El pluralismo es una chacra




El debate sobre la llamada "objeción de conciencia institucional" de la Pontificia Universidad Católica, así como sobre la legitimidad de que dicha institución se plantee abiertamente en contra del aborto, es mucho más importante de lo que parece a primera vista, más allá de si uno está de acuerdo o no con la postura de la institución. Es un debate sobre cómo entendemos el orden social.

Es más o menos evidente que existe una tensión entre Estado, instituciones intermedias e individuos. La libertad de acción de cada uno de estos actores se ve limitada por la acción de los demás (esto es precisamente lo que destacaron con escándalo quienes "descubrieron" que había una tensión entre objeción institucional y objeción de conciencia individual). Sin embargo, cada vez que se ha buscado reducir uno de estos ingredientes del orden social a otro, la libertad, el orden y la prosperidad del conjunto han desaparecido. Y es que no solo se limitan entre sí, sino que también parecen necesitarse mutuamente para poder desplegarse: por ejemplo, cuando solo hay individuos y Estado, el individuo es impotente frente al Estado, y el Estado es, a su vez, incapaz de satisfacer todas las necesidades de los individuos.

Lo que suele haber detrás de las posturas políticas que pretenden comprender y hacerse cargo de todo el orden social desde la perspectiva exclusiva del Estado, de los individuos o de las instituciones civiles, es una profunda pobreza antropológica. Tratar de simplificar a la fuerza la complejidad del entramado social para eliminar sus tensiones, equivale a mutilar aspectos de nosotros mismos que dependen de esa complejidad para realizarse. Es negar de manera miope la multiplicidad de necesidades y deseos humanos. Luego, reconocer esta tensión y la imposibilidad de hacerla desaparecer es algo necesario y razonable. Todo orden social debe pensarse suponiendo esta realidad y tratando de encauzarla todo lo posible hacia el bien común, lo que exige arreglos institucionales para negociar la relación entre las distintas partes, sin pretender reducirlas unas a otras.

Esta mirada comprensiva y tolerante con la diferencia es la propia de una sociedad pluralista, que reconoce y cultiva (y por eso también financia, en lo posible) la diversidad institucional, al mismo tiempo que trata de evitar los abusos entre Estado, instituciones e individuos. Equilibrio que es, por supuesto, complejo y lleno de riesgos, y que involucra contrapesos, frenos y regulaciones de diversa naturaleza. Una sociedad pluralista no se sostiene sobre un "laissez faire" del tipo "que hagan lo que quieran, pero no con fondos públicos". Requiere ser cultivada: es un régimen exigente, no uno que opere por defecto.

Finalmente, el pluralismo tiene como objetivo posibilitar la coexistencia razonable de lo diferente. No la disolución de las diferencias. No es una filosofía de la neutralización y la homogeneización, sino todo lo contrario. Es, usando una metáfora agrícola, la reivindicación de la desordenada y sustentable lógica de las huertas y las chacras, en contra de la ordenada y aridizante lógica del monocultivo.

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