Trump y Rusia: demasiadas preguntas sin respuesta




Afirmar que el gobierno de Donald Trump constantemente está entregando material nuevo a los guionistas de la serie "House of Cards", pareciera una exageración y una frase destinada a convertirse en un lugar común. El problema es que más allá de las eventuales similitudes con las maquinaciones del ambicioso Frank Underwood, lo cierto es que hoy Washington parece estar más cerca de "The Americans", la estupenda serie acerca de un matrimonio de espías soviéticos que vive en la capital de Estados Unidos durante los años de la presidencia de Ronald Reagan.

Es que desde la campaña presidencial del año pasado, cuando Trump alababa el liderazgo de Vladimir Putin y llamada públicamente a Rusia a filtrar los correos electrónicos de Hillary Clinton,  que todo parece tener relación con el Kremlin.

Una de las últimas decisiones que Barack Obama tomó a fines de diciembre pasado —solo semanas antes de entregar la presidencia a Trump— fue expulsar a 35 funcionarios rusos de la embajada en Washington y del consulado en Los Angeles (California), como represalia por la supuesta intervención de Moscú en las elecciones estadounidenses (hackeos contra la campaña demócrata, entre otros). Obama había recibido informes confiables y categóricos de la CIA, el FBI y la NSA respecto de la intromisión rusa.

Pero las cosas no se detuvieron ahí y hoy la sombra del Kremlin —tal como lo evidencia esta semana la portada de la revista "Time"— se extiende amenazante sobre la administración Trump.

Destituir al director del FBI está dentro de las atribuciones de cualquier Mandatario estadounidense. Y eso fue lo que Trump hizo con James Comey. El punto es la cadena de acontecimientos que esto ha generado y que nuevamente parecen involucrar a Rusia.

Comey, quien dirigía la investigación de los vínculos del equipo de campaña de Trump con Moscú, a comienzos de mayo reconoció errores graves en su declaración bajo juramento ante el Comité Judicial del Senado, sobre los correos privados de Clinton. Y la Casa Blanca no dejó pasar la oportunidad.

Tras la destitución de Comey, con las especulaciones corriendo como un reguero de pólvora por Washington, Trump —siempre a través de su hiperactiva cuenta personal de Twitter— deslizó una amenaza velada al afirmar que "será mejor para Comey que no haya tenido grabaciones de nuestras conversaciones antes de que empiecen las filtraciones a la prensa".

Posteriormente, "The New York Times" publicó que durante una cena privada —antes de la salida del director del FBI—, Trump le había exigido a Comey "lealtad", pero que él solo le había ofrecido "honestidad".

Y hace pocos días, el mismo periódico aseguró que en febrero Trump, ya convertido en Presidente, le había pedido a Comey que cerrara la investigación en curso sobre los vínculos del ex asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn y los rusos.

Vale la pena recordar que Flynn tuvo que renunciar antes de que Trump cumpliera un mes en la Casa Blanca, cuando se hizo público que él —previo al cambio de mando— se había reunido con diplomáticos rusos tras conocerse las sanciones impuestas por Obama. Y que en dicha oportunidad les pidió no tomar ninguna acción contra EE.UU., ya que el nuevo gobierno podría revertir las sanciones.

Esta semana la situación se complicó aún más cuando "The Washington Post" sumó un nuevo elemento a esta cadena de polémicas, al revelar que cuando Trump recibió en la Casa Blanca —la semana pasada— al polémico embajador ruso en EE.UU., Sergey Kislyak, y al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, el Presidente alardeó de la excelente información de inteligencia que recibía a diario.

De esta manera fue que Trump acabó —voluntaria o accidentalmente— compartiendo información sensible acerca de los operativos en curso contra el Estado Islámico; datos que al ser revelados, no solo habrían expuesto a los agentes infiltrados, sino también al país aliado detrás de ese trabajo, y que sería Israel.

¿Por qué un candidato presidencial republicano demuestra públicamente su simpatía por Vladimir Putin? ¿Por qué figuras como Flynn o el fiscal general Jeff Sessions tuvieron tantos contactos con los diplomáticos rusos? ¿Qué transforma al embajador Kislyak en una figura clave en todo este entramado? ¿Acaso la destitución de Comey buscaba cerrar la investigación del FBI sobre la "trama rusa"?

Estas y otras preguntas aún permanecen sin respuesta. Y ese silencio solo alimenta más y más los rumores y especulaciones conspirativas en torno a este tema. Lo único claro es que hasta el momento, en este caso, todos los caminos parecen llevar directamente a Moscú.

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