Y se fueron a sus tierras…




*Diego Melo, Cátedra al-Andalus/ Magreb, Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibañez.

Estando de excursión en un castillo fronterizo, cerca de Granada (España), el guía nos explicaba una serie de cuestiones tácticas de la defensa de la frontera. Curioso era su discurso maniqueísta de buenos (cristianos) contra malos (musulmanes), pero aún más interesante era como su pecho se inflaba ante un discurso nacionalista que derrochaba un entusiasmo del siglo XV. Se sentía como un promotor de la obra de los Reyes Católicos. El corolario de esto fue cuando afirmó: Y entonces los moros se fueron a su tierra!.... El trasfondo de lo anterior es la manifestación de un discurso añejísimo y de un nacionalismo trasnochado…aquel que intenta borrar la herencia musulmana de un plumazo, lo que es como intentar tapar el sol con un dedo.

Los musulmanes tuvieron una presencia, más amplia o más reducida dependiendo del momento, en la Península Ibérica, que se extendió por más de 700 años. Pensar que ellos no eran de allí es una falacia: sus padres, sus abuelos, sus vice-abuelos, etc. habían nacido allí. Por tanto, sí eran de allí. En tiempos en que el Mediterráneo era un espacio de circulación abierta, las fronteras parecían abrirse y las migraciones permitieron el desarrollo de vinculaciones virtuosas que, sin duda, contribuyeron al desarrollo de la realidad tal y como la conocemos, en un espacio que, por cierto, era más multicultural de lo que pensamos, tal como se manifiesta en el arte, la literatura y otras manifestaciones de diversa índole.

Negar nuestro pasado, es no saber hacernos cargo de las ventajas que tiene el desarrollo humano en todas sus posibilidades por medio del intercambio y la coexistencia. Si la justificación tiene que ver con, por ejemplo, limitar el ingreso de posibles terroristas, o bien 'cuidarnos' de perder una muy discutible identidad nacional, es no lograr entender que los procesos históricos deben entenderse a partir de una perspectiva amplia y no desde un sesgo ideológico, muchas veces a-histórico.

No hay cierre de frontera física que pueda frenar la globalización digital y a los propagandistas que se integran por distintos medios a las mismas. Justamente, la exclusión es una de las causas que motiva la desazón y, luego la frustración y el odio. He allí, uno de los materiales que nutre al 'yihadismo', además, por supuesto, de los comportamientos disfuncionales de los radicales mismos que lo promueven. Si no somos capaces de entender esa clave, la de la integración y el conocimiento del otro, ni "mandándolos a su tierra", nos libraremos de ellos. No nos esforcemos en cerrar las fronteras, porque ahí no radica el problema.

Es curioso, al menos, que desde el lenguaje se proyecte esta usual y, por lo demás, muy dañina doctrina: "(…) esta es mi tierra y por consiguiente, mi historia". Lo hemos escuchado y leído tantas veces; hemos sido testigos de eternos conflictos que han legitimado, según algunos, la violencia y la persecución en contra del otro, del distinto, del que habitó acá "solo excepcionalmente".

Quizás lo que nos falta es empatía, porque al final del día, no somos nosotros –ni tampoco ese guía- los que debemos huir de la ciudad que nos vio crecer porque las bombas, las balas, el frío y el hambre nos tienen al borde de la muerte. Contar la historia que me enseñaron, pero sin siquiera atreverse a cuestionarla desde una perspectiva crítica, considerando por lo demás que ese otro también es parte de ella, ayuda, sin duda, a profundizar la más peligrosa de las ignorancias; esa que ni siquiera percibes y que, por lo tanto, te deja desnudo frente a las herencias del tiempo.

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