Sobre romances y chistes malos




COMO SI la política no estuviese lo suficientemente castigada, sus protagonistas hacen mérito para profundizar la debacle. Un expresidente recurre a vulgaridades para divertir a sus partidarios, una candidata habla por celular mientras conduce, al otro se le "cuelan" errores en su programa de gobierno y así, suma y sigue.

¿Qué puede ser más fome, torpe y vergonzoso que el chiste de Piñera? Que me disculpe este señor Del Río, porque no soy ni talibán ni progresista, pero lo más impresentable de la talla del Chato es que el hombre ya pasó por esto. Sabe perfectamente que las Piñericosas se convirtieron en sello de su gestión. Sabe que le van a estar revisando hasta la última línea de lo que diga. Sabe -o debiera a esta altura sospechar- que tiene un severo problema de contención verbal y corporal.

Entonces, como damos por sentado que el hombre no es leso y que tiene conciencia de estas limitaciones (o así se lo debiese advertir su equipo de campaña), no queda más alternativa que evaluar su chiste como la expresión verbal de una concepción bien machista del mundo que le rodea o de una simple, pero no menos reprochable, vulgaridad. Por lo demás, no es primera vez que el expresidente mete las patas con intervenciones similares, lo que nos lleva a sospechar una cierta inclinación por este tipo de bromas.

¿Recuerdan cuando le dijo al abuelito que estaba mejorando la raza porque el nieto era más rubiecito? Un chiste de ese corte en países más avanzados y al Presidente de turno no le cabe más alternativa que pedir disculpas por cadena nacional.

¡Qué zancadilla más necia la que se auto infligió Piñera! Porque el problema no se limita a lo que dijo, sino al hecho de que pone en riesgo el principal mensaje que pretende transmitir su campaña: vote por mí, ya fui Presidente, tengo experiencia, sé lo que hay que hacer, no cometeré los mismos errores. El chiste, en cambio, nos muestra a un Piñera que no aprende, que se sigue considerando el más vivo, el más rápido, el más oportuno por lo que piensa, dice o hace.

Es que la reacción ha sido histérica, que hay un aprovechamiento político, que Bachelet no armó el mismo lío con lo de la muñequita inflable de su ministro de Economía. Cierto. Pero eso forma parte de las reglas básicas de la política: restregar hasta el infinito los condoros del contrincante.

En la vereda del frente, las cosas no marchan mejor. Los vaivenes legislativos de un senador de la República llevan a una malhumorada Camila Vallejo a reclamar por la separación entre amor y política. En el medio, una ex ministra de Estado sobre la cual pesan demasiadas acusaciones. Como si fuera poco, el exrostro de TV envía a Goic recados de un "romance apasionado".

Escuchen, por favor, este ruego de contribuyente: un poco de seriedad. Intenten ponerse a la altura de las circunstancias. Se los vamos a agradecer.

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