Vendedores de humo




En su "Historia Universal de la Infamia", Borges cuenta la historia de un impostor. La de Al Moqanna, más conocido como el "Profeta Enmascarado". Tras la máscara, un rostro de oro cuyo brillo dejaría ciego a quien lo viera. ¿Su misión divina? Profetizar la nueva Ley hasta que todos los hombres la aclamaran. En ese momento su rostro dorado sería develado y adorado sin riesgo. El profeta fue capaz de engañar a muchos. Pero su máscara fue removida por un grupo de incrédulos antes de tiempo. No fue oro lo que vieron, sino que la cara desfigurada de un leproso.

En los últimos meses la opinión pública ha sido remecida por una serie de mediáticos casos de estafas lideradas por enmascarados de brillo inexistente. Supuestos iluminados que, tocados por una varita mágica, prometían rentabilidades irreales. ¿Su verdadero rostro? El de otra forma de lepra: expertos de pacotilla y charlatanes.

El resto es historia conocida. Decenas de incautos depositaron su confianza en estos iluminados e invirtieron grandes sumas. Y cuando la máscara cayó, descubrieron que no habían comprado más que humo.

Los vendedores de humo han acompañado al ser humano a lo largo de su historia. En la religión, la medicina y la "ciencia". También en los negocios y en política. Su marca registrada, además de su natural atractivo y simpatía, es su infalibilidad. Todo lo saben. El resto es ignorante o timador. Sus consignas son binarias: blanco o negro. No hay matices, porque no hay argumentación (después de todo, la magia es lo contrario de la argumentación).

Es notable que características que debieran ser fuente de sospecha, generen, por el contrario, la fascinación humana. Una que nada tiene que ver con la educación o nivel socioeconómico. Los fanatismos religiosos más increíbles han atraído incautos encumbrados en las más altas esferas. Y si de fraudes financieros se trata, entre los quesitos de madame Gil y los casos de Chang, Garay o Madoff en EE.UU., hay un universo social pero la misma atracción fatal.

Esta fatal atracción va más allá de la esfera privada. También puede invadir la discusión pública. El populismo es, a fin de cuentas, la expresión de los iluminados y de sus soluciones mágicas. El actual debate de pensiones parece ofrecer un buen ejemplo.

Los mismos que prometen a sus seguidores la felicidad de "forrarlos" con algoritmos financieros mágicos, también entregan su fórmula sobrenatural para resolver el problema de pensiones. Y en tanto poseedores de la verdad y predicadores de masas, no se pierden programa de TV ni periodista incauto para clamar que todo lo que hoy existe es un fraude o parte de un complot.

Otros profetas proclaman la magia del reparto como fórmula para multiplicar pensiones. Por cierto, sin hacerse cargo de su sostenibilidad dado el natural envejecimiento de la población. Y ni hablar de referirse a los problemas de justicia intergeneracional detrás de su receta o de mencionarle a sus feligreses que la magia siempre debe pagarla alguien.

Tal vez las mediáticas estafas que hemos conocido en el ámbito privado tengan su lado positivo después de todo: invitar a la población a estar alerta frente a los iluminados en la discusión pública. Y es que si algo puede sacarse en limpio a estas alturas es que quienes compran humo, terminan, tarde o temprano, asfixiados.

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