Sobre la marcha y cuesta arriba




No cabe la menor duda que el ruido que ha estado haciendo la campaña de Evelyn Matthei describe mejor que nada las dificultades de levantar desde la centroderecha una opción presidencial sobre la marcha y de estándares competitivos. Esas dificultades son arduas, son numerosas y además, exigen una coordinación muy fina.

Desde afuera, y a partir de puras impresiones, el observador llega a pensar que el problema radica en que el comando reprodujo en su interior las mismas divisiones y divergencias intestinas que tiene la Alianza. Esos desencuentros existen, son de distinto peso y en los primeros años de este gobierno lastraron fuertemente la iniciativa política del sector. Sólo una vez que el Presidente se dio cuenta de que por ahí su administración estaba perdiendo aire, abriéndose con la llegada de Andrés Chadwick al Ministerio del Interior a un manejo más cuidadoso de los equilibrios y contrapesos, el gobierno pudo rearmarse un poco en términos políticos. Quizás algo de eso sea lo que está faltando en el comando de Evelyn Matthei. La aventura en que ésta sobrepasa a su partido, la UDI, sobrepasa a RN y la Alianza y la sobrepasa también a ella como candidata. Pero hay también otras consideraciones.

Las comparaciones son odiosas

Vaya que es distinto hacer política cuesta arriba. Es cierto que todas las comparaciones son odiosas y que no es lícito ni razonable mirar para el frente, donde Michelle Bachelet hace su campaña con viento a favor, sin grandes pellejerías ni apremios, en función de un libreto que se ha estado cumpliendo al pie de la letra y de una programación territorial y de contenidos que, en la mirada de los que algo saben de estas cosas, se parece al avance de esos ejércitos de infantería profesionales e imbatibles que no deja rincón por ocupar. Podrá discutirse si esta imagen es o no la más adecuada.

<em> Tampoco es sano mistificar, porque al final también en el comando de Bachelet hay tensiones y divergencias. Sólo que allá se notan menos porque la candidata es la que arbitra y la candidata es también la que decide.<strong> Y lo hace con la autoridad que le concede la enorme ventaja que le reconocen todas las encuestas.</strong></em>

Claro el cuadro a uno y otro lado es distinto. Bachelet llegó donde está a raíz de un sostenido clamor de la base social y, en cambio, Evelyn Matthei debió asumir la candidatura de la Alianza no al primero sino al cuarto bote, una vez que se malogró la de Laurence Golborne, que se frustró por la depresión la de Pablo Longueira y que se quemara por errores inexcusables la de Allamand. Cuando su nombre se impuso en el sector -y fue un proceso bastante rápido, atendidos los delicados dilemas que estaban en juego-, tanto el gobierno como los dirigentes de la Alianza volvieron a respirar tranquilos. Pero al día siguiente, el desafío apareció en su real dimensión. Una cosa es elegir una candidata y otra, montar una campaña. Había que partir de nuevo, reconstituir los equipos de trabajo y cocinar a la velocidad del rayo platos que en condiciones normales suponen fuegos mucho más lentos.

La culpa es del otro

No sólo en política, cuando en las organizaciones nada sale fácil, cuando las cosas cuestan mucho, cuando se tocan distintas teclas y no se logran resultados fulgurantes, la reacción natural, aparte del desaliento, es culpar del problema al otro. Al que está al lado o al frente; al que está arriba o abajo. Así como cuando las cosas van bien todo fluye, cuando se trancan la pregunta es de quién es la culpa. Pero eso corresponde sólo a una fase. Es el a veces largo momento de la oscuridad total. Por lo visto, el comando de Matthei ya lo pasó. Fue la semana pasada, cuando se hicieron patentes varios desentendimientos en el comité político de la campaña, cuando hubo rebrotes del Chile fáctico  y cuando la propia candidata se enredó dando respuestas poco satisfactorias acerca del régimen militar. Le llovieron, incluso desde el gobierno, críticas a ella y también a Joaquín Lavín, el generalísimo. Pero superado el chaparrón, una vez que pudo articularse mejor el despliegue territorial, que comenzaron a salir propuestas del equipo programático y que la candidata se fue a terreno y a regiones, donde ella se siente mucho más libre que en Santiago, las cosas se han estado recomponiendo. El episodio desde luego que tuvo costos. Matthei quedó fuera del debate sobre los 40 años del Golpe, que con seguridad va a continuar copando la agenda informativa en los próximos días. Ni siquiera hay que preguntar cuál es la interpretación que se impuso. Pero distintos colaboradores de la candidata aseguran que la organización que ella armó está bien preparada para dar la pelea de fondo que se anticipa para después del 18. No queda otra. Después del Once viene el Dieciocho y septiembre comienza a despedirse. Esta será una campaña breve y súper concentrada.

