Viaje al interior de sí misma




Con seguridad, si aún existiera la RDA la peregrinación final habría sido hacia allá. Pero la historia ya se encargó de poner a ese engendro en su sitio, es decir, de borrarlo literalmente del mapa. Cuba, uno de los últimos museos vivientes de la Guerra Fría, era por tanto una alternativa razonable. Así, en un gesto cargado de símbolos, Michelle Bachelet decide ir a despedirse de una de las cristalizaciones más fieles de su utopía, una de esas reliquias detenidas en el tiempo que extrañamente seducen a muchos que se dicen "progresistas".

En más de un sentido, la elección de Cuba es perfecta para poner el broche de oro a esta administración: un gobierno desde el primer día extraviado en sus obsesiones ideológicas, sin ninguna capacidad para entender las señales que día a día y mes a mes estuvo mostrando la realidad, donde la impertérrita confianza en los fines hizo que la calidad y el costo de los medios no tuviera ninguna importancia. En fin, un proyecto político marcado a fuego por el imperativo de la polarización, por el uso y abuso de una mayoría parlamentaria sin la más mínima intención de buscar acuerdos con la minoría.

Apostar por Cuba es coherente también porque, quizá como ningún otro caso, encarna a la perfección el escandaloso doble estándar con que un sector todavía relevante de la izquierda chilena valora los DD.HH. y al sistema democrático. La forma en que se los defiende cuando son violentados por dictaduras de derecha y la manera en que se los relativiza en regímenes socialistas como el cubano ha sido históricamente impúdica. La propia Michelle Bachelet, que con toda legitimidad se ha transformado en un baluarte en la defensa de los DD.HH. violados en Chile por la dictadura de Pinochet, jamás ha tenido el más mínimo gesto o palabra de condena frente a los graves atropellos y a la falta de libertad que se vive a diario en países como Cuba o Venezuela ni qué decir sobre las tétricas realidades que se vivían en su adorada RDA. Este viaje, entonces, tiene el mérito de volver a ilustrarnos sobre esta vergonzosa inconsistencia.

Finalmente, quedará también para el anecdotario que la supuesta agenda comercial que según la autoridad justificó este periplo, fue tan prolijamente elaborada que a pocos días de partir el propio ministro de Economía no sabía que era parte de la comitiva. Asimismo, que un grupo transversal de parlamentarios solicitara a Bachelet realizar un gesto hacia la disidencia cubana, petición firmada incluso por Alejandro Guillier, es decir, por el excandidato presidencial del propio gobierno, es una clara señal de que a La Moneda este viaje tampoco le salió gratis en las filas del oficialismo.

Pero es probable que a Michelle Bachelet todo esto la tenga sin cuidado. Para ella viajar a Cuba es la ocasión de reencontrarse con su historia, sus sueños y sus convicciones. Esa dimensión de sí misma que ninguna realidad y ninguna evidencia puede remover.

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