Un estándar




NO VOY a defender a Cecilia Pérez de la agresión sufrida por parte de un "comediante" en un programa de televisión; no necesito hacerlo, porque ella ha demostrado que se defiende solita bastante bien, pero el problema de fondo excede con mucho sus derechos y su dignidad injustamente atacados. Aquí está en juego el tipo de sociedad en que queremos vivir y si alguien quisiera reprocharme el ser un derechista más, que se acuerda de los derechos cuando se afecta a alguien de su sector, me permito reproducir un párrafo de una columna que publiqué en otro medio en marzo del año 2015, refiriéndome a otra rutina del mismo comediante:

"Tal vez lo más perverso del programa, es que al verlo se siente en el ambiente, está implícito en toda la rutina, que a Sebastián Dávalos se le puede denigrar, insultar, violentar moralmente, porque es hijo de la Presidenta de la República". Es demasiada la evidencia que demuestra cómo, cuando se legitima la violencia verbal, se va horadando el concepto de que todos los seres humanos tenemos una dignidad esencial común y que nadie puede ser sujeto de un estatuto inferior de derechos en razón de su raza, género, condición sexual, ideología o religión. La violencia física es parte del mismo proceso, el odio se construye desde la caricatura que deshumaniza y que convierte a determinadas personas o categorías en objeto de un rencor validado socialmente.

Así ocurrió en la Alemania nazi con los judíos y entre nosotros, en distintos momentos, se demonizó a los comunistas, a Jaime Guzmán, a los latifundistas y a varios otros.  El resultado es conocido, las diferencias políticas derivaron en violencia que fue justificada desde diferentes sectores, porque cuando se permite que estas dinámicas se instalen y crezcan acaban contaminando a personas normales, que se ven arrastradas por ambientes cargados de odiosidad.

Por eso es que importan las instituciones y los valores que dan forma a una sociedad civilizada, porque ellos son los puntos de referencia que nos marcan el rumbo precisamente cuando es más importante, cuando la intensidad del debate o la fuerza de las diferencias legítimas nos inclinan al uso de medios ilegítimos.

Mantener vivos esos valores y las instituciones exige un requisito fundamental: tener la voluntad de defenderlos y aplicarlos sin importar la identidad de las personas involucradas, porque esa voluntad es, en sí misma, la esencia de un sistema de convivencia civilizado en que todos podemos sentirnos seguros. No basta con condenar la agresión a Nabila si miramos para el lado cuando se denigra a Cecilia, mañana pueden ser mi mujer o mi hija.

Termino con otro párrafo de aquella columna de hace dos años, porque no se me ocurre hoy uno mejor: "Tengo que reconocer que vi en internet la rutina de Yerko Puchento porque, con razón, me dijeron que era imprescindible para entender el Chile de hoy. Es verdad, es necesario verla, pero como es necesario ver cada cierto tiempo el rostro desfigurado del adicto o el auto destrozado por un choque a 200 kilómetros por hora".

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