Revolución, una historia personal de Star Wars

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Star Wars es una presencia que —nos guste o no— aparece ineludible en la cultura de los últimos cuarenta años. Por eso la antología Por la razón o la fuerza. Nuestra historia con Star Wars, publicada por editorial Planeta en 2015, más que una suma de relatos —y firmas como las de Álvaro Bisama, Javiera Mena y Nicolás López— viene a configurar un trozo de memoria y del imaginario de lo que fuimos y seguimos siendo.


Revolución

El Emperador entra a paso rápido e intercambia algunas palabras con los dos guardias que custodian su ingreso. Todas las miradas se posan, de manera instantánea, sobre él.

Conchadesumadre, murmura Paola Hurtado.

Guatón culeado, dice Marcos Tapia.

Todos los miembros de nuestro fans club nos quedamos esperando las órdenes de los autodenominados líderes rebeldes, Paola y Marcos, Secretaria General y Presidente del Fan Solo, respectivamente.

Ambos contienen la respiración. Después de tantos años, les sigue costando mucho contener la rabia frente al Emperador, o Emperor, o tan solo Osvaldo, presidente del Fans Club Oficial Star Wars Chile, el más odiado de los fanáticos de La guerra de las galaxias en nuestro país.

La decisión ya está tomada, pienso mientras observo a nuestros líderes. Ambos bajan la mirada, o la desvían a cualquier parte, y sudan profusamente, en particular Marcos, que está disfrazado del maestro jedi Mace Windu, incluido el maquillaje de su rostro y cabeza, porque Marcos se ha rapado el pelo para asemejarse lo más posible al personaje interpretado por Samuel L. Jackson.

Todos evitan fijar por mucho tiempo sus miradas sobre Osvaldo García. Tras observar desde la parte superior de las escaleras que preceden a la nave central de la Estación Mapocho, el emperador del Imperio galáctico chileno desciende, siempre custodiado por los dos muchachos jóvenes de tez blanca y pelo claro que lo acompañan, y se encamina hacia el stand oficial del fans club que preside, el que abarca el perímetro más grande del encuentro de fanáticos de Star Wars.

Yo llevo al cinto mi sable láser de PVC. Estoy vestido como Obi-Wan, aunque no me parezco en nada a Obi-Wan. Sin embargo, era el mejor aspirante para interpretarlo, y me han dado el papel porque ninguno de los candidatos del Fan Solo se ha perfeccionado tanto como yo en el arte de la espada láser. Mi mano se posa con insistencia en el mango. Marcos se acerca a mí y sin pronunciar palabra alguna, aleja mi mano del sable y fija por breves segundos sus ojos en los míos. Yo asiento en silencio y me cubro la cabeza con la capucha de mi disfraz para ocultar los nervios que se han apoderado de mí.

La primera vez que vi a Osvaldo García pensé que era un adolescente. La cara redonda sin atisbos de vellos, la panza colgando bajo el cinturón, una chaqueta militar sin mangas y un jockey sucio con la inscripción «Star Wars Chile» bordada en relieve. Fue en un encuentro de fanáticos en el gimnasio de la Usach, en 1999, pocos meses después del estreno de La amenaza fantasma. Yo tenía diecisiete años y por primera vez en mi vida podía vivir en plenitud mi amor por La guerra de las galaxias gracias al estreno de la nueva trilogía. Cada peso que juntaba lo gastaba en las guras que habían llegado a todas las multitiendas e incluso supermercados de Santiago. Viajaba por dos horas en micro para llegar a un mall de la periferia porque alguien me había dicho que allí los monitos estaban baratísimos, o que era el único lugar donde habían traído a Darth Vader, Han Solo en carbonita o el IG-88 en la edición Kenner de 1995. Me había fabricado un sable láser con tubos de PVC y practicaba todas las tardes las coreografías de los duelos de espada. Encontré al Fan Solo por pura casualidad, una tarde que el grupo había organizado una actividad en el Centro Cultural de La Reina. Se jactaban de tener al mejor Darth Maul de Chile, aunque admitían ser un fans club pequeño aún y con pocos contactos. Me invitaron a una reunión a realizarse en el Burger King de calle Estado. Paola, la secretaria general, era obesa y vestía de riguroso negro. Marcos, el presidente, tenía alrededor de cuarenta años, estaba quedando calvo y trabajaba en una empresa de insumos computacionales. El resto de los miembros ejercían los más variados oficios. Darth Maul se llamaba Emilio Pérez, vestía de negro, usaba una polera de Satiricon, tenía el pelo hasta la cintura y trabajaba instalando transformadores de red eléctrica por distintas ciudades de Chile. Miraba al resto de soslayo, y se jactaba de no tener ningún adversario digno para las representaciones de duelos de sable láser. Yo lo único que quería era aprender a usar el sable y desafiarlo.

