Piñera y la adopción




SEBASTIÁN PIÑERA afirmó hace pocos días no tener nada en contra de la adopción por parte de parejas del mismo sexo: "No vamos a discriminar", dijo. A renglón seguido, fue consultado por el matrimonio homosexual, y respondió: "Yo siento que la institución del matrimonio es entre un hombre y una mujer", sin notar cuán problemática resulta la afirmación de ambas posiciones en forma simultánea. De hecho, la inconsistencia puede ser vista como un síntoma más de la confusión doctrinaria que padece parte de la derecha chilena: no sabe por qué defiende lo que dice defender.

En este caso particular, el problema guarda relación con lo siguiente. El expresidente defiende el matrimonio heterosexual porque así lo "siente", pero no logra enunciar un argumento que se haga cargo de la premisa involucrada. Si el matrimonio es entre un hombre y una mujer, la única razón que justificaría esa posición es que dicha institución no responde solo a la dimensión afectiva, sino al propósito de estabilizar una unión que permite la transmisión de la vida. Dicho de otro modo, la legislación le presta especial atención al matrimonio no solo por su carácter afectivo (hay muchas relaciones afectivas que no están reguladas por ley), sino porque asume que el entorno familiar requiere una protección especial, y que la familia implica la unión de lo masculino y lo femenino. Por lo mismo, el hecho de que las parejas del mismo sexo no puedan adoptar niños está directamente vinculado a la concepción del matrimonio como unión entre hombre y mujer.

El día que las parejas del mismo sexo puedan, en cuanto tales, adoptar hijos, la verdad es que podrán acceder a algo idéntico al matrimonio. Algo análogo ocurre con el argumento de la discriminación: asumir acríticamente ese lenguaje es equívoco, porque en rigor no existe algo así como el derecho a tener hijos. Un hijo es un don que se recibe, no un derecho que se reclama. Por lo mismo, la perspectiva en la adopción no debe partir por preguntar qué derechos reivindica el adulto, sino qué tipo de entorno es preferible para el niño, y cómo recrear la filiación del mejor modo posible. Allí se abre una discusión difícil, pero el argumento ofrecido por Piñera ("no discriminaremos") pone el acento en los supuestos derechos, olvidando que esa aproximación da por sentado precisamente el objeto de la disputa (¿qué criterios deben primar en la adopción?). La pregunta que uno podría formular, llegados a este punto, es qué argumentos están disponibles desde esta lógica para impedir, por ejemplo, la adopción por grupos de más de dos personas.

Mientras la derecha no se pregunte por los fundamentos de sus posturas, está condenada a conceder premisas indispensables para elaborar luego un discurso coherente. No puede explicarse de otra manera, por mencionar otro caso, que dos alcaldes de oposición hayan aceptado el reglamento sobre niños transexuales sin emitir el menor comentario crítico respecto de su contenido. Es como si estuvieran obligados (por comodidad, por pereza mental o por puro y simple conformismo intelectual) a adherir a una antropología parcial e incapaz de explicar nuestra corporalidad. Hay allí una extraña claudicación que, me temo, puede costarle muy caro al sector: las ideas nunca se abandonan impunemente.

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