Viña sin SQP no es Viña




Es raro ver el Festival de Viña sin S.Q.P a tal punto que resulta incomprensible que Chilevisión le haya dado muerte al programa tres días antes de que empezara el certamen. No tiene lógica y luce tan mezquino como triste. Mal que mal, el sentido del show se definía a partir de eventos como el de la Quinta Vergara, éste era su final de campeonato, el momento que todos sus panelistas lucían sus mejores o peores armas y la banalidad o el delirio de la prensa de farándula alcanzaba una connotación nacional.

No exagero. S.Q.P duró 15 años y creó un modelo que fue plagiado hasta la saciedad y que dura hasta hoy: Mega inventó Mira quién habla; Canal 13 hizo Alfombra Roja; UCV, En Portada; y La Red Intrusos. Todos son o fueron versiones del programa de Chilevisión y sus panelistas fueron de uno a otro lado, volviéndose intercambiables porque la farándula vendía, los chicos de los programas juveniles y los futbolistas asolaban las discotecas y había una generación completa dispuesta a sacrificar su alma para llegar a la televisión. Era divertido, lo confieso. Era un culebrón en la vida real pero también un momento donde la tele chilena parecía viva porque no se cuidaba de sí misma. Natalia Freire producía y no tenía temor a meter las manos en el tarro de la basura. No había crisis de la industria, aún nadie se ponía arribista. La moda no importaba porque teníamos a Kike Acuña y a la tía Mané de la Kmsú y a Edmundo Varas y en realidad nadie se preocupaba por buscar glamour alguno o demostrar que tenía una libreta telefónica llena de nombres de diseñadores emergentes. Por el contrario, lo que importaba era solazarse en los pequeños detalles inútiles de las celebridades de turno, en las luces los autos arrancando a lo lejos desde una discoteca en la madrugada, en la gente que hablaba borracha y apenas sabía lo que decía, en las preguntas y respuestas vacías que cruzaban el set como balas locas, en los llantos desconsolados de cada uno de esos pequeños dramas televisivos que ya olvidamos.

En este momento todo eso es imposible; ahora, por ejemplo, luciría inaceptable por ejemplo que Felipe Avello llevase, como lo hizo una vez, una rata de peluche como mascota mientras comentaba el Festival. Aún así, es extraño que el programa no esté y que el canal le haya dado una despedida tan miserable: 15 años reducidos apenas a media hora de su último capítulo. ¿Era posible otra cosa?. Sí, pero la tele, por más que quiera verse así, no es una institución de beneficencia y le importa un rábano su propia memoria.

En un Festival como el presente, donde CHV ha escondido cualquier problema bajo la alfombra porque lo que importa es la internacionalización, S.Q.P lucía como algo de otra época. Por supuesto, hay un error ahí porque justamente le quita al asunto su costado más importante, el que compete a ese relato construido por medio de la memorabilia inútil y los escándalos de pasillos que se tapan unos con otros porque se multiplican en el sinsentido, pero que resultan tan leves como divertidos. Ya no hay polémicas en Viña, cualquier misterio se ha esfumado en una pauta de artistas cuyas únicas tensiones son adivinar qué humorista será pifiado por el monstruo o preguntarse qué azar cósmico hizo que contrataran a Peter Cetera para cerrar una noche.

El S.Q.P clásico hubiese puesto a diez numerólogos a apostar por qué cómico iba a ser sacrificado y traído a Roberto Dueñas, el maestro de los tongos, a inventar una oscura teoría donde él mismo le sugería a algún ejecutivo del canal traerse a Cetera, posiblemente un artista amigo suyo. Pero eso ya es imposible. S.Q.P era, por lo menos simbólicamente, él último bastión de resistencia de la telebasura frente a siutiquería que hoy puebla la cobertura televisiva de la farándula, era el drama improvisado ante el cálculo del rating; un caos vivo, diario e inútil y muchas veces, por lo mismo, inolvidable.

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