El primer aniversario de Macri




El Presidente Mauricio Macri acaba de cumplir un año en el poder. Si algo define este primer aniversario es el hecho de que el calendario de las reformas es más pausado que el de las duras cifras económicas y sociales, y que el de la oposición es mucho más urgente que el de los argentinos, todavía bien dispuestos hacia su gobierno y con expectativas optimistas.

Por tanto, hay dos niveles de análisis. Uno tiene que ver con la gran decisión estratégica que tomó este gobierno: la gradualidad en lugar del shock, en un contexto de deterioro provocado por la inercia de la pesada herencia recibida de manos del kirchnerismo. La gente está todavía dispuesta a esperar un poco más antes de exigirle cuentas a Macri a pesar de que la oposición, animosa ante la perspectiva de las elecciones legislativas de 2017, ya arrecia.

El otro análisis se refiere a la búsqueda accidentada de una coalición que asegure la gobernabilidad por parte de un gobierno que carece de mayoría parlamentaria y enfrenta a adversarios con pegada social, en ciertos casos, influencia parlamentaria en otros, y la necesidad de hacerse sentir en todos.

Después de asumir el mando, Macri dio dos o tres golpes en la mesa que auguraban un ritmo reformista acelerado. Resolvió el pleito con los tenedores de bonos (le costó más de nueve mil millones de dólares), rompió el "cepo" cambiario y ajustó las tarifas de servicios sensibles. Pero el verdadero temperamento del gobierno no era el que estas medidas sugerían. La sociedad no tolera un shock, decía el oficialismo, y por tanto desistió de un importante recorte de gastos para cerrar la brecha fiscal, de una desaceleración monetaria brusca para parar en seco la inflación y de reformas como la de la negociación colectiva y otros nudos que traban la marcha económica y desalientan la inversión. Todo eso se hará, decían en privado, cuando sea el momento. Hacerlo antes sólo provocará un trauma y podría acabar con el gobierno.

Macri y el gabinete de Marcos Peña tienen muy presente el hecho de que los gobiernos no peronistas no pudieron terminar sus mandatos en décadas recientes. Su tripa les dice que a ellos les toca iniciar el proceso de revisión de medio siglo de populismo, pero su cabeza les dice que hay que medir el cuándo y el cómo para no acabar como Alfonsín o De la Rúa.

El país les cree todavía. Las encuestas, por ejemplo las de Ispi y Poliarquía, le dan al presidente entre 50 y 56% de aprobación, lo que es notable si se tiene en cuenta que tres cuartas partes de los encuestados también dicen que la situación económica es muy mala. La razón de esta aparente disonancia está en las propias encuestas: alrededor de un 55% se dice optimista. El optimismo actúa como amortiguador social.

El gobierno es consciente de esto. Tanto así, que Jaime Durán Barba, el asesor ecuatoriano del mandatario en asuntos electorales, afirma con razón que otro gobierno latinoamericano que hubiera tomado las impopulares medidas del comienzo "estaría en el peor de los mundos".

Esto refuerza todavía a quienes, en la administración, como el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, han propugnado la gradualidad como estrategia de gobierno. Otros, como  el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, que al inicio de la gestión argumentaban que era necesario emprender muchas reformas cuando todavía había un colchón social para aguantarlas, han aceptado la dinámica prudente que ha preferido el gobierno.

Macri asegura que no ha renunciado a hacer las reformas clave, sólo que necesita que las cifras económicas y sociales empiecen a avalarlo para tener el espacio y el contexto adecuados.

Mientras tanto, el presidente y los suyos han maniobrado para tratar de armar una coalición que asegurase la gobernabilidad. La que los llevó al poder no basta, porque no tienen mayoría en el Congreso ni suficientes vasos comunicantes con sectores que podrían hacerse grandes de la noche a la mañana si el humor de la calle se tornara agrio.

Esa búsqueda los ha llevado a pactar en el Congreso con Sergio Massa, el peronista disidente y adversario de Cristina Kirchner que quiere convencer a su partido de que él es el nuevo líder. También, a dialogar y lograr entendimientos con hasta nueve gobernadores peronistas de provincias que perciben el creciente debilitamiento del kirchnerismo a medida que la familia Kirchner ve su situación agravarse. Por último, el gobierno ha tenido muchos contactos con algunos líderes sindicales, aprovechando que el sindicalismo está dividido (cada vez menos).

Hasta hace un par de meses, todo esto produjo, en apariencia, frutos políticos: unas 70 normas negociadas, agitación social limitada, niveles de aprobación tranquilizadores. El cotidiano goteo de informaciones sobre la corrupción de los Kirchner, que apunta a la posibilidad de una indagatoria contra Cristina por asociación ilícita, facilitó el propósito de tender puentes con algunos peronistas temerosos de ser vinculados a la cuestionada familia y neutralizó en parte la capacidad de esa corriente destructiva de hacer daño al gobierno.

Sin embargo, el clima político empieza a cambiar a medida que se acerca la campaña para las legislativas del próximo año y que aumenta la tensión entre las varias corrientes peronistas. En cuestión de pocas semanas, el gobierno sufrió tres reveses problemáticos: la oposición aprobó una "emergencia" económica que amplía el déficit fiscal, frustró la reforma del sistema electoral que es una de las niñas de los ojos del presidente y, hace muy poco, en la Cámara Baja, se elevó el nivel mínimo a partir del cual se gravan los salarios.

