Relaciones Chile-Argentina: la otra mejilla




Si se hace un repaso sereno de las relaciones entre Chile y Argentina, que acaban de sufrir un nuevo desafío con los disparos de la Presidenta Cristina Kirchner contra el Presidente Sebastián Piñera por Twitter, es difícil no concluir que Santiago lleva tiempo haciendo gala de paciencia.  Una paciencia parecida a la que tiene el primero de la clase con el chico malcriado que desde atrás le tira papelitos con un liga (y a veces piedras con una honda).

La expulsión de Lan del hangar que usa en el Aeroparque de Buenos Aires por parte del organismo regulador del sistema de aeropuertos (Orsna) -a pesar de los cinco mil millones de dólares que ha invertido la empresa y del alquiler mensual de 20 mil dólares que paga de acuerdo con contratos vigentes- es sólo el último de una larga lista de actos hostiles que se iniciaron con Néstor Kirchner. Los "tuits" de la presidenta aludiendo a la participación que tenía Piñera en Lan y a sus frases sobre la dictadura con motivo de los 40 años del golpe de Pinochet son una mera cereza en el pastel.

Uno podría abandonarse a la tentación de afirmar que la hostilidad tiene que ver específicamente con Piñera, situado en las antípodas ideológicas de Kirchner. De hecho, hay que recordar que, a los pocos meses de haber asumido el mando el Mandatario chileno, el gobierno argentino dio asilo político a Galvarino Apablaza, acusado por hechos de sangre que se remontan a sus tiempos de miembro del FPMR. Pero las cosas empezaron mucho antes. En realidad, el primer gran acto hostil fue el corte del suministro de gas por parte de Néstor Kirchner en 2004.

Las relaciones habían sido tan buenas entre Carlos Menem y los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei, que ambos países habían resuelto lo que quedaba de sus asuntos limítrofes, impulsado una integración energética de gran envergadura y superado por completo los traumas de lo años 70 y la "guerra fría" de los 80. Entre 1998 y 2003, Chile se había ahorrado dos mil millones de dólares gracias al abastecimiento de gas por parte de Argentina y, gracias a esa relación, había diversificado su matriz energética. Ambos países, que comparten una de las tres o cuatro fronteras más largas del mundo, contemplaban ambiciosos planes de integración en toda clase de áreas.

La crisis argentina de 2000 y 2001 puso a prueba esta renovada relación, pero lo que realmente le supuso un desafío frontal fue el kirchnerismo a partir de 2003. A Ricardo Lagos (que sufrió el inicio de los cortes de envíos de gas) y a Michelle Bachelet (a la que le tocó la segunda parte de esos cortes y el ascenso de una Cristina Kirchner más beligerante) las cosas no les fueron muy bien con Argentina, sin menoscabo de ciertos períodos de distensión y hasta sonrisas. Chile, a pesar de las trabas que continuamente afectaban sus exportaciones a Argentina, no obstaculizó las exportaciones argentinas a su territorio. Dicha política, que fue seguida por la Concertación y mantenida luego por Piñera, es larazón por la cual hoy los argentinosvenden a los chilenos cuatro mil millones de dólares más de lo que los chilenos venden a los argentinos.

Con un sentido acertado no sólo del libre comercio sino también de lo necesario que es no entorpecer las cosas para preservar el espíritu de buena vecindad, Santiago nunca retrucó a pesar de la lluvia de medidas que afectan a sus empresas en Argentina y a sus exportaciones hacia allá. Entre otras, el control de cambios, el control de precios, los subsidios, los aranceles y las barreras no arancelarias, incluida una laberíntica lista de licencias y permisos. Para no hablar de la inflación, claro.

No está de más recordar también que, a pesar de los enfrentamientos continuos, Aerolíneas Argentinas pudo operar en Chile. Como ha recordado Javier Corrales, académico de Amherst College, en un excelente análisis reciente publicado por "Americas", la revista del Council of the Americas y la Americas Society, se le permitió a su filial en Chile competir en el mercado doméstico por varios años: fue sólo la crisis de Aerolíneas Argentinas como empresa la que interrumpió esa presencia en el mercado interno chileno. Ahora, Aerolíneas lleva casi cinco años en las manos del Estado argentino; desde entonces, ha perdido casi cuatro mil millones de dólares. Esa es la razón por la que Buenos Aires viene desde hace meses metiéndose con Lan: quiere eliminar a un competidor, porque no sabe cómo competir con él. Digo bien "meses" porque las cosas no empezaron con el reciente conflicto. Ya en mayo pasado Lan tuvo que suspender vuelos a Buenos Aires cuando la empresa de operaciones terrestres, Intercargo, le suspendió el servicio. ¿Hubo por parte de Chile alguna represalia? No, al revés: un día después el Canciller Alfredo Moreno condecoró a su par argentino (no era para tanto, Canciller).

