Protección del mar: avances y desafíos




Esta columna fue escrita en conjunto con Miriam Fernández, Directora del Nucleo Milenio Centro de Conservación Marina

En los últimos 10 años avanzamos notoriamente en la conservación de nuestro patrimonio natural marino. Transitamos de una protección cercana al 1% del territorio marítimo, o maritorio, a la cobertura actual del 14% de la superficie de la zona económica exclusiva. Y alcanzaremos liderazgo internacional si se decretan las áreas marinas comprometidas por el Ejecutivo: el 40% de la zona económica exclusiva de Chile protegida.

Celebramos estos avances y también la intención de diversificar los ecosistemas bajo figuras de protección e involucrar activamente a las comunidades locales. Sin embargo, la diversificación es aún escasa y los decretos de protección se concentran en grandes zonas oceánicas, muy distantes de donde se concentran los impactos de poblaciones humanas sobre el mar. Los esfuerzos dirigidos a la conservación marina aún son escasos en zonas costeras del centro y norte de Chile, donde las pesquerías ejercen enormes presiones sobre los ecosistemas marinos. También en los vulnerables fiordos del sur del país, donde opera la acuicultura de salmones. Además, la mayoría de las pocas zonas protegidas decretadas aún carecen de los planes de manejo y las inversiones visionarias país para ponerlas en práctica y consolidarlas con y para la gente. Esto no es trivial, porque la implementación efectiva de áreas protegidas puede generar enormes beneficios para las zonas explotadas aledañas, y por lo tanto para los ecosistemas marinos en general, y para la gente. En síntesis, el 40% de la superficie del mar protegido no es suficiente por el desbalance en abordar los diferentes ecosistemas y amenazas.

La conservación del mar tiene aún más desafíos. Los esfuerzos realizados deben ser acompañados de otras acciones fundamentales. Necesitamos generar capacidades locales para administrar áreas protegidas. Es crítico también establecer programas de monitoreo para entender la respuesta de los ecosistemas a la protección, evaluando así la efectividad real de las áreas marinas protegidas. Debemos desarrollar e implementar sistemas de control y vigilancia (desde guardaparques marinos hasta vigilancia satelital) a gran escala, y esto depende imperativamente de bases institucionales. El proyecto de ley que aún descansa en el Congreso, y que permitiría crear el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, requiere ser tratado con urgencia. Mientras no avancemos en esos frentes, la protección efectiva de nuestro océano simplemente es menor al 1% de nuestro maritorio.

Pero aún existe la gran oportunidad país de liderar globalmente la conservación del océano si acompañamos esas acciones con una visión estratégica. Esa visión no puede desvincularse de cambios culturales y, por lo tanto, de un programa de educación ambiental marina. Necesitamos facilidades, específicamente acuarios y centros de educación, acercar el mar al currículum escolar y nuevas tecnologías para llevar el mar a cada escuela, a cada niño y niña. Cuando ellos conozcan nuestro mar y se enorgullezcan de los tesoros que alberga, habremos avanzado hacia la conservación de nuestro mar, con nuestra gente. No hay conservación sin educación. No dejemos escapar la oportunidad histórica que tenemos.

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