Y corrimos el cerco




PARA QUIENES tenemos una valoración especial por la gestualidad republicana, sin duda ayer fue un día especial. La cuenta presidencial debe ser de los actos democráticos más relevantes y ayer se hizo gala de aquello. Claro, desde hace 92 años que este ejercicio republicano no se realizaba un primero de junio; creo que en el futuro valdrá la pena revisar si es preciso hacer este ritual un día no hábil, porque es parte de los patrimonios que nuestra democracia requiere preservar y cuidar.

Asistimos al octavo y último mensaje de la Presidenta Bachelet, el del cierre y balance de su administración y si no es el mejor, seguramente será uno de los más recordados. Lo cierto es que el gobierno ha cumplido sus promesas de avanzar en los ejes estructurales: tributario, laboral, educacional, constitucional y la Agenda de Probidad y Transparencia. Cierto, el reto ha sido de grandes proporciones, no solo por las dificultades para arribar a acuerdos en muchas materias, sino que también, a ratos, hay que decirlo, ciertos déficit en la gestión política. No obstante, mirando el balance, es evidente que la actual administración ha logrado conquistas sustantivas, acordes con la evolución, necesidades y la aspiración de la sociedad chilena: fin al copago; aumento exponencial de las salas cuna; la reforma electoral; el  acuerdo de unión civil; una reforma a la ley de partidos políticos, financiamiento de la política, entre muchos otros.

Muchos podrán decir que no es suficiente, y creo que, dependiendo del catalejo con el que se mire la realidad, eso se puede discutir. No obstante, lo que es cierto es que el balance es positivo principalmente porque se ha logrado algo imposible hasta hace algunos años atrás: correr el cerco de lo que era posible discutir. Hoy podemos decir que en nuestro país se puede pensar en una agenda legislativa que ya no contiene murallas y vetos como en el pasado. En tal cuadro, el debate público se debiera tornar de mayor calidad, porque los actores están interpelados a tomar posiciones y argumentarlas.

No obstante, la tarea también ha sido dura y hay aprendizajes que hacer. Una agenda de reformas ambiciosas requería necesariamente de la cohesión política del oficialismo. Eso en varios episodios fue prácticamente imposible, entre otras cosas, porque había un acuerdo en el "qué" pero no en el "cómo" llevar adelante las iniciativas planteadas en el programa.

No hubo en estos años de gobierno algún procedimiento definido dentro de la coalición para resolver las discrepancias, del todo legítimas en una coalición con sensibilidades tan amplias. Esto generó problemas que arrastramos hasta hoy. Una agenda de reformas ambiciosas también requería una mayoría social. A ratos esto fue difícil, primero, porque la ciudadanía ha tomado cada vez mayor distancia de la política en un escenario de creciente pérdida de confianza.

Las noticias fueron alentadoras; a juicio de los anuncios y varios gestos de la Presidenta, se planteó un escenario claro sobre el futuro. La consolidación de lo obrado no solo en este gobierno, sino que gradualmente desde 1990 requiere unidad y orgullo por lo que hemos alcanzado. Sin duda hoy Chile es mejor que ayer.

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