Trump y la política reality




La presidencia de Donald Trump cumple un año repleto de declaraciones polémicas, personas de confianza fulminadas y crecientes sospechas sobre las relaciones de su entorno con Rusia. Da la sensación de que para este magnate reconvertido en Presidente el escándalo no constituye un hecho aislado, sino una constante que conforma un estilo de hacer política.

En una de sus últimas declaraciones, ante una propuesta para proteger a inmigrantes provenientes de Haití, El Salvador y África, Trump preguntó por qué Estados Unidos debería acoger a refugiados procedentes de "shithole countries", según testigos presenciales. El comentario despertó la usual tormenta mediática. Un senador confirmó que, efectivamente, Trump había usado esas palabras, lo cual le valió una dura crítica del Presidente en Twitter por haberlo malinterpretado. Otro senador alabó a Trump por "decir lo que la gente piensa", mientras la polémica se extendía a nivel global. Recientemente, dos abogados de la Casa Blanca comparecieron para alegar que Trump en realidad no había pronunciado el término "shithole", sino que había hablado de "shithouse countries", algo que, por lo visto, hace una gran diferencia. El pasado martes 16, cinco días después del incidente, el Washington Post calificaba esta comparecencia de "giro todavía más ridículo" en la trama.

Podríamos interpretar este suceso como una nueva salida de tono de Trump, prueba de su temperamento irreflexivo y su incapacidad para estar a la altura de lo que se le debería exigir al máximo mandatario de un país. No creo que fuera una interpretación errónea. Sin embargo, en ocasiones sospecho de la existencia de una cierta voluntad detrás de estos frecuentes episodios. ¿Por qué? Resulta evidente que, durante los cinco días en los que la descalificación de Trump ha ocupado la atención de periodistas, políticos y opinión pública, pocos se han preocupado por el verdadero tema en cuestión: el modelo de política migratoria estadounidense.

Esta estrategia no resultaría nada nueva: Silvio Berlusconi, antiguo primer ministro italiano, era especialista en levantar polvaredas mediáticas a propósito de comentarios inapropiados y de carácter personal sobre jueces, políticos de la oposición o mujeres. Tanto Berlusconi como Trump son multimillonarios convertidos en políticos y mantienen una estrecha relación con el medio televisivo: el italiano es fundador y accionista principal del grupo Mediaset, y suele aparecer en la televisión italiana; Trump ha aparecido en 13 películas y series, además de protagonizar su propio reality show: The Apprentice, lo que lo convierte en un producto televisivo.

Rafael Sánchez Ferlosio, agudo observador de la sociedad actual, alertó hace tiempo sobre la servidumbre de los medios hacia "la necesidad psicológica del escándalo", que adormece el sentido crítico y oculta el valor de los grandes temas –impersonales, ajenos a rumores y chascarrillos, incapaces de indignar o escandalizar. Consecuentemente con este diagnóstico, la estrategia mediática de Trump se encamina a saciar dicha necesidad del mismo modo que lo hace un reality.

Los problemas en las relaciones personales, los escándalos y los secretos despiertan la atención y el seguimiento de las grandes audiencias en una medida mucho mayor que los temas que solíamos considerar importantes. Así, frente a políticos profesionales que aburren al espectador con declaraciones sacadas de un argumentario, Trump protagoniza un show en el que se pelea con sus colaboradores y genera siempre nuevas polémicas. La seducción radica en presentarse como alguien auténtico, que dice lo que piensa: alguien "real". Es precisamente esa cercana incorrección la que logra, como en un Gran Hermano o un Volverías con tu ex, monopolizar la atención del público y buena parte de los medios y dirigir, de manera inadvertida, la agenda pública. Es la política reality.

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