LA ovación de 2.500 personas en la Plaza de la Constitución volvió a hacerlo dudar y echar pie atrás. Iba a ser su última vez sobre un escenario, le había dicho Fernando González a sus compañeros de elenco de Fantasmas borrachos y al director del montaje y ex alumno suyo, Gonzalo Pinto, pero la tarde del 22 de enero pasado, cuando el mismo texto de Juan Radrigán de 1997 cerró la última versión del festival Santiago a Mil, el actor, director y docente volvió a sentir que a sus 78 años estaba en la cresta de la ola.

"Uno siempre piensa que puede volver a estar ahí, bien arriba, aunque de puro vanidoso. Nunca me he considerado un muy buen actor, y creo que en el teatro debiesen estar solo los mejores, pero todo artista lucha contra el miedo de que su momento ya pasó y que debe despedirse, como yo", dice en su oficina en calle Constitución, rodeado de todos los colores y ruidos del barrio Bellavista, donde fundó su propia academia hace 33 años.

En esta misma entrevista, quien fuera además el impulsor de la escuela del Teatro Itinerante en 1978 y director del Teatro Nacional Chileno entre 1998 y el 2000, confesará que la idea del retiro ha vuelto a interponerse en su camino: cuando Fantasmas borrachos vuelva a cartelera en el Teatro Nescafé de las Artes los próximos 1 y 2 de junio, el Premio Nacional 2005 podría despedirse definitivamente de los escenarios tras casi seis décadas sobre las tablas. "Me ha costado mucho decir chao, y eso que hace mucho que yo debería haberme retirado, y no solo por una cuestión de salud, sino porque las cosas que a mí me gustaría hacer no son las que están haciendo los más jóvenes. Incluso he llegado a sentirme algo anacrónico", confiesa.

Después del maestro

A paso lento y apoyado sobre un bastón que nunca pierde de vista, González aparece ante sus alumnos del Club de Teatro como un ídolo al que todos quieren saludar y tener cerca. Actualmente, poco menos de 60 jóvenes cursan estudios en su academia -en promedio, unos 20 menos que en años anteriores-, y al igual que la de Gustavo Meza y otras, ha perdido terreno con la nueva irrupción de las universidades. "Eso se debió a la calidad de la gente que llegaba", afirma. "Académicamente, los que se llevan los mejores alumnos son las escuelas universitarias, especialmente las de la U. Católica y de Chile", de la que él mismo egresó en 1959. "No sé qué haré con todo esto. Acaban de subir el arriendo de las dos casas donde levanté esta escuela, las matrículas no aumentan y realmente me siento un poco cansado de seguir en esta cruzada y bajo la misma tormenta", dice.

Fue esta última visión la que lo hizo pensar en el retiro hace ya tres años, cuando en 2014 le diagnosticaron una diabetes que lo mantuvo en cama por meses. Pasaba sus días en solitario, recuerda, en su departamento a un costado del Museo Bellas Artes, en calle Ismael Valdés Vergara. Allí vive solo desde 1997, cuando su pareja, el también actor y director Sergio Aguirre, falleció. "No volví a emparejarme. 40 años de relación fueron suficientes (ríe). Nuestros años más felices fueron los últimos siete, pues estábamos viejos y nos queríamos mucho. Además, Sergio, que había sido muy picaflor, ya no lo era tanto, entonces era como mío no más", cuenta.

Fernando González nunca tuvo hijos, pero Aguirre sí, dos, y ambos son lo más cercano a una familia para él. "Me quieren mucho, y siempre me escriben o llaman. Además tengo a mis alumnos. Siempre me rodeo de ellos y ellos de mí", comenta. En 2014, mientras su salud cojeaba, el actor fue invitado por Gonzalo Pinto para sumarse al elenco del concierto teatral Fantasmas borrachos, que ese mismo año debutó en GAM. "Creo que fue la única razón por la que acepté y seguí aceptando subirme a un escenario", reconoce. "Por eso te digo que siempre que damos esa obra pienso que va a ser mi última función, pues ya no estoy con ánimo para embarcarme en otros proyectos", agrega.

Hijo de obreros, y criado en la calle Santos Dumont, en Recoleta, Fernando González recuerda que siempre quiso ser actor. "Aunque creo que me fue mejor como profesor y director, pues mi nombre nunca ha sido el de una estrella como el de varios alumnos míos", dice, entre los que están Tamara Acosta, Luis Gnecco y Aline Kuppenheim. Su faceta como gestor, en tanto, sobre todo a la cabeza del Teatro Nacional, ha sido respaldada por varios. "Había directores que nunca habían dirigido en el Antonio Varas, y autores como Jorge Díaz y Juan Radrigán que tampoco habían estrenado allí sus obras. Fue mi huella como director, y aprecio que se me recuerde así", comenta.

De la labor de su sucesor, Raúl Osorio, a quien dice estimar mucho, González parece escéptico: "La verdad es que no sé por qué se mantuvo ahí por tanto tiempo y sin plata para levantar ese teatro, que en esos años se convirtió en una compañía familiar. No creo que haya sido su intención, pero el cargo lo pilló medio cansado. A cualquiera le aburriría pedir y pedir fondos todo el tiempo. Si la Facultad de Artes tiene una orquesta de, qué sé yo, 80 o 90 músicos, ¿por qué no un elenco estable? Esa indiferencia me golpeó muchísimo".

Y aunque su candidato para suceder a Osorio era Alfredo Castro, para Ramón Griffero solo tiene buenas palabras: "Admiro mucho a Ramón. Me parece muy talentoso, que busca y busca como artista, y eso es necesario. Supongo que siendo creativo e inteligente, como es él, hará una buena gestión", opina.

Un día, hace ya muchos años, Fernando González le preguntó a su amigo, el actor peruano-chileno Lucho Córdoba, si alguna vez había sentido miedo. "Me dijo: todos los días desde las 6 y media de la tarde, pues a las 7 tenía función", cuenta. "Sin miedo no se puede actuar, y aunque sé que ya es tiempo de que me retire, no puedo no caer en pánico por dejar al amor de mi vida, que siempre ha sido el teatro. Ojalá este hubiese sido un amor pasional y pasajero, así esta decisión no habría sido tan difícil".