Más importante todavía que estas medidas con repercusión fiscal significativa (en ausencia de recortes del gasto público, la bajada de impuestos aumenta el déficit, porque reduce la recaudación) es el juego de alianzas que hay detrás de los golpes asestados al gobierno. En el último caso ha jugado un papel descollante Sergio Massa, que hasta ahora hacía una oposición cuidadosa y le facilitaba las cosas a Macri a pesar de cierta distancia retórica. El fue el artífice de la decisión de algunos de los gobernadores peronistas que apoyaban a Macri de darle la espalda y de que la corriente peronista del Congreso que no responde a Cristina pero tampoco a él votara en contra de los expresos deseos de la Casa Rosada. Las duras expresiones de Macri sobre Massa ("a la larga, cuando uno es impostor, sale a la luz") reflejan la preocupación del gobierno ante la posibilidad de que se le deshaga la coalición de la gobernabilidad que en la práctica parecía haberse logrado.

¿Qué sucede? ¿Por qué el cambio de actitud? En parte por las elecciones legislativas, en parte porque Massa necesita acelerar la presión sobre los peronistas a los que quiere convencer de que él y no Cristina es el futuro del partido, y en parte porque la economía no está mostrando señales de mejoría.

La inercia de la herencia, sumada a la decisión de postergar las reformas más impopulares, han hecho que el déficit fiscal y la deuda crezcan (aun cuando, en comparación con otros países, la deuda externa no es exorbitante). La inflación ha caído menos de lo que la gente esperaba, si bien parece estar siguiendo la hoja de ruta que se trazó el Banco Central: la cifra anualizada de los últimos meses habla de 20% (la meta es que caiga al 5% para 2019). La economía registrará este año una caída de algo menos de 2% y el desempleo, por tanto, sigue alto. Aunque el clima es claramente distinto al de años anteriores, aún no se produce el impacto inversor que necesita la economía argentina para crecer a buen ritmo. La consultora Abeceb señala, por ejemplo, que en los últimos cinco años la tasa de inversión anual equivalió en promedio al 16% del PIB, muy por debajo de algunos países de la región. Para alcanzar el 20%, Argentina tendrá que tener inversiones por unos 130 mil millones de dólares, lo que supone aumentar en unos 50 mil millones la cantidad anual invertida en los últimos años.

Atraer ese capital es algo que depende del clima jurídico, fiscal, político y social. En el caso argentino, depende también de la capacidad para revertir la falta de credibilidad de la que el país, por obra del populismo nacionalista, ha adolecido. Aunque Macri fue muy bien recibido por la comunidad internacional y todavía goza de la buena disposición del mundo exterior, para que lluevan los capitales sobre ese país, algo de por sí difícil en el contexto global incierto del momento, es necesario mucho más.

Macri lo sabe pero no quiere precipitarse por temor a que se le tuerza el destino. El problema es que también lo saben sus adversarios, a quienes lo último que interesa es que le vaya bien. De allí que, ante la evidencia de que las cifras no avanzan y de que el público percibe el deterioro de la inercia, distintos sectores ajenos a la administración actual calculen que no pasará mucho tiempo antes de que el presidente vea su aprobación erosionarse. Para el gobierno, como para ellos, 2017 es una fecha electoral clave. Si las urnas avalan a Macri y le dan una mayoría legislativa o al menos le asestan un golpe a la mayoría justicialista, la dinámica gobierno-oposición habrá cambiado. Se crearán las condiciones para abordar cambios difíciles. Pero si sucede lo contrario, es probable que sea demasiado tarde. Cuando las pirañas huelen sangre, atacan. A Macri le harán la vida imposible sus adversarios.

Una variable importante en todo esto es el horizonte penal de Cristina Kirchner. El gobierno ha sido muy cuidadoso a este respecto, dejando saber una y otra vez que teme mucho que ella pueda ser enviada a la cárcel de forma precipitada y sin una fundamentación adecuada por parte del sistema jurisdiccional que la investiga (junto con otros personajes del gobierno kirchnerista o allegados a ella y su difunto marido). La Casa Rosada ha temido desde el comienzo el riesgo de una polarización provocada por el encarcelamiento de Kirchner y de que ella acabe victimizándose con éxito. Pero esto no está en las manos del gobierno sino en las de fiscales y jueces que van encontrando cada vez más pruebas sobre la corrupción de los años anteriores. No se puede descartar que ella acabe detenida.

No es posible prever lo que sucederá, pero en cualquier caso el deterioro del kirchnerismo es palpable. Ello intensificará la lucha por el liderazgo del peronismo, algo que hasta ahora no ha sucedido porque ella y La Cámpora, la facción que maneja su hijo, han ocupado el espacio. Esa lucha inevitablemente afectará al gobierno porque los personajes en pugna querrán acentuar su perfil opositor.

Macri tendrá que medir muy bien hasta cuándo puede dilatar el calendario de las reformas impopulares.

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