Pura impunidad




La espectacularidad de la fuga de un condenado desde los tribunales fue un suceso destacado en las noticias de la semana. Toda una trama: un delincuente calificado de peligroso tenía un cuchillo en su poder, con el que atacó al gendarme que lo custodiaba y le arrebató su arma, luego que éste le quitara las esposas, y con ella secuestró a un juez, lo que le franqueó la huida.

Hechos como esos no son inevitables y han ocurrido incluso en Estados Unidos, donde los medios de que disponen los custodios y las prácticas de seguridad suelen superar a las existentes en nuestro país. No obstante, hay que minimizar la posibilidad que acontezcan. Así, es evidente que los protocolos de control deben afinarse, como por ejemplo precisar y restringir las ocasiones en que se pueden sacar las esposas a los conducidos fuera de un penal; como también, otras medidas más de fondo y que son propuestas obvias: por ejemplo, que diversas gestiones pueden realizarse desde la cárcel vía teleconferencia al tribunal, con lo cual se disminuirían los costos de los incesantes traslados y los riesgos asociados a ellos.

Dicho eso, este caso nos ha permitido tomar nota de algo que nadie ha puesto realmente de relieve: la baja pena que se impuso al autor de un crimen horrendo. Sucede que el fugado -que fue recapturado-, un delincuente con nutrido historial, asesinó a una joven que se resistió a la agresión sexual, golpeándola en repetidas ocasiones en la cabeza con una piedra. No solo eso, sino además la mordió en cuatro ocasiones. Y fue condenado apenas a 10 años de presidio, lo que sabemos, merced a la laxitud con que se maneja el sistema de libertades condicionales, auguraba que al cumplir cinco años quedaría en libertad. De hecho, llevaba tres años y medio, así es que se trata de un truhan poco criterioso: mejor hubiera esperado un poco e igual habría salido. Ahora, es posible que le agreguen unos cuantos años más.

Un crimen que salió barato. ¿Quién habló por Sixta Muñoz, la joven víctima, para impedir que se impusiera una pena tan leve?; ¿dónde estaban las activistas de género? Hoy parecen más preocupadas de justificar el "tetazo" de Buenos Aires, que de clamar por la injusticia en que terminó el caso de Sixta.

Pues bien, ese es el principal problema que afecta a Chile: la impunidad. Que un crimen atroz termine en una pena leve, es impunidad. Y nótese que no es materia de modificar la ley -un tic de los chilenos-, sino de cómo se aplica: si el delito por el que condenó es homicidio calificado, la pena contemplada por la ley va de 15 años a presidio perpetuo. Vaya uno a saber cómo terminó en 10 años, pero el problema está en los jueces, que no aplican la ley como fue concebida, sino como ellos creen que es mejor. Incluso si hay un error en la información de prensa y la condena fue por otra figura similar, cualquiera admitía escalar hasta los 20 años; y hacer algo de justicia a Sixta Muñoz.

Chile tiene un serio problema de delincuencia y mientras el mensaje sea de impunidad, no se podrá comenzar a revertir esa realidad. Y recuerde, en democracia suceden las cosas que permiten los ciudadanos. De su voto depende revertirlas.

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