Atrincherarse o expandirse

Lo que todavía no está del todo definido es de desde dónde se va a plantar la candidata. Sus opciones remiten a una encrucijada que la centroderecha se sabe de memoria y frente a la cual todavía no tiene una respuesta unívoca y concluyente. O se hace una campaña con el repertorio de ideas ya aprobadas que entrega la ortodoxia -y donde cada propuesta debe exudar neoliberalismo y desconfianza al Estado- o, con miras a mejorar la convocatoria hacia sectores de centro, se hace campaña con ideas nuevas, más sintonizadas con los tiempos que corren. Este mismo dilema se lo planteó en su momento la campaña de Sebastián Piñera y él no vaciló un segundo. Por eso, hasta el día de hoy, los ortodoxos se quejan de que Piñera no haya gobernado con las ideas de derecha. El diagnóstico es certero, aunque la queja es injusta. Y lo es porque no fue con esas ideas que el Presidente llegó a La Moneda el 2010.

<em>En el entorno de Matthei apuestan a que si todo sale como calculan, el electorado sabrá reconocer en su momento la calidad de las propuestas que ella ofrecerá al país en su campaña. <strong>Están convencidos de que la capacidad de concebir y ejecutar buenas políticas públicas hará toda la diferencia en el destino que aguarda a Chile en los próximos cuatro años.</strong> </em>

Matthei -se asegura- tiene planteamientos muy serios en los temas de delincuencia, educación y salud, que no por casualidad son los ejes de su campaña y corresponden a los tres problemas que el país considera prioritarios. Su idea, por otra parte, de dignificar el espacio público, que en Chile es el gran proveedor de bienes sociales y que es donde la gran mayoría de los chilenos cubre sus requerimientos de transporte, de colegios, de atenciones médicas o de protección a sus derechos como consumidores, comporta una opción que rompe con muchos tabúes de la derecha. Sea o no cierto el estereotipo, lo concreto es que es mucha la gente que cree que la derecha en el gobierno, antes de preguntar qué se puede hacer mejor, pregunta acerca de qué se puede privatizar.

Ella

Sea que quiera correr -como Piñera- las fronteras políticas de su sector o que prefiera una campaña puramente testimonial apelando básicamente al voto duro, lo cierto es que la candidatura de Evelyn Matthei no se desplegará en todas sus potencialidades mientras ella no se atreva a mostrarse como siempre ha sido: intensa, espontánea, atrevida, a veces inclasificable y original. Por algo siempre ha sido un poco república independiente dentro no sólo de la UDI, sino también de la derecha. Ahora está muy flanqueada por los partidos, por su generalísimo, por los cuadros que la apoyan y la secundan. Todo eso es fundamental, desde luego, porque las campañas presidenciales no son retos para llaneros solitarios. Pero el aparato se puede transformar en una verdadera trampa si su rodaje llega a significar tener que impostar la voz o tener que matar la espontaneidad. Lo primero, como lo sabe cualquiera, es fatal, porque la gente castiga la insinceridad. Lo segundo, aparte de fatal, es tremendamente soporífero, y se trata de despertar a la gente, no de dormirla.

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