Lo primero que un miembro del Fan Solo tenía que saber era el nombre del enemigo. El enemigo se llamaba Osvaldo García y había fundado el único fans club de La guerra de las galaxias que en Chile tenía el reconocimiento oficial de Lucasfilm. Gran parte de los miembros del Fan Solo antes habían militado en el grupo de García, incluidos nuestros dos líderes, Paola Hurtado y Marcos Tapia, que dedicaban gran parte de las reuniones a conspirar contra García.

Pero Osvaldo tenía mucho poder. Lo que Paola y Marcos imaginaban contra él, eran fantasías motivadas por la rabia y la frustración. Sin embargo, el descontento que sentían estaba anclado irremediablemente en sus corazones, y sería un motivo que encontraría pronto su forma de expresión.

Pero por el momento, solo tenían odio y las palabras para com- batir contra el emperador de los fanáticos chilenos.

Se rumoreaba que Osvaldo García tenía predilección por los niños y adolescentes delgados y pálidos. Como si fueran futuros generales del Imperio galáctico, García reclutaba muchachos de estas características para su fans club. A Osvaldo, como un líder que no se involucra en las minucias de su pueblo, no le gustaba disfrazarse, aunque alentaba a su gente a fabricar indumentarias fieles a lo que aparecía en las películas. Él se conformaba con su chaqueta militar sin mangas y su jockey viejo. Aunque en ocasiones privadas y especiales, sacaba su disfraz oficial de soldado rebelde y deambulaba entre la gente tomando Fanta y apuntando a los muchachos con su blaster. Tenía una colección gigantesca de figuras, naves, corpóreos y cualquier elemento relacionado a las películas de George Lucas. Era el anzuelo con que atraía a los jovencitos hacia su casa, ubicada en la comuna de Quinta Normal, y que compartía con su madre y su abuela.

Pocos meses después del estreno de La amenaza fantasma, García había cometido su peor canallada. Un grupo de estudiantes de Comunicación Audiovisual de un instituto céntrico, y que durante un tiempo habían formado parte del Fans Club Oficial Star Wars Chile, invirtió un año y medio y todos sus ahorros en la producción de una película independiente que transcurre en el universo de Lucas. Los muchachos habían pintado de verde el living comedor de una de sus casas para filmar las escenas que luego intervendrían en el computador para sumarle un fondo espacial. Sus madres y tías habían fabricado las capas y trajes que utilizarían. Incluso aprendieron artes marciales y gimnasia aeróbica para ejecutar una pelea entre un caballero jedi y un sith, y que representaba el punto climático del argumento. También invirtieron en un auto viejo para trasladar los equipos hasta Baños Morales, una localidad ubicada en la zona cordillerana próxima a Santiago, y que iba a servir para recrear un planeta imaginado. Entre el proceso de producción y edición, los jóvenes realizadores tardaron dos años. Originalmente, La fuerza resplandece (el título de la película) fue ideada como el proyecto de título de los jóvenes fanáticos, pero a medida que iban involucrándose más en el proyecto, todo crecía y pronto ya no había vuelta atrás. Adquirieron software para realizar efectos especiales, y de manera natural, la historia adquiría nuevas aristas. Pese a haber invertido mucho dinero, ninguno tenía afán de generar riquezas. Habían decidido que, una vez terminado el primer corte, subirían el material a Internet y permitirían que todos los fans de Star Wars pudieran disfrutarla todas las veces que quisieran.

Osvaldo García, que tenía informantes por todas partes, como mynoks sobrevolando la capital, se enteró pronto acerca del proyecto, y comenzó a acumular rabia cuando supo que los realizadores eran ex militantes de su fans club. La relación con él se quebró en malos términos. Los muchachos habían acusado a García de tirano, y arrastraron con ellos a casi veinte miembros más. García, hábil y sibilino, esperó en silencio y con paciencia el estreno virtual de la película. Estaba seguro que los muchachos iban a cometer un error.

