Un agradable nocaut




Las citas al box no son novedad en Chile en bandas de renombre. Hace diez años lo hizo Coldplay cuando debutó en Espacio Riesco -Chris Martin salió lanzando golpes-, y en 2014 al mando de 30 Seconds to Mars, Jared Leto irrumpió ataviado con guantes y capucha en el Movistar. No hay dos lecturas. La idea es tumbarte. Pero ninguna de esas bandas logró lo que anoche consiguió Arcade fire en la principal arena de la capital engalanada como un ring. Los canadienses tienen golpes ganadores que marcan una notoria diferencia con otros números de rock indie. Lo primero: no asumen el escenario como si te estuvieran haciendo un favor. No representan al paradigma del músico de la categoría que toca mirándose los zapatos. Al contrario. El sexteto que en directo suma a cuatro intérpretes irradia una intensa energía. Superadas las presentaciones con una voz en off que anunció el show como si se tratara de un match pugilístico, Arcade fire arrancó con Everything now, la canción que da nombre a su álbum de este año, y que ha despertado resistencias en una parte de la crítica y de sus fans, algo confundidos por sus acercamientos a la pista de baile y los condimentos electrónicos. Sin embargo, paradoja, sobre el escenario donde abundan toda clase de instrumentos de cuerda incluyendo violines, guitarras y bajos, más teclados, batería y percusión, no hay un solo computador. El público simplemente se entregó al primer corte que contiene la dulzura melódica que hizo de ABBA un grupo irresistible, y que los canadienses tributan a la perfección con su propia personalidad.

Con Rebellion comenzó a resaltar otro elemento distintivo de Arcade fire: la importancia de la percusión en su música que soslaya despliegues solistas como vértice de un impulso bailable. El tema se convirtió en una celebración de carácter lisérgico como un Santana del siglo XXI. Para Here comes the night la asistencia que colmó el Movistar estaba unida en un solo pulso discotequero, que tuvo hacia el final un despegue fenomenal de percusión con aromas cariocas.

Sigue Haiti con Régine Chassagne asumiendo la primera voz. Ella y sobre todo Win Butler, un tipo imponente por su altura, acaparan las miradas. Al turno de Peter Pan y su ritmo reggae que recuerda cuan importante es The Clash en este grupo, la gente se mece plácidamente. En la pausa anuncian que donarán dinero y arremeten con No cars go con la banda en pleno cantando para elevar un final litúrgico perfectamente urdido para que el público se quede entonando hacia el final en perfecta comunión.

En Electric blue, una de las nuevas, el escenario se torna azul mientras Régine nuevamente asume de vocalista principal aunque siempre secundada por otras voces. Luego empalman con Put your money on me, una de las mejores composiciones de Everything now, con sus teclados vintage y primorosas armonías.

Por las pantallas gigantes un anuncio pide al público que encienda sus teléfonos y en segundos toda la sala se ilumina gracias a la reacción de la audiencia para así acompañar Neon bible. Más tarde haces de luces blancas apuntan desde el suelo al techo al turno de My body is a cage.    

La tarde de ayer Win Butler tuiteó sobre sus altas expectativas en el reencuentro con Santiago porque el público era el más loco que les había tocado en Lollapalooza, en referencia al show de 2014. Es el tipo de comentarios que habitualmente sueltan las estrellas del heavy metal sobre la audiencia chilena. Anoche una banda de rock indie consiguió la misma reacción al transmitir sinceramente sus ganas de dar todo en el escenario interpretando sus creaciones con la máxima energía posible. La gente acusó el golpe. Así da gusto ser noqueado.

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