¿Recuperar el cuerpo?




La discusión del proyecto de identidad de género se ha trabado. Esto ocurre en parte porque compromete aspectos emocionales que no pueden ser pasados por alto. Uno de ellos es la reacción de los conservadores, que tienden a considerar un peligro para la sociedad el que las personas trans puedan tener un mayor grado de decisión acerca de su identidad social y política. Ellos querrían mantener la doxa dominante, a priori hostil a los trans y a las minorías sexuales en general. Por eso no es nada de raro que, después de alguna piadosa (¿hipócrita?) referencia a la dignidad de los trans y a su "delicada" situación, los conservadores se refieran a ellos como enfermos, locos, gente que carece de una percepción de la realidad, etc. De este modo, los adjetivos van reemplazando a los argumentos. En esa lógica, las diferencias no son propiamente discutidas, sino moralizadas y psiquiatrizadas (y al respecto puede el lector abrir cualquier manual de moral sexual cristiana o de psiquiatría, que sea anterior a la década del '60 del siglo pasado).

Pero en realidad, los conservadores de distinta índole tienen argumentos, que presentan deficiencias nada desdeñables. Argumentar bien supone asumir los asuntos desde una perspectiva más integral que parcelada y, en ese sentido, los defectos de sus razonamientos saltan a la vista. Por ejemplo, confunden el género con el sexo, y tienden a unificar monolíticamente todo eso con la orientación sexual. Pasan por alto (¿o les dan igual?) todos los problemas que en su vida tienen que encarar los trans, como discriminación, desempleo, marginalidad, etc. Además, han difundido la falsa idea de que el proyecto de ley de identidad de género permitiría cambiar el sexo registral de los niños sin el concurso de sus padres. Y, para peor, algunas de las indicaciones que han hecho algunos de sus parlamentarios parecen hechas de mala fe, como por ejemplo, el dar una acción a terceros para que se oponga a la solicitud de cambio de sexo registral de un adulto. El único que se ha restado a la frivolidad de la derecha conservadora ha sido Felipe Kast, que busca resolver una cuestión delicada más que ganarse un punto con sus socios de coalición.

Pero, en rigor, el problema conceptual es bastante más profundo del que los conservadores creen. La tesis que subyace a su posición es que existe sólo una forma de sexualidad legítima, la sexualidad "natural", esto es (y por utilizar la expresión tradicional), el coito por "vaso regular" y abierto a la procreación (es decir, sin anticonceptivos ni contraceptivos, etc.). Esta tesis es problemática, no sólo por sus presupuestos, sino también —y como prueba la historia— por su potencial para alentar estereotipos acerca de la naturaleza y función de la mujer, los hombres, las minorías sexuales, etc.

Además, los conservadores plantean de modo oportunista un argumento más bien confuso, que apela al carácter social del hombre. Primero, porque ninguno de los partidarios del proyecto ha negado nunca esa sociabilidad. Y segundo, porque tal argumento por sí mismo no dice nada, y lo que dice parece más bien inducir a una sociedad autoritaria. ¿Cómo deberían concebirse, por ejemplo, la libertad de expresión y de conciencia según ese argumento? ¿Podría una persona sostener una opinión minoritaria o cambiar de religión o eso podría considerarse "anti" o "asocial"? Detrás de esa apelación oportunista y confusa a la sociabilidad se esconde, en definitiva, la típica creencia conservadora de que la gente no debe tener autonomía, más que para hacer lo que los conservadores dicen que se puede hacer.

Sin embargo, este argumento a partir de la sociabilidad sólo parece tener sentido si se le une con el de la sexualidad "natural". Seguramente algunos conservadores no querrán unir explícitamente aquél a éste, entre otras cosas por la poca adhesión que suscita el argumento de la sexualidad natural entre el gran público. Si ese fuera el caso, la estrategia conservadora dejaría mucho que desear desde el punto de vista de las reglas del debate democrático.

Por último —y es muy difícil saber de dónde sacan esas cosas— los conservadores dicen que los partidarios de la diversidad sexual y del reconocimiento de los derechos de los trans adhieren a un dualismo metafísico. Algún conservador incluso llega a elaborar una extraña heterotopía sin cuerpo a propósito de Foucault, que daría para hacer una arqueología de la ignorancia, que no tendría nada de emotiva. Como ella revelaría, además, las fáciles etiquetas conceptuales que endilgan los conservadores a sus detractores no esconden más que la misma idea: sólo viven no alienados los que viven como los conservadores creen que hay que vivir. Mientras, no importa que se dilate aún más la recuperación de los trans de su propio cuerpo e identidad.

Todo esto implica, como siempre, que los conservadores desprecian la autonomía de aquellos que no se ajustan a su concepción de las cosas o a sus prejuicios de clase (que son los que una persona tiene cuando adhiere a unos principios sin haberlos examinado).  Mientras eso suceda, será imposible mantener una discusión fructífera, más allá de las descalificaciones y caricaturas que, con tanto gusto, vamos colgando unos a otros.

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