Villa San Luis




NO HAY nada más enredoso y poco confiable que la memoria. Es selectiva y cree que no puede haber si no una. Suele ser tosca y compulsiva -mendiga a menos que exija nuestra compasión-, y si se la excita suficientemente provoca conflictos que no logran resolverse. ¿Cuántas vidas se han sacrificado discutiendo a cuál religión en pugna le pertenecería Jerusalén; importará si el Huáscar sea de Chile o de Perú; disminuirá la altura de Colón porque a cierto folclorismo histórico le ha dado por eliminar sus estatuas (ofenden la "memoria de los vencidos)"?

Según nuestro autoproclamado guardián de la memoria averiada -el Consejo de Monumentos Nacionales- la Villa San Luis (lo poco y nada que queda) merece ser declarada monumento nacional, entendiéndose por eso hoy día, una capilla o sagrario donde recogerse a fin de permitir a los chilenos "recordar lo que ahí pasó". ¿Y qué fue lo que pasó? En realidad, no solo lo que pregona el relato compasivo tipo "Machuca", la única versión que recogió el CMN: el "hubo aquí, una vez, una población de pobres en medio de un barrio de ricos, luego vino el Golpe, los desalojaron, y hasta hace poco pretendían borrar todo vestigio de ésta, nuestra memoria, fuera que vale oro el terreno, así que si ahora los ricos se quedan con cuello, algo se compensa".

La historia en toda su extensión es más complicada. Desde fines de los años 60 a nuestros días se han ido sucediendo, no una sino tres historias o proyectos, todos trancados, o como siempre ocurre en Chile, empatados. Uno lee lo que han escrito los dos principales arquitectos a cargo y comienza a captar lo que ha estado en juego.

La propuesta inicial de Miguel Eyquem aspiraba a construir una ciudad dentro de la ciudad (centro cívico con municipalidad, museo, oficinas, tiendas, conjuntos habitacionales, huertos y estadio) concordante con el inmenso espacio ambiental que abarcaría Vespucio-Kennedy-Rosario Norte-Los Militares. Lo de Miguel Lawner durante la UP, focalizado en una pura reivindicación de clase, pretendía atacar la segregación haciendo viviendas sociales en medio de uno de los barrios burgueses más conspicuos, propósito que la dictadura paró, imponiendo su ideal mercantil no menos tendencioso.

Los resultados están a la vista. Terminaron por primar intereses inmobiliarios conscientes del valor del metro cuadrado (el Ejército uno de los favorecidos), quedando en el camino la visión utópica planificadora y el "foquismo" urbano-revolucionario-social. Lo que no se dice, sin embargo, es que estas tres fases obedecen a un mismo patrón zigzagueante de un Estado que manda a hacer e impone sus términos aun cuando, después de un tiempo, se vuelve amnésico, echa marcha atrás, y borra con una mano lo que con la otra, ya antes, suscribiera (el CMN es un ente estatal y su vicepresidente el otro día se abrazó con Lawner).

La suerte de la Villa San Luis, además de resumir la historia nacional, hace patente que el problema es el Estado, errático, ahora dedicado a consagrar "altares de la patria".

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