Pídanle al Estado y se os dará




Fue un mensaje largo, plano y correcto. Es el mensaje de quien desea destacar logros y anunciar proyectos sin modificar el clima político existente. No cabe sino inferir que el gobierno de la Presidenta Bachelet se siente cómodo con el actual reordenamiento de fuerzas y con la creciente beligerancia que se está viendo en la discusión pública.

Como era previsible que ocurriera, gran parte del discurso estuvo dedicado a los tres ejes transformadores centrales de la administración -la reforma tributaria, la reforma educacional y la nueva Constitución, aunque a este último respecto sólo dijo vaguedades-, sin avanzar un metro más allá de los aspectos que se ya conocen. Llamó a confiar en ella cuando dijo que la reforma tributaria no afectará a la clase media ni a las pymes ni a las pensiones, y esa actitud, tan reñida con las prácticas de cualquier Estado moderno donde los temas se discuten con rigor, revela que el liderazgo de Bachelet incorpora hebras de mesianismo. Este no es un asunto de confiar en una persona. América Latina está llena de políticos y políticas que por inspirar demasiada confianza llevaron a sus países a la ruina.

En general, el mensaje fue una apuesta contundente, convencida, sistemática, recurrente y compulsiva por más Estado. El Estado corregirá, subsidiará, proveerá, vigilará. El Estado va a arreglarlo todo. ¿Cómo? Poniendo más plata, contratando más funcionarios, creando más fondos, estableciendo más agencias y abriendo más reparticiones, ministerios y establecimientos.

Más allá de las buenas intenciones que puedan existir detrás de todo esto, la duda es si el Estado lo podrá hacer bien. La historia del sector público chileno en términos de gestión no es muy buena. Sin contar con ese descalabro que es el Transantiago, que también iba a resolver con inteligencia pura el problema del transporte público en la capital, el Estado chileno falla en cuestiones elementales, como seguridad pública, delincuencia y administración de justicia, escuelas municipales y administración de hospitales. Y falla tanto que la primera pregunta que se le ocurre a la gente sensata es por qué en vez de ocupar otros ámbitos no coloca antes su prioridad en hacer un poco mejor lo que en rigor ya hace mal. Pero no. Aquí entran en juego las convicciones ideológicas y esta expansión del sector público -con ministerios capturados por la burocracia, con el Sistema de Alta Dirección Pública completamente abollado, con una orgánica estatal anacrónica- va a ser parte del problema, no de la solución a las demandas de la sociedad.

No hubo un sol de emplazamiento a la responsabilidad individual. Pero sí muchos llamados a ponernos en la cola porque los bonos, los subsidios, las ayudas, los alivios van a llegar.

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