Valparaíso, la pirópolis que necesita un plan integral




Esta columna fue escrita junto a Juan Barrientos Maturana

El pasado 2 de enero, y cuando el puerto principal aún no se reponía de las masivas celebraciones, Valparaíso fue escenario una vez más de un mega incendio. Sin duda, las imágenes de centenares de casas calcinadas y personas que perdieron todos sus enseres nos hicieron recordar un hecho similar ocurrido en la misma ciudad el 2014. Y es que Valparaíso es una ciudad que lamentablemente ha debido enfrentar numerosos siniestros de enormes magnitudes desde su fundación. De acuerdo a las investigaciones del sociólogo Felipe Espinosa en sus libros "Valparaíso en tránsito" y "Valparaíso ciudad creativa", la historia de incendios es muy amplia. Tanto así que la ciudad fue llamada por sus habitantes primero como "Aliamapa" (tierra quemada) y Pirópolis por la relación cercana del crecimiento de la ciudad y el fuego que frecuentemente la ha arreciado.

El incendio que dio origen al primer cuerpo de bomberos de nuestro país, se originó el 15 de diciembre de 1850 cuando se quemó la cigarrería de la calle Cruz de Reyes y que rápidamente se extendió a las viviendas colindantes. Otros siniestros de gran magnitud ocurrieron en 1852, 1855, 1856 y en 1860. Estos incendios, en los que se pierden centenares de viviendas y también vidas humanas, nos recuerdan la condición de pirópolis de nuestro puerto.

El día del último fuego, también fuimos testigos de los dichos del nuevo alcalde Jorge Sharp, quien declaró que no era posible que Valparaíso se quemara cada cuatro años. El edil exigió un nuevo plan maestro para prevenir y enfrentar estas frecuentes catástrofes y pidió el apoyo de universidades, del gobierno y de todos los actores involucrados.

Valparaíso, como muchas ciudades de nuestro país, crece de manera inorgánica, impulsada por la iniciativa de sus habitantes. Se trata muchas veces de un desarrollo improvisado, caracterizado por la precariedad de los servicios urbanos y sin la red de infraestructura que suelen disponer las grandes ciudades (alcantarillas, tuberías, recolectores, entre otros). Un plan maestro, tal como lo exige Sharp, se vuelve central para evitar situaciones como las descritas y también para transformar a las ciudades en organismos vivos, movilizados por principios inteligentes que apuntan a mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

Sin duda, se trata de un desafío complejo de implementar, pues requiere de la coordinación y convergencia de múltiples necesidades y visiones, que deben encauzarse en un solo protocolo de acción que convoque a todos los involucrados. Resulta vital lograr una efectiva coordinación de los servicios y conocimientos intervinientes tanto en la creación de las ciudades, en el crecimiento de las mismas, pero también en el enfrentamiento de catástrofes como las vividas. Este pasado 2 de enero, era posible apreciar la existencia de al menos cinco enormes instituciones en la misma emergencia: Bomberos, Carabineros, Ejército, Conaf y Onemi. A esto podemos sumar la intervención de la municipalidad de Valparaíso, la Cruz Roja, la Intendencia, los medios de prensa  y la misma ciudadanía en sus inevitables intentos de ayudar de manera voluntaria desde su posición civil. ¿Cómo se coordinan todas estas instituciones y esfuerzos? Es una buena pregunta a la hora de proyectar futuras catástrofes. Existe el Centro de Operaciones de Emergencia (COE) que actúa como coordinador, instancia estructural que debe ser lo suficientemente flexible para lograr la intervención coordinada de todos los actores descritos.

Una ciudad es inteligente cuando puede enfrentar las emergencias privilegiando la coordinación y unión de fuerzas dispersas. Surge entonces la inquietud en torno a si estructuralmente es posible y necesaria la existencia de un Alcalde Mayor que coordine amplios territorios y un fortalecimiento político y profesional de instancias como la Onemi, que le dé atribuciones legales frente a las otras instituciones bajo determinadas circunstancias, como una emergencia de proporciones. Al mismo tiempo, se debe focalizar la tarea en cuanto a la planificación de las ciudades, y ahí es donde probablemente está el hueso más duro de roer, pues implica no solo la aplicación de principios técnicos en la urbanización, sino que además la comprensión de la ciudadanía de la imposibilidad de vivir en determinados sectores.

La cantidad de personas que se niegan a dejar lugares inseguros es enorme, toda vez que los mismos espacios incendiados, inundados o destruidos son reconstruidos una y otra vez por las mismas personas. La lógica de reubicación y de crecimiento urbano debe contemplar por un lado el sentido identitario de los habitantes, pero también poderosas herramientas legales que impidan poner en riesgo la vida de personas ante mega incendios, tsunamis, desborde de ríos, entre otros.

Valparaíso requiere de una atención de mayor integralidad en el tratamiento de su fisonomía.  Una ciudad que es patrimonio de la humanidad y puerto principal de un país con una costa tan amplia no puede seguir siendo una pirópolis. Ahí es central el aporte de todos, desde las universidades, hasta la misma ciudadanía, pasando por autoridades políticas y uniformadas.

Valparaíso como patrimonio de la humanidad no puede pretender ser menos que una ciudad inteligente.

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