Una vida de perros de primera clase (I)




Katherine Graham, la mujer que dirigió The Washington Post en sus años más turbulentos y exitosos, murió hace más de una década, pero sería interesante saber qué hubiera pensado ahora que sus herederos vendieron el periódico al multimillonario de Amazon Jeff Bezos. Según se desprende de sus memorias, lo único que realmente le quitaba el sueño era la posibilidad de perder su adorado "Post".

La primera vez que Katherine cruzó su destino con el diario fue a mediados de junio de 1933. Ella era una adolescente que estaba por salir de la secundaria, una chica tímida que llegó junto a uno de sus hermanos a examinar la última adquisición de su padre, el inversionista Eugene Meyer. Hacía ya bastante tiempo que Eugene quería tener un diario. En los años 20, Adolph Ochs le había propuesto que entrara como socio a The New York Times, pero el asunto no prosperó. Y algunos años antes de hacerse con el "Post" les extendió una oferta a sus propietarios por cinco millones de dólares, pero éstos la rechazaron. Cuando lo compró finalmente estaba en bancarrota y pagó 825 mil dólares.

Pues bien, pocos días después de la subasta pública en la que Eugene consiguió salirse con la suya, su cuarta hija ponía los pies en el viejo edificio de la calle E sin saber que con ello comenzaba "una vida de perros de primera clase", como ella misma diría en una carta a una de sus hermanas, carta que escribió algunos años después eso sí, cuando no sabía aún si debía meterse al mundo del periodismo.

Digamos que potencial había. Su familia y ella misma tuvieron desde siempre la suerte y la desdicha de conocer de primera fuente episodios importantes de la historia. Baste con decir que uno de sus tíos murió en el Titanic, y otro en Auschwitz. Además, su madre, Agnes Ernst, había ejercido como periodista a comienzos del siglo 20, en una época en que dicho oficio no era muy común entre las mujeres. Llevada por su inquietud intelectual, Agnes pasó algunas temporadas en Europa donde se codeó con personalidades como Auguste Rodin, Gertrude Stein y Marie Curie. Alguna vez le escribió a su hija: "Sé periodista, Kay, aunque sólo sea porque te da la excusa para perseguir inmediatamente al objeto de cualquier pasión repentina".

Katherine estudió periodismo en Chicago y recién egresada se fue a trabajar a un diario en San Francisco. Tras una temporada breve volvió a Washington en 1939 y al año siguiente se casó con Phil Graham, un abogado de Harvard que en aquella época era el brazo derecho de un prominente juez de la Corte Suprema. En enero de 1946, tras un par de años en el ejército y luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, Phil asumió como editor asociado en el "Post". Dos años más tarde, cuando Eugene es llamado a dirigir el Banco Mundial, le pide a su yerno que asuma como jefe máximo del periódico. Y además, les traspasa la propiedad a él y a su hija. A Katherine le toca una parte menor de la propiedad, pues su padre piensa que no es bueno que un marido trabaje para su mujer. Ella ni siquiera reclama.

Phil resulta un editor excelente. En la década siguiente, duplica el tiraje del diario y cambia las instalaciones a un edificio nuevo, siempre apoyado en la profunda billetera de su suegro. Compra un par de estaciones de radio y posteriormente un canal de TV. Compra la revista Newsweek. Se relaciona con el mundo político de la época, aunque más de lo que corresponde al dueño de un periódico. Termina escribiéndole algunos de los discursos al senador demócrata Lyndon Johnson y, tras muñequear ferozmente, consigue para éste la candidatura a la vicepresidencia de Estados Unidos, la que finalmente gana haciendo dupla con un tal John Kennedy. Después, el propio Kennedy pondría a Phil a cargo de Comsat, el primer esfuerzo público-privado por establecer comunicaciones satelitales.

Sumido en ese torbellino de responsabilidades y poder, Phil comienza a perder pie. Desde siempre había tenido una tendencia a beber en exceso, lo que sumado a una condición maníaco-depresiva no diagnosticada a tiempo, terminaron por hundirlo. No sin un par de episodios bochornosos, como cuando tuvo un encontrón con el presidente Kennedy y le preguntó si no sabía con quién estaba hablando. En la etapa final, dejó a su familia y comenzó un romance con una joven australiana que trabajaba para la revista Newsweek. Luego se arrepintió, pidió disculpas a su esposa e ingresó a una institución mental. Su calvario terminaría a mediados de 1963, cuando decidió pegarse un escopetazo en su casa de campo.

Lo que nos lleva a su viuda, Katherine Graham, madre de 4 hijos y hasta entonces el discreto apéndice de un sujeto brillante. Contra todo lo esperado, Ms. Graham decidió afrontar la tarea de dirigir al "Post" y los demás negocios relacionados. Según cuenta en sus memorias (Una historia personal, libro que publicó en 1998 y que le valió un premio Pulitzer), se sentía menos que infradotada para el trabajo que se le venía encima. Casi como pidiendo disculpas, en un ambiente masculino y machista, comenzó poco a poco a aprender y a validarse. Como figura pública, su consagración ocurriría en 1966, cuando su amigo Truman Capote le organizó una fiesta escandalosamente lujosa y multitudinaria, en Nueva York. Como editora de prestigio, el asunto tardaría un poco más.

En 1969 el republicano Richard Nixon asume la presidencia de Estados Unidos y tras una corta luna de miel mediática, comienza a mostrar su proverbial inquina contra la "prensa elitista de la costa Este", representada básicamente por The New York Times y The Washington Post. Cualquier crítica parecía irritar al mandatario, de manera que en junio de 1971, cuando el "Post" publicó los llamados Papeles del Pentágono (The New York Times había comenzado con la historia, pero los tribunales le habían prohibido seguir informado sobre el tema), el asunto se transformó en una guerra que se libró en varios frentes. De entrada, el legal pues el gobierno intentó por todos los medios que las publicaciones cesaran y que el diario fuera castigado. Pero también en el plano económico, pues The Washington Post Company tenía que renovar las lucrativas licencias de sus estaciones de radio y televisión, proceso que estaba enfrentando, sospechosamente, más problemas de los habituales. A ello se sumó el boicot que muchos avisadores comenzaron a realizarle al periódico. Fue la primera gran prueba al temple de Ms. Graham, que no flaqueó en su decisión de seguir informando sobre un tema que, a su modo de ver, los ciudadanos tenían derecho a que conocer. También sería un gran apronte para lo que vendría un año más tarde.

(la segunda parte y final de este texto estará disponible el próximo viernes, en este mismo blog)

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