La paradoja de Silicon Valley: Ejecutivos tecnológicos eligen educar a sus hijos en colegios "desconectados"

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Mientras a nivel mundial las salas de clases incluyen cada vez más tecnología, en la meca del desarrollo digital, Silicon Valley, los ejecutivos de las grandes empresas optan por colegios libres de tecnología para educar a sus hijos.


En Silicon Valley, al sur de San Francisco, en Estados Unidos, están las empresas más importantes e innovadoras de la industria tecnológica, como Google, Apple, Microsoft y Netflix. Y dentro de los más de 200.000 trabajadores de esta zona, existe una tendencia que no deja de sorprender: a la hora de elegir dónde educar a sus hijos, son muchos los que optan por colegios libres de conexión tecnológica. Parece paradójico. Los impulsores del mundo digital alejan de él a sus hijos. Lo consideran un riesgo para su educación.

El colegio favorito es el Waldorf School of The Peninsula (WSP), en el mismo corazón de Silicon Valley. Tres cuartos de sus apoderados trabajan en empresas de alta tecnología. Sin embargo, allí abundan las salas de clases con un pizarrón de tiza, mesas de madera, libros y cuadernos para tomar apuntes. Con colores están dibujados gráficos matemáticos y en otra pizarra está pintado el cuerpo humano. Un corazón pintado con azul y rojo muestra cada una de sus partes. Así funciona todo aquí: de manera análoga. No hay computadores, televisores, pantallas. Mucho menos teléfonos móviles.

Los padres de Ursula Ott la matricularon allí justamente por eso. Ellos siempre han trabajado en compañías tecnológicas y decidieron que el WSP era el mejor lugar para educar a su hija. Sin embargo, a veces la sangre pesa más que asistir a un colegio "desconectado". Ursula tiene hoy 19 años y estudia Informática e Ingeniería Financiera en la Universidad de Columbia. Y no solo eso: mientras cursaba enseñanza media, estudió Ingeniería Eléctrica e Informática en la Universidad de Standford. Una vez graduada espera imitar a sus padres y trabajar en Silicon Valley.

Mirando hacia atrás, Ursula cree que la metodología de este colegio tuvo un impacto positivo en su desempeño, sobre todo en el desarrollo de la creatividad, que la llevó a una de las universidades mejor evaluadas en el mundo. "Puedo asegurar que no me falta ninguna de las habilidades de mis compañeros que sí recibieron tecnología", cuenta la joven, desde Nueva York.

Una encuesta realizada en 2017 por la Silicon Valley Community Foundation concluyó que los padres de esta comunidad tienen serias preocupaciones del impacto de la tecnología en el desarrollo sicológico y social de los niños. Los propios hijos están de acuerdo. "Los padres que son parte de este rubro saben más que nadie el poder y el riesgo de lo digital. Saben que los niños no están preparados para incorporar esta herramienta", dice Ursula.

El factor humano

David estudió durante casi tres años en el WSP. "Los niños no necesitan acceso a la tecnología cuando son pequeños", dice su madre, Caroline. Ella cree que la conexión temprana reduce o inhibe actividades cerebrales como la creatividad. Su marido trabaja como ingeniero en el área de seguridad de Google -por eso ella pide que no pongan el apellido de la familia- y juntos acordaron que David no debía crecer cerca de la tecnología. Caroline dice haber visto un mayor desarrollo en la concentración de su hijo. En su casa también lo ayudaban: no tenían televisión y su hijo tenía acceso máximo de dos horas de "pantallas" por semana.

Tanto David como Ursula aprendieron a esculpir, bordar y tejer durante la jornada escolar. Jugaban y solían hacer paseos al aire libre. Ferias de artesanía, concursos de deportes y exposiciones de arte eran actividades que sus tutores elegían para enseñarles las materias.

El colegio es dirigido por una junta de directores. Su presidente, Pierre Laurent, ejecutivo tecnológico que ha trabajado en Microsoft e Intel, comentó a El País que "lo que detona el aprendizaje es la emoción, y son los humanos los que producen esa emoción, no las máquinas." La política de esta escuela es fomentar las habilidades intelectuales mezcladas con arte, únicamente con herramientas analógicas. "La creatividad es algo esencialmente humano. Si le pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de concentración", afirmó Laurent.

En el WSP no hay impresoras. Las guías son escritas a mano y así también deben ser respondidas. Para aprender biología, los estudiantes miran un dibujo de la anatomía de una oreja en la pizarra. Luego de que la profesora explica las partes y sus funciones, se acercan a sus compañeros y dibujan con grafito cómo luce la oreja del compañero del lado. Así, mezclando ciencias con artes, y generando interacción entre los niños, buscan el aprendizaje. Deben considerar siempre al otro: "En este colegio adquirir capacidades de ser parte de una comunidad es igual de importante que aprender las tablas de multiplicar", se lee en el sitio web del colegio.

Aunque existan más de 80.000 aplicaciones de la categoría Educación en App Store, los expertos en alta tecnología han vuelto a las herramientas educativas que prescinden de la digitalización. Dibujos a mano y cartulinas reemplazan las fotografías y los PowerPoint. El debate está abierto. Quizás la educación del futuro sea la educación del pasado.

No al "exilio digital"

Pablo Christiny, director ejecutivo de la Fundación Nativo Digital, discrepa totalmente con prescindir de la tecnología en la educación. Según él, esta es una aliada para el desarrollo y prohibírsela a un nativo digital "es un proceso anacrónico". Christiny llama esta decisión "exilio digital": se aísla a los jóvenes de un nuevo espacio de convivencia y sociabilización. "Nuestra hipótesis es que la solución no es eliminar la tecnología, sino educar en el uso de esta herramienta", dice el periodista, quien agrega que hay que preparar a los niños frente a los riesgos del mundo digital y establecer límites en el uso. "Un niño no va a ser menos creativo porque vio más pantallas que otro", advierte. Y destaca que la tecnología promueve el pensamiento divergente: un niño pueda llegar a la misma solución de distintas maneras.

El error no está en la tecnología, insiste Christiny, sino en los padres que se convirtieron en facilitadores irresponsables de las pantallas. "Podemos hacer miles de campañas de prohibición de tecnología, contra el ciberbullying y el cibersuicidio, pero lo más importante es recuperar el rol de padres y mentores en el ecosistema digital. Agarra al niño, llévalo al parque, sube un cerro y salta entre los árboles. En ningún caso la tecnología va a reemplazar el rol de padre que te corresponde".

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