Un tranvia en llamas




Se escucha el ruido de un tren pasando por vías elevadas y se abre el telón, en este caso, una de las paredes de un container metálico que cae al piso inmerso en una oxidada bóveda con antiguas ampolletas de filamentos eléctricos que se prenden y apagan. Dentro del contenedor aparece una habitación roja, donde reina un refrigerador Fensa de los años 60 y el cuerpo de una mujer tirado sobre una alfombra sucia. Entonces, se descorre una cortina de terciopelo rojo y emerge otra inmunda pieza de paredes verdes descascaradas y moho al por mayor. En ese cuchitril decadente e infecto transcurre la versión del director Alfredo Castro de Un tranvía llamado Deseo, el clásico de Tennessee Williams. Magnífica y descollante, Amparo Noguera es la principal pasajera de este tranvía que descarrilará en llamas. La actriz deslumbra como Blanche DuBois, una alcohólica, promiscua y voyerista mujer que en plena caída libre visita el departamento de su hermana Stella (Paloma Moreno), donde se encuentra con su cuñado, Stanley Kovalski (Marcelo Alonso), inmigrante proletario, bruto y muy sexual, y su amigo Mitch (Alvaro Morales).

Este tranvía viaja sin retorno hacia el sexo, la locura y la muerte. Esos tres elementos se desencadenan dentro de paredes cercadas por la violencia, el whisky y el hacinamiento de cuerpos y sudores. Los movimientos como cuchillas amenazantes de las piernas de Noguera anticipan el derrumbe de su cordura carcomida por el miedo a la vejez y la añoranza de un pasado perdido de ínfulas aristocráticas. Su descomunal talento interpretativo potencia sin tregua la perturbación psicológica del personaje. Todo en ella nos remece y transmite extrañeza. Mientras Blanche se marchita, se cuela una crítica a la xenofobia y el rechazo a los inmigrantes, representados por Stanley. Aunque el resto del elenco no está al mismo nivel de excelencia que ella, la escena en que Stanley golpea con sadismo a su mujer embarazada resulta tan real, cruel y extrema que no parece actuada.

Alfredo Castro recupera el poderío, lenguaje provocativo y belleza originales del texto. Teje con rigor y coherencia códigos atemporales con otros contemporáneos y hace guiños pop a la versión cinematográfica de Vivian Leigh y Marlon Brando. Castro construye una brillante actualización de la obra del dramaturgo estadounidense, cuya figura desgarbada recuerda al anciano que llega al final para llevarse el cuerpo violentado de la protagonista. En la vida real, Tennessee Williams fue el tipo de personaje que encarna Blanche: un marginal que traspasó los límites de la puritana sociedad de su época. Por ello, no deja de ser poético pensar que el propio William tome del brazo a su antiheroína y la acompañe en su naufragio. Los rieles de su tranvía, cargados de angustia y desolación, van directo al despeñadero y no hay marcha atrás.

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