Vamos México




MÉXICO ESTÁ en el ojo del huracán. Trump lo tiene entre ceja y ceja luego de haberlo transformado en el blanco de sus principales ataques xenófobos. Sus amenazas se han concentrado en la construcción de un muro en una frontera de más de 3 mil kilómetros y la renegociación del Acuerdo de Libre de Comercio de América del Norte (Nafta). Hasta ahora se sabe poco o nada acerca de cómo Trump piensa cumplir con sus amenazas. Sin embargo, luego de los fracasos judiciales de sus decretos antimigración y el traspié legislativo con el Obamacare, todo indica que tratará de concentrar su atención en algún ataque que pueda funcionar: México encabeza la lista de opciones. Algo hará respecto del muro y prontamente debiera notificar a las autoridades mexicanas de su voluntad de renegociar el tratado.

Luego de la firma del Nafta, el sentido común indicaba que México definitivamente había asumido su condición de país del Norte. Podíamos lamentarlo pero el peso de la geografía y la integración económica era sustancialmente mayor al de las raíces culturales comunes. México seguiría siendo un país amigo pero no un aliado clave en materia de integración y concertación política regional. Había que asumirlo: los intereses predominarían por sobre las simpatías.

Esto podría estar cambiando. Los ataques de Trump están dejando en evidencia que la integración con los EE.UU. tiene límites y que subsisten los prejuicios raciales. Una gran mayoría de mexicanos siente que hay aquí planteada una cuestión de dignidad nacional y no se deben subordinar a la arbitrariedad de la nueva administración norteamericana. Tendrán que resistir. América Latina puede ayudar en este empeño.

La propuesta de generar un proceso de convergencia entre los países de la Alianza del Pacífico y los de Mercosur puede adquirir, en este cuadro, una significación que hasta ahora no tenía. México necesita fortalecer sus espaldas. Y América del Sur tiene mucho que ganar de la recuperación de una relación más sustantiva y no solo retórica con México.

México no puede desconocer la inevitabilidad de una relación estrecha con los EE.UU. Puede y debe, sin embargo, construir una relación de interdependencia y no de simple subordinación. Este será un tema de debate importante en la elección presidencial prevista para junio del 2018.

Lleva las de ganar un dirigente histórico de la izquierda mexicana: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). No es un recién llegado. Fue alcalde de la Ciudad de México y dos veces candidato a la presidencia. Frente a la gran decepción que ha generado el gobierno de Peña Nieto, AMLO aparece como un dirigente nacionalista austero, con un fuerte compromiso social y una férrea disposición de lucha en contra de la corrupción.

Un triunfo de López Obrador podría generar nuevas dinámicas en un país que vive hace demasiados años asolado por la violencia y la corrupción. No será fácil. Las resistencias serán muy fuertes. Si ganar la elección es una tarea enorme, gobernar México representa un desafío gigantesco. Necesita para ello aunar muchas voluntades y rectificar errores del pasado. La alternancia protagonizada por los presidentes Fox y Calderón terminó en frustración y el regreso del PRI, encabezado por Peña Nieto, ha sido una nueva decepción. Andrés Manuel es una promesa para México y América Latina y para que se concrete deberá cumplir con condiciones muy exigentes.

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