Anthony Bourdain: los fantasmas del cocinero estrella

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El trabajo de Anthony Bourdain asomaba como el mejor de todos: comer, viajar, beber y relatar cada una de esas experiencias. Pero para llegar hasta ahí, se enfrentó a un pasado tormentoso y a un acelerado estilo de vida que precipitaron su adiós.


Días antes de haber sido encontrado muerto en el hotel Le Chambard en Kaysersberg, Francia, el pasado viernes 8, el chef francés Eric Ripert dijo a Gladys Bourdain, la madre del hombre de Sin reservas y Parts unknown, que "Tony ha estado con un ánimo medio oscuro estos últimos días". Nadie lo vio venir.

"Lo tenía todo. Éxito más allá de lo que podría imaginar. Más dinero del que imaginaba ganar", comentó su madre a The New York Times al día siguiente de su suicidio. "Él era la última persona en el mundo en quien creería que haría algo como esto", concluyó en el mismo medio.

Pero Bourdain no siempre lo tuvo todo, pese a que su imagen pública lo idealizaba bajo el rótulo del trabajo soñado, la actividad laboral más anhelada por millones y millones de personas a través del mundo: básicamente, que te paguen por comer y viajar.

Casi dos décadas antes, a sus 44 años y con una acumulación de deudas, publicó el libro Confesiones de un chef. La obra, pensada para otros cocineros, recorría todo lo que el comensal no ve cuando va a un restaurante, de manera directa, insidiosa y aguda, con una narrativa sin adornos: los alimentos que se reciclan, las excesivas horas extras que trabajan los cocineros, el uso de drogas y alcohol para aguantar el ritmo de una labor anclada en la noche. Fue un hit.

Básicamente, ahí despuntaba su amor por el bajo mundo, por lo que maquilla la oficialidad, por los que están del otro lado de las luces, por ese credo que siempre repetía a la hora de sentarse a la mesa: "El mejor plato del mundo, el plato perfecto, rara vez es el más caro o el más sofisticado". Con ello, también desplegaba una personalidad sensible, que iba más allá del histrionismo que lo transformaba frente a una cámara. El cocinero punk e insurrecto también tenía una doble cara.

Viajero, no turista

Con el libro en sus espaldas presentó su idea para un programa: "Viajo alrededor del mundo, como un montón de mierda y básicamente hago lo que se me dé la gana". Una "Cámara viajera", donde en vez de tener a Don Francisco pulcro con micrófono en mano, sería un "chico malo" que comía en lugares públicos y bebía alcohol. Así nació en 2002 A cook's tour. Luego vendría Sin reservas y The Layover, y finalmente Parts unknown en CNN. Recorrió cerca de 100 países y filmó cerca de 300 episodios, bajo el ritmo de viajar 250 días del año, grabando ochenta horas por capítulo. Y en apariencia no le molestaba: "Si tengo tiempo libre, comienzo a tener pensamientos negativos, dudo de mí", contó al periódico The Globe and Mail.

La receta de "un hombre, un lugar exótico y comida" tuvo éxito y en un par de años aparecieron los clones: Man v. Food, Bizarre foods, Somebody feed Phil, e incluso algunos nacionales, como Maravillas del mundo. La diferencia con estos programas es su acercamiento a los lugares. Bourdain no lo hacía como un turista, sino como un viajero. El periodista Corby Kummer, de The Atlantic, señalaba que su gracia era "ser profundamente moral y compasivo al respetar la humanidad de toda persona que genere o prepare comida".

En julio de 2006, Bourdain y su equipo viajaron a El Líbano. Lo que sería un retrato de la vida nocturna de Beirut terminó siendo un relato de guerra. A un día de llegar, estalló el conflicto entre Israel y Hezbollah. El chef se convirtió en reportero de guerra. Desde ese punto, el giro de la narrativa de Bourdain cambió del placer y la comida a las sociedades y su cultura. Luego, en 2011, vino el episodio de Haití, por el que ganó un Emmy donde sin voyerismo mostró cómo el terremoto de 2010 fracturó al país irremediablemente.

Esa narrativa honesta de Bourdain también daba luces de quién era. "Dentro de mí había un genio oscuro al que me costaba llamar enfermedad, que me arrastraba a la droga", contó en el episodio de Massachusetts de Parts unknown, en 2014, refiriéndose a su adicción a la heroína y la cocaína. En el capítulo de Buenos Aires, contó que solía sentirse aislado, que tenía problemas para comunicarse con las personas que le importan y como hasta asuntos insignificantes, como una mala hamburguesa, podrían gatillarle una depresión.

Bourdain trabajó algo único en el género y que se adaptó a la telerrealidad: la narrativa. Ávido lector de Hunter S. Thompson, Graham Greene y William Burroughs, no tuvo problema en usarlos como referentes para construir un una voz y un discurso propios, con pausas, divagaciones, anotaciones a sus propios pensamientos y humor que ahora no permiten imaginar otro tipo de programa de viajes. "Por mucho tiempo, Tony pensó que no lograría nada en su vida", contaba Dan Halpern, editor de Confesiones de un chef a The New Yorker. "No podía creer su suerte. Siempre parecía estar feliz de saber que él era Anthony Bourdain".

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