dentro de sus fronteras y en la región que habitan.

El conflicto en  la península y el resultado de cualquier negociación, expresará el real calibre de China como agente clave para gestar los equilibrios de poder en las relaciones internacionales con un peso quizás similar o mayor al de la ex Unión Soviética. Sin la capacidad bélica nuclear que exhibía la nación socialista, aunque con un poderío económico significativamente mayor. En una era de crisis económicas, el peso económico chino tiene mayor relevancia que la abundancia de ojivas nucleares que ostentaba el poder soviético.

La lectura de las decisiones que inciden en las acciones internacionales de los países se hace cada vez más compleja. Gran parte de esta complejidad responde al hecho de que Estados Unidos y sus aliados vencedores en la contienda con el mundo socialista liderado por  la Unión Soviética, no han reconstituido políticas constructivas en su papel de gobernar distendidos de la obligación de operar bajo la cultura de la guerra fría que consistía en obtener la supremacía a toda costa.

Los efectos reales de esta forma de competir por la supremacía, no se han evaluado en toda su dimensión y una buena parte del liderazgo global simplemente aceptó el fin de la guerra fría como si fuera un instrumento manipulable y no una cultura impregnada en el "hacer Estado". Las relaciones internacionales principalmente han sido objeto de ésta distorsión y la estructura de guerra fría como una cultura no se ha erradicado.

Puede desplomarse el gobierno en Pyongyang con o sin guerra. Sin embargo, lo único que parece no desplomarse con su fisonomía actual, es el capitalismo y la necesidad por la supremacía en las potencias de cualquier tipo para hacer de la política un ámbito restringido a la seguridad y las finanzas, que deriva irremediablemente en un belicismo permanente.

Estados Unidos y China, naciones centrales en este conflicto, así como las alianzas que representan abiertamente o bajo cuerda, con Rusia en el caso de China y con los aliados atlánticos en el caso de Estados Unidos, deberían acercarse a una postura común que les permita definir equilibrios de poder. Este desafío ha sido casi imposible, porque deben ceder frente a las necesidades de naciones emergentes menos poderosas y por el tema central que se soslaya  a toda costa: los equilibrios de poder apuntando hacia la eliminación del arsenal nuclear en el planeta y la suspensión de la carrera armamentista.  

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