El descuido duraba treinta segundos. En la imagen, Darth Vader salía al encuentro de un joven aspirante a lord sith, y pronunciaba la frase «May the force be with you». El problema, además del uso sin consentimiento de toda la imaginería del universo Star Wars, era que esa locución había sido extraída directamente de una escena de The Empire Strikes Back, aquella que marca el primer encuentro en persona entre Vader y Skywalker. García hizo en secreto todas las gestiones necesarias para informar a Lucasfilm que en Chile se estaba haciendo usufructo de su propiedad intelectual. La primera noticia que recibieron los estudiantes de comunicación audiovisual fue un extenso correo electrónico de la firma de abogados que representaba a la compañía de George Lucas. Estaba redactado en inglés, y explicitaba los motivos de la demanda y los alcances de esta. El dinero que la compañía exigía en recompensa por la infracción era aterrador. Los muchachos no entendían qué había ocurrido. La masificación de Internet había incidido en la creación de muchas películas amateurs e independientes de fanáticos. Lucasfilm ni siquiera se molestaba en acusar recibo de la existencia de dichas películas. No importaban, eran minucias frente a las inmensas producciones que la compañía había realizado. Los muchachos acordaron manejar con el máximo hermetismo la situación. Temían que afectara el proceso de titulación. Pero sus esfuerzos fueron vanos. La noticia apareció en varios medios, incluida la televisión. Fue el propio Osvaldo García quien hizo público el entuerto. En un noticiario nocturno lo entrevistaban en su casa. Él explicaba que se le había faltado el respeto a Lucas y a su obra. Que él había visto el mediometraje y que le pareció una basura, que desvirtuaba completamente el espíritu de La guerra de las galaxias. Eso, agregaba, podría no importar, pero su furia se había desatado cuando escuchó ese breve fragmento de audio con la voz de James Earl Jones. Ese agravio, ese descaro absoluto, afirmaba mientras las luces reflectaban en su rostro fofo, lampiño y brillante, no podía tolerarlo, y simplemente había cumplido con su deber moral como fanático de Star Wars. Los jóvenes realizadores consiguieron la asesoría de una ONG, y pronto las gestiones de los abogados hicieron que Lucasfilm retirara la demanda, con el compromiso de que los muchachos bajaran de Internet inmediatamente la película.

Sin embargo, el daño estaba hecho.

El instituto donde cursaban estudios anuló sus matrículas, y les impidió titularse. Argumentaba que la mala publicidad les había afectado mucho. La rabia que los jóvenes cineastas sentían les carcomía sus corazones, explicaron más tarde. Sabían que los motivos de García no solo tenían que ver con su lealtad hacia George Lucas, sino algo más bajo y retorcido.

Decidieron vengarse. Y diseñaron un plan que suponían perfecto. Un martes lluvioso y en secreto, llegaron a la casa de Paola Hurtado en la comuna de Cerrillos.

Hay que matar al guatón culeado, dijo Pato Martínez, el líder de los jóvenes realizadores que habían sido boicoteados por Osvaldo García. Yo tuve el privilegio de asistir a ese cónclave secreto que tuvo lugar en casa de Paola, y donde también fueron convocados los máximos líderes de los clubes de fanáticos, no oficiales, de La guerra de las galaxias en Chile. Habían llegado desde todas las regiones del país. Allí estaban, sentados en el living de esa vieja casa, los representantes de Yoda Llo-Lleo; Imperio Galáctico Punta Arenas; Amigos de Boba Fett; Rebeldes Galácticos de Concepción; La Cantina de Mos Eisley (tal vez el fan club con los miembros más viejos, y también los más borrachos); Bib Fortuna Rancagua; entre muchos más. Al centro estaban sentados Pato Martínez y sus dos amigos; cerca suyo, Paola y Marcos Tapia, quién tras las palabras de Pato se quedó mirándolo en silencio por algunos segundos.

Cómo matarlo, huevón, preguntó Marcos.

Matarlo, respondió Pato. Sacarnos de encima a este conchadesumadre de una vez por todas. ¿Estás hueveando?, preguntó el presidente de Imperio Galáctico Punta Arenas. No, compadre, respondió Pato Martínez. Hemos pensado mucho cómo hacerlo, y ya hemos resuelto la forma para que nadie cargue con el crimen. Va a parecer un asalto con violencia. Eso van a pensar los pacos y los tiras. En ese momento se puso de pie la representante de Amigos de Boba Fett, una chica morena y de baja estatura. Nosotros no estamos disponibles para este tipo de cosas, dijo, y antes de que pudiera irse, Marcos la retuvo afirmando su brazo. No perdemos nada con escuchar la propuesta de Patricio, dijo. Todos aquí saben que somos personas serias. Todos amamos La guerra de las galaxias más que a cualquier otra cosa o persona. Y Osvaldo García desvirtúa nuestra pasión. Para él, esto se trata de acumular poder y pisotear al resto.