Consciente de las dificultades que se presentaban en sus otros dos frentes, Perú y Bolivia, en el primer caso por el proceso en La Haya y en el segundo por el viejo reclamo marítimo, Piñera extremó desde el inicio una actitud amical para con Cristina Kirchner. Algunos participantes en un evento del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el que también estuvo Piñera siendo candidato presidencial recordamos que con ocasión de aquel viaje el hoy mandatario visitó a la presidenta. En sus declaraciones a la prensa argentina extremó (más de lo necesario) sus buenos deseos para con un gobierno que llevaba mucho tiempo provocando roces con Chile. A quienes estábamos en Argentina tratando de ayudar a sectores responsables a promocionar ideas más modernas en un país asfixiado por el populismo, sus coqueteos con el kirchnerismo nos descolocaron un poco aun siendo evidente que eran, para quien se encaminaba a la Presidencia chilena, difíciles de evitar. Menciono esto como pequeño testimonio de hasta qué punto, en contra de lo que pudiera pensarse, Piñera no ha querido que sus diferencias ideológicas con el populismo de los Kirchner entorpezcan su relación. Era ya su estrategia siendo candidato.

Exactamente igual que lo ha hecho con otros gobiernos de izquierda, incluyendo los dictatoriales, el mandatario chileno ha realizado un constante esfuerzo por llevarse bien con sus adversarios ideológicos argentinos. Así como ha tenido una agenda doméstica pragmática que parte de la derecha chilena ha juzgado demasiado concesiva, ha llevado a cabo una política exterior alejada de la ideología. No ha perdido ocasión, en el caso específico de Argentina, de mostrarse solidario con el kirchnerismo. Nunca se notó esto tanto como cuando respaldó a Argentina en el reclamo por Las Malvinas. Un reclamo que la mandataria argentina, por razones de política interna, convirtió en eje de su política exterior después de varios años en que ni su marido ni ella habían tocado el asunto.

En lo que resta de la Presidencia de Piñera, el Twitter de Cristina Kirchner va a ser el gran reto para la relación. A medida que se acerque la fecha de las elecciones legislativas que casi con toda seguridad sepultarán sus planes reeleccionistas, la Presidenta va a ir intensificando el uso del Twitter (el día en que se refirió a Piñera y Lan disparó 54 "tuits" en total). Lo hará, como de costumbre, para atacar a sus adversarios internos, pero también para comentar la coyuntura externa, siempre con el rabillo del ojo puesto en el escenario nacional. Esto implica que cualquier circunstancia será aprovechada para comentar la coyuntura internacional y específicamente latinoamericana con fines internos. De allí a provocar a Chile hay un paso corto.

¿Qué debe hacer Chile? Por lo pronto, mantener la paciencia. Se sabe ya que Chile no tendrá que lidiar con el kirchnerismo sino hasta 2015, cuando todo indica que se producirá una transición hacia una mayor seriedad y fiabilidad en ese hermoso y trágico país. Este horizonte temporal, claro, desborda a la Administración Piñera y abarcará a una parte de la Administración que venga después de las elecciones chilenas. Pero ¿debe un gobierno seguir poniendo la mejilla eternamente cuando el gobierno vecino lo abofetea sin mayor razón una y otra vez? En el supuesto de que la respuesta fuese no, ¿cómo responder sin correr el riesgo de que las cosas empeoren y se agraven? Este delicado juego de poleas es el que tiene entre manos el gobierno de Piñera por ahora.

No hay, por cierto, una garantía absoluta de que en Argentina se imponga la sensatez política en el futuro cercano. Algunos de los actores importantes del momento, que representan variantes del populismo peronista, parecen menos interesados en un modelo alternativo que simplemente en deshacerse de la presidenta una vez acabado su mandato. Los sectores más serios están divididos y han sido incapaces hasta ahora de llegar a algún entendimiento. Por eso el kirchnerismo, a pesar de haber obtenido apenas la cuarta parte de la votación en las recientes primarias (anticipatorias de las legislativas de octubre), mantiene un aura de Blanca Nieves y los siete enanos.

Un síntoma de que las cosas podrían empezar a variar se dio esta semana, cuando el jefe del gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, dijo que había un "círculo rojo" que estaba propiciando un entendimiento entre él, el intendente Sergio Massa, ganador de las primarias en la provincia de Buenos Aires, y el gobernador Daniel Scioli. Sus declaraciones provocaron las iras de la presidenta; luego Macri las matizó, explicando que se trataba de un grupo de personas con fuerte nivel de politización que ve con preocupación el deterioro argentino y quiere darle una salida al país con ese acuerdo. No sabemos si esa o alguna otra alianza acabará forjándose. Todos los días se tejen y destejen alianzas opositoras. Pero lo que sí es seguro, desde el punto de vista de las relaciones entre Chile y Argentina, es que mientras siga imperando el populismo no es razonable pensar en un proceso integrador y unas relaciones bilaterales exentas de una permanente obstaculización. También hay otro escenario complicado para ellas: un eventual gobierno débil que reemplace al kirchnerismo pero no pueda superar la herencia del modelo argentino y la inercia de sus relaciones exteriores tercermundistas.

Mucho dependerá de la derrota que sufra el kirchnerismo en octubre. Si es muy contundente, la visión de un modelo alternativo cobrará fuerza. El segundo reto será darle una expresión unitaria o al menos lo suficientemente concentrada como para evitar que la dispersión produzca, en 2005, ese gobierno débil que para las relaciones vecinales acabe no siendo mucho mejor que el de todos estos años. No me atrevo a hacer un pronóstico. Sé que hay muchos líderes políticos y cívicos argentinos plenamente conscientes de la necesidad de evitar semejante cosa. Pero también sé que hasta ahora no han sido capaces de demostrar que saben cómo lograrlo.

En cualquier caso, el destino de Chile, en lo cercano, es seguir poniendo la otra mejilla. Sin que se note demasiado.

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