Javier Cercas: "Contra la reconciliación solo están los que no conocen las guerras y los cobardes"

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En El monarca de las sombras regresa al terreno de la Guerra Civil española, que había tratado en Soldados de Salamina. Esta vez Cercas busca las pistas de un personaje real del bando vencedor: alguien de su propia familia.


Tantos viajes hizo Ulises en la Odisea que llegó hasta el inframundo, donde se encontró con el espectro del héroe Aquiles, quien le confiesa que preferiría ser un siervo de los siervos antes que soberano en el reino de la muerte o un "monarca de las sombras". De ahí nace el título del más reciente libro de Javier Cercas (1962). El monarca de las sombras es su tío abuelo: se llamaba Manuel Mena y fue un joven falangista que, a los 19 años, murió en la batalla del Ebro, la más sangrienta de la Guerra Civil española, en septiembre de 1938.

Como en muchos de los libros de Cercas -el más célebre, Soldados de Salamina (2001): el rastreo de un soldado republicano que le perdona la vida a un falangista; o El impostor (2014): un retrato de un falsario que se inventó una vida de sobreviviente-, en El monarca de las sombras concurren dos historias: la de la investigación sobre unos hechos y la crónica de los hechos mismos.

Precedidas por una frase del poeta Horacio según la cual es dulce y honorable morir por la patria, el relato sigue, por una parte, la reconstrucción del ambiente del pueblo natal de Cercas y de su tío, Ibahernando, antes y durante el conflicto, además de la vida de Manuel Mena hasta su muerte; en paralelo, se cuenta la búsqueda de Cercas, quien acompañado por algún amigo (en particular, el cineasta David Trueba con alguna referencia a los entresijos de su vida sentimental) o su familia, entrevista a testigos de la guerra y personas que en algún momento se cruzaron con su pariente.

El tío de Cercas, y toda su familia, formaban parte de la pequeña burguesía rural que debió haber sido republicana y, al no serlo, representaba un pasado político indecoroso.

Es más, no sólo dos historias, en el libro parece haber dos escritores: un historiador o notario que intenta reconstruir el pasado con precisión y objetividad, sin inventar nada (habla de "Javier Cercas" en tercera persona); y, por otro lado, un escritor llamado Javier Cercas que cuenta el proceso de indagación sobre su tío.

—¿No ha pensado que podría tener problemas de doble personalidad?

—¿Sólo de doble? Y de triple. Y de cuádruple. Y de quíntuple. El novelista es un ventrílocuo: se desdobla en montones de personalidades; en eso consiste escribir una novela: en dejar de ser uno mismo para ser muchos. Esta es una de las razones por las que escribir es tan peligroso (y tan útil). Por lo demás, la descripción que hace usted del mecanismo básico de mi libro me parece bastante exacta.

—David Trueba le aconseja no volver a la Guerra Civil porque ahora la verdad no le interesa a nadie y porque la guerra ya no está de moda. ¿Le encontraba razón?

—No se la encontraba ni él mismo, y la prueba es que dos páginas más allá rectifica y me exhorta a escribir una novela sobre la Guerra Civil. Claro que El monarca de las sombras no es una novela sobre la Guerra Civil -o no sólo es eso-, sino sobre la herencia de la Guerra Civil, o más exactamente sobre la herencia de violencia y de muerte con la que todos cargamos, empezando por los chilenos y los españoles. Pese a ello, es verdad que la verdad le interesa a poca gente. También es verdad que en literatura los temas no se agotan -sólo las formas- y mucho menos la guerra, que es el primer tema de la literatura y probablemente será el último.

—¿Ha cambiado su visión de la guerra civil, que parecía más bien reconciliadora en Soldados de Salamina?

—Ha cambiado, claro, pero no en ese punto: yo siempre estaré a favor de la reconciliación. Como saben quienes han hecho una guerra, hay que ser mucho más valiente para firmar la paz que para declarar la guerra, y es mil veces mejor una mala paz que una buena guerra. Así que contra la reconciliación sólo están los que no conocen las guerras y los cobardes. Yo, felizmente, no he hecho una guerra, pero no me considero un cobarde.

—Parece intentar superar una vergüenza: que el héroe de la familia fue falangista. Pero me imagino que en España no es extraño tener alguno en el árbol genealógico.

—Es lo más normal del mundo después de cuarenta años de dictadura en la que Falange era el partido único, al que había que afiliarse para casi todo. Lo raro es que ahora queramos ocultar el pasado, o enmascararlo o edulcorarlo para pintar un franquismo lleno de antifranquistas. Como dijo un escritor antifranquista, durante la mayor parte de la dictadura en España los antifranquistas cabían en un autobús. Esa es la verdad, pero es una verdad que no nos gusta, así que la escondemos o la disfrazamos.

—¿Le interesan los héroes? En varios de sus libros aparecen ellos, aunque forzados o falsos…

—En varios no: en casi todos. En realidad, a lo mejor se pueden leer muchos de mis libros como un intento de investigar la naturaleza misteriosa y poliédrica del heroísmo. De niño me gustaban mucho las novelas de aventuras -incluida la Ilíada y la Odisea, que yo leía como novelas de aventuras- y los westerns -Borges decía con razón que el western preservó la épica en el siglo XX-. A lo mejor todavía no me he recuperado de lo mucho que disfruté de niño.

—"Escribo para no ser escrito" piensa el Javier Cercas del libro. ¿Está de acuerdo con él?

—Es una frase de Fogwill, y me identifico del todo con ella: se escribe para que no nos escriban, para que nadie nos imponga un guión, para ser quien somos, o para llegar a serlo. Esa frase es casi un leit-motiv de la novela, y desempeña en ella un papel preciso, que no revelaré; sólo diré que guarda relación con mi madre, que es la protagonista secreta o solapada del libro, y que yo creí haberme pasado la vida escribiendo para que mi madre no me escribiera, pero al final no estoy seguro de que mi madre no me haya escrito. Es, me temo, lo que nos suele pasar a los escritores.

—¿Considera que es dulce y honorable morir por la patria?

—Considero que por la patria no hay que hacer absolutamente nada; salvo que sea la patria chica, claro está, la patria en el sentido que da Cervantes a esa palabra: el lugar donde uno tiene a la gente que quiere, el lugar de los recuerdos y de los afectos. Ese es el único sentido decente que conozco de la palabra patria; todos los demás me parece tóxicos.

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