Madonna: la causa del yo

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El "impacto cultural de Madonna" tiene entrada propia como tal en Wikipedia. Nadie corrige ahí las menciones a su huella, sus ventas récord ni su condición de ícono. Pero, como a todo hito, lo distinguen características atadas a su época y a lo que en un determinado momento se consideró provocador.


Si ya existían para entonces, no eran palabras de circulación habitual: 'sororidad', 'representación', 'edadismo'. La carga simbólica en la amplificación global de Madonna tenía hace tres décadas los énfasis de su tiempo y la urgencia de otros debates.

Pasan los años y, vaya, hasta al atrevimiento de la mujer de "Express yourself" puede pedírsele cuenta desde nuevos estándares de creatividad y feminismo para los que su fama quizás quede en deuda. Madonna celebra seis décadas de vida entre aplausos asociados mucho más a sus (innegables) habilidades a beneficio propio que a su contribución a reivindicaciones colectivas. La más brillante empresaria del pop está hoy atenta a asuntos que la inspiran pero que ella no moviliza. Es elocuente que la ensayista Camille Paglia, otrora tan entusiasta frente a la cantante -"el futuro del feminismo" llegó a llamarla una de las primeras intelectuales en tomarse en serio su impacto-, le pida hoy "dejar de competir con chicas más jóvenes" a fuerza de extensiones rubias e inyecciones faciales, "y manejar Instagram como una adolescente en campaña por mantenerse relevante". En la esfera de la belleza y la frescura de la primera impresión, las mujeres mayores tenemos las de perder, recuerda Paglia en entrevista reciente en Brasil, y entonces la tarea es encontrar nuevos roles, lugares y objetivos de identidad, "y lo que ella debiese hacer es un poco de autocrítica".

No hay por qué fijar esa sola opinión como el diagnóstico definitivo sobre Madonna -es tal la relevancia de la cantante en la cultura popular, que los análisis deben ser diversos-, pero es cierto que se alza hoy en la música una expresión femenina de atrevimiento, poder de seducción y autonomía autoral de los que la estrella puede ser un referente pero en ningún caso influencia principal. Janelle Monáe, M.I.A., Kate Tempest o St. Vincent conjugan sexo, política y tecnología desde una agudeza de provocación más sofisticada, puesta al servicio de indignación colectiva o vanguardia estética, y no su promoción personal como figuras.

El "impacto cultural de Madonna" tiene entrada propia como tal en Wikipedia. Nadie corrige ahí las menciones a su huella, sus ventas récord ni su condición de ícono. Pero, como a todo hito, lo distinguen características atadas a su época y a lo que en un determinado momento se consideró provocador. Sería un error someter a una estratega pop como ella al puro simplismo de la tendencia, pero tampoco hay cómo valorarla a estas alturas en un sello creativo o musical identitario, cuyas pistas de relevancia estén en sus discos (secundarios en su proyección pública). Hace dos años, reconocida por Billboard como "Mujer del año", Madonna eligió hacer de sus minutos en el podio un momento para recordar el "sexismo flagrante, la misoginia, el bullying y el abuso implacable" que enfrentó durante su carrera. Se autodescribió allí también como una "mala feminista", por haber elegido abrazar con convicción y goce su sexualidad. Era novedoso escuchar como perjudicada a quien siempre hizo alarde de control -erótico, sentimental, profesional-, pero sobre todo poniéndose al margen de una reivindicación colectiva que nunca la condenó, lo que indica que no entiende bien de qué va el feminismo en su tercera ola o confirma que su causa prioritaria no ha sido otra que ella misma.

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