No se olviden tampoco de los niños y adolescentes que recluta, intervino Paola.

Eso es solo un rumor, respondió la representante de Amigos de Boba Fett.

Por favor, replicó Paola Hurtado. Por favor, compañeros.

Es hora de hacer las cosas bien, mierda, dijo Marcos levantando la voz y fijando la mirada en la muchacha que pretendía retirarse. La chica volvió a tomar asiento y guardó silencio. El resto de los presentes bajó la mirada, y Marcos le dio la palabra a Pato Martínez, quien comenzó a explicar paso a paso cómo había que asesinar a Osvaldo García.

El plan se llevaría a cabo en el Gran Encuentro de Fans Club Star Wars, versión 2000. Durante seis meses los distintos líderes de los fans club no oficiales de La guerra de las galaxias se habían confabulado para derrocar al Emperador Osvaldo García y despojarlo de su poder casi ilimitado causándole la muerte. Era la única forma de arrancarlo del mapa, afirmaban Pato Martínez, y Marcos Tapia, y Paola Hurtado, y el resto de los asistentes al conciliábulo del que yo había sido parte. Durante ese tiempo me entrené duramente con Emilio Pérez para alcanzar un alto nivel en el arte de la espada láser. Otros miembros se dedicaron a preparar las espadas que, bajo el tubo de PVC, tendrían escondida una hoja de metal, afilada y lista para atravesar el enorme vientre de Osvaldo García. Porque el plan consistía en matar a García poco después de una representación de duelo de espadas, el punto débil del Emperador. No había ninguna otra actividad que apasionara más a Osvaldo García que las peleas de sable láser. Siempre encontraba tiempo, durante las muchas actividades que tenía a cargo en los encuentros de fanáticos, para arrancarse y disfrutar de las coreografías que los jedi y sith chilenos desplegaban para los cientos de adictos a la trilogía de Lucas. Era de las pocas veces que una sonrisa auténtica se esbozaba en su rostro. Parecía como si experimentara placer con cada movimiento, con cada mano apretando firme la empuñadura, con cada salto y por sobre todo, con cada choque de hojas plásticas queriendo asemejarse a la luz. Ese era el momento perfecto para pillar desprevenido a García. El plan consistía en representar un duelo ficticio, con la participación de la mayor cantidad de contendores posibles. Una vez terminada la batalla, que sería la última actividad del día, los luchadores tendríamos que escondernos en los baños y en otros lugares de la Estación Mapocho. García siempre se quedaba un par de horas después del cierre, y tenía la costumbre de llevar hasta su camioneta las piezas más valiosas de su colección que exhibía en el stand de su fans club, y que se llevaba a casa todos los días, por seguridad. Allí, en el solitario estacionamiento que queda en la parte trasera del recinto, junto al río Mapocho, lo rodearíamos, descubriríamos las hojas metálicas de nuestros sables y procederíamos a matarlo. También habíamos acordado robar parte de la colección y la camioneta, para que todos pensaran que se trataba de un asalto que terminó muy mal.

Dos horas antes de la exhibición, crucé junto a Marcos Tapia al bar Touring, que estaba frente a la Estación Mapocho. Nos sentamos junto a dos hombres en completo estado de ebriedad, que fumaban y se ponían de pie, a duras penas, para seleccionar rancheras en el Wurlitzer del rincón. Pedimos un par de chacareros, Marcos una cerveza y yo una caña de vino con frutilla. Marcos se notaba nervioso, y llevaba maquillaje para retocarse la cara teñida de negro. Comimos en silencio, hasta que le pregunté si todo lo que habíamos planeado le parecía correcto. Marcos siguió masticando, y luego levantó la mirada. Ya no nos podemos echar para atrás, me respondió. No sé dónde estamos llegando, huevón, le dije. Esta huevá es mi vida, me respondió Marcos. Qué cosa, le pregunté. Esto, huevón, el Fan Solo, La guerra de las galaxias, los encuentros de fanáticos, todo esto, por la chucha.

