Viudos del binominal




A algunos ha llamado la atención que no haya resultado electo un candidato que fue primera mayoría individual  y que varios otros, siendo segundos en votación personal, fueron desplazados por alguien que sacó menos votos. Hay que advertir que todos estos casos ocurrieron en circunscripciones que siguieron siendo binominales (eligen dos parlamentarios). Si hubiéramos logrado que en todos los distritos se eligiera un mínimo de 3 o 4 escaños, como se intentó, no tendríamos que lamentar la derrota de candidatos con un 25% o 30% (aritmética de quinto básico). Otros critican que en algunos distritos haya sido elegido un candidato que obtuvo un 3% en circunstancias que se perdía alguien que sacó el 7%.

Un buen sistema electoral trata de proyectar la preferencia electoral por  las personas y también las preferencias políticas de las personas. Me explico. Imagínese una futura votación, por ejemplo, en el distrito 11, que elige seis diputados, y donde Chile Vamos saca cerca del 70% de los votos, y ocurriera que dentro de la lista de derecha hubiera una candidata tan popular que sacara ella misma, para sí, el 60% de los votos y sus demás compañeros, menos populares,  obtuvieran, a título personal, el  2,5%, el 2%, el  1,5%%, el 1%. Y que al frente, en las listas de izquierda el candidato más votado lograra el 8% de los votos  y lo siguieran de cerca "compañeros" suyos con el 6,5%, el 5,5%, el 5% y el 4%. Si la regla fuera que se eligen automáticamente las personas con más votos individuales, en este ejemplo, el barrio alto debiera quedar representado por un diputado de derecha y cinco diputados de izquierda. ¿Le parece justo que una minoría del 30% tenga en la Cámara cinco  veces más peso que la mayoría  del 70%? Para evitar esa situación usamos el método D´Hont. La idea es que si, por ejemplo, Felipe Kast saca una votación personal que supera con mucho la cifra repartidora (con la cual matemáticamente se elige parlamentario), ese resto o sobrante no se pierda para "sus ideas" y aproveche, y "arrastre",  al candidato más cercano a Kast. Y no a sus adversarios.

Lo más positivo del cambio, en todo caso, es que las directivas de los partidos dejaron de detentar el poder casi absoluto que tenían, bajo el binominal, a los efectos de repartir cupos casi seguros para los peces gordos de cada colectividad. Si el domingo por ejemplo, los votantes pro UDI pudieron dejar fuera al secretario general  y escoger, en vez, al también UDI Guillermo Ramírez, es porque el sistema induce a que se lleve no un "designado" sino que tres candidatos competitivos. Lo mismo vale para quienes votaban en los distritos en que postularon el presidente del PPD (perdió), el secretario general del PS (perdió), la presidenta  y el secretario general del PRI (perdieron). Si perdieron fue, en buena medida, porque el nuevo sistema ofrece a los electores un menú más amplio que la dieta del binonimal. Por supuesto, siempre será posible que uno de los dirigentes partidarios gane, como ocurrió con el presidente del PS o el secretario general de RN. El punto es que ellos se ganaron su sillón parlamentario compitiendo y no negociando. El nuevo sistema está lejos de ser perfecto. Pero el finado binominal era malo con mayúscula.

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