Una visita incómoda




Alguien que se quede con el título, creerá que me voy a referir -ya lo hicieron varios- a la visita con que la Presidenta cerró las giras internacionales de el mandato que en poco más de dos meses vence. La verdad que no era un tema tan trascendente, y quizás lo más anecdótico son las declaraciones del empresario Fantuzzi, que se mostró gratamente sorprendido por la ausencia de controles en la Isla.

Quiero destinar este espacio de opinión a la visita del Papa Francisco, que ojalá sea incómoda, que este sacerdote latinoamericano jesuita -dos novedades absolutas en la historia del papado- incomode con su mensaje, desde luego a la propia jerarquía de la Iglesia Católica chilena, que los llame a acoger, más que a castigar, con la política, que convoque a desterrar el uso del poder en cualquier cosa diversa al interés común, con el mundo de la empresa , denunciando el abuso con los consumidores con las grandes centrales sindicales que también abusan de posiciones de privilegio.

Que dé su opinión sobre la migración, aunque duela a los que la miran como una mala noticia. Que en el sur entregue su opinión sobre los pueblos originarios, aunque incomode, que no eluda su posición sobre la violencia como modo de acción reivindicatoria.

Que sea más Bergoglio que príncipe de la Iglesia. Sí, el cura, que sin ser villero, le dio aguante a los sacerdotes que hacen pastoral en zonas del cono urbano bonaerense, donde aún más de la mitad de las personas todavía hoy no tienen alcantarillado, y la droga suele campear, que sea el cura que andaba en el metro, que al contrario de buena parte de la jerarquía de su país, en los tiempos de la dictadura no miró para techo respecto de la violación de los derechos humanos.

Que condene los abusos de Karadima y por desgracia tantos más, que asuma que el repudio a su nombramiento en Osorno, fue algo más que una cuestión de zurdos.

No hay dudas que su visita no tiene la magnitud de la de Juan Pablo II hace tres décadas. Las circunstancias históricas de esa visita son irrepetibles, pero será importante, particularmente si es incómoda, y sobre todo para quienes tienen poder político, económico y para la propia Iglesia.

Sé que para muchos la parafernalia de la visita les parece un exceso. Es una opinión legítima, pero para muchos otros es una gran oportunidad de escuchar un mensaje renovador de una fe, algo alicaída, particularmente cuando se ve tibieza en la condena a los abusos.

Incomode no más, eso es lo que se espera del primer Papa de estas tierras, miembro de una congregación con vocación de enfrentar los temas públicos con decisión.

Si Francisco en Río les dijo a los jóvenes del continente con claridad que no descarta a las minorías y que Nueva York se puso del lado de los migrantes, por qué acá no habría de entregar un mensaje similar. Ese Papa, no el que avala una despedida oficial al Arzobispo Bernard Law, acusado de encubrir por años abusos sexuales

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