Me quedé en silencio, pensando en el signi cado de las palabras de Marcos.

Tengo un hijo que no veo nunca, continuó diciéndome. Y no lo veo no por culpa de la mamá, sino porque a mi cabro le da vergüenza su padre. Tú eres muy chico todavía, pero cuando estés en edad de ser papá, o tengas la suerte de convertirte en uno, comprenderás a qué me refiero. Sus compañeros del colegio le hacen la vida imposible por culpa mía. Le pegan porque su papá se disfraza y tiene, a los cuarenta y cinco años, una colección de juguetes de Star Wars. Pero yo no puedo renunciar a lo que soy. Yo soy esto, compadre, yo creo en la fuerza. Yo creo que existen jedi, y que en un futuro próximo los jedi serán una religión. Y si soy esto, compadre, si soy esta huevá, entonces tengo que ser el mejor. Osvaldo García me ha arrebatado toda mi puta vida la posibilidad de ser el huevón más importante relacionado a La guerra de las galaxias en este país, y yo ya no puedo aguantar más esta mierda.

Lo miré y vi sus ojos húmedos y rojos. Le dije que cruzáramos cuanto antes, porque no podíamos descuidar nada.

Marcos y yo esperamos en silencio, ambos de pie en uno de los cubículos del baño subterráneo de la Estación Mapocho. La pintura negra se ha transformado en una extraña máscara mucosa que le da un aspecto extraterrestre a su rostro. Mira la hora y me dice que ha llegado el momento. Quitamos la cobertura de PVC; nuestros sables de metal quedan al descubierto. Marcos pasa el dedo por el filo, y aparece una delgada línea de sangre. Salimos del baño y caminamos agazapados, atentos al movimiento del lugar. Nos escabullimos prontamente hacia el exterior. La figura de Osvaldo García y dos de sus seguidores se iluminan apenas con el alumbrado del parque junto al río. Allí está el estacionamiento. Entre arbustos y matorrales, con la estructura de la Estación Mapocho como único testigo. Avanzamos a paso rápido, decididos a realizar nuestra hazaña por el equilibrio de la fuerza. Nadie más ha aparecido. Eso me dice en un murmullo Marcos Tapia. Estos maricones arrugaron, compadre. Pero nosotros vamos a hacer justicia, nosotros vamos a matar al chancho culeado, huevón. Comprendo que ya no hay vuelta atrás. Que tal vez, mientras comíamos y tomábamos en el Touring, podría haber convencido a Marcos de salirnos de esto. Pero ahora no. Osvaldo, grita a viva voz Marcos. El Emperador gira hacia nosotros y sus ojillos de cerdo parecen transparentes. Los jóvenes rubios que lo custodian tampoco parecen inmutarse por nuestra presencia. Marcos toma la delantera, llevando su sable en alto. Osvaldo comienza a reírse. Marcos, furibundo y cada vez más cerca suyo, le dice ahora te ríes, guatón maraco. Osvaldo García se lleva un par de dedos a los labios y emite un fuerte chiflido. Marcos se gira para observarme y en ese instante emergen todos los jedi y sith que se habían confabulado junto a nosotros. Hay muchos miembros del Fan Solo. Entre ellos, Emilio Pérez ataviado con su impecable vestimenta de Darth Maul, girando su sable doble de metal con agilidad. Qué cresta están haciendo, pregunta a gritos Marcos Tapia. Ahora solo existe el Fans Club Oficial Star Wars Chile, responde Osvaldo García. Eso consiguió tu mierda de revolución, conchadetumadre. La voz suave e infantil de García me produce terror. Entre los traidores, emerge Pato Martínez, que lanza la cabeza de Paola Hurtado a los pies de Marcos. Perdone compadre, le dice Pato.

Antes del duelo final hay un segundo donde el tiempo se congela, y lo único que soy capaz de observar es la figura deforme de Osvaldo García. Pérez, Martínez y tres sujetos más se van contra Marcos, quien blande su sable como puede. Otro grupo viene hacia mí. Las espadas cortan y atraviesan el cuerpo de Marcos Tapia. Antes de que lleguen a mí, pongo el sable en posición horizontal y lo lanzo con todas mis fuerzas hacia García. La hoja de metal se introduce en su pecho, y el cuerpo rechoncho de Osvaldo García cae de rodillas. Lo último que observo es su mueca deforme, y sus diminutos ojos de puerco sin vida.

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