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Norman Fucking Rockwell!: si pierdes el camino, toma mi mano

Por Nuno Veloso

Elizabeth Grant se dio toda la vuelta. Norman fucking Rockwell! es el primer larga duración de Lana del Rey donde no aparece junto a una camioneta o un automóvil en portada. La road movie que partió en Born to die atravesó el imaginario norteamericano de los años sesenta y setenta con citas a Springsteen, Dylan, Cohen y Jim Morrison, evadiendo la carretera principal para enfrentarse con el lado oscuro, el mismo que hipnotizó a David Lynch. Hasta aquí, Lana construyó su propia mitología, y ahora se enfrenta a lo que viene. "Finalmente estoy cruzando el umbral que va del mundo común hasta la revelación de mi corazón. Sin dudas, aquello sacará a los muertos del mar y la oscuridad de las artes", suspiraba al comienzo de "Get free", el epílogo de su anterior Lust for life.

En este flamante Norman Fucking Rockwell!, Lana escapa de las ataduras de la tierra y aparece en pleno océano. Su mano, extendida, es arrojada hacia nosotros, como saltando a nuestra realidad en un gesto digno de una obra de Hipgnosis y Storm Thorgerson. "Si pierdes el camino, toma mi mano", dice en "Mariners apartment complex", un deleite que es cinerama clase Lana. Si en la antigua canción "Body Electric" Lana clamaba que Elvis era su padre y Marilyn su madre, ahora no teme tomar distancia de aquellos arquetipos: "No soy una vela en el viento", murmura, refiriéndose a la oda que Elton John dedicó a Norma Jeane y posteriormente adaptó ante la muerte de Lady Diana. "Venice Bitch", nace del folk que cultivó en su primera encarnación como May Jailer y muta a un trance psicodélico que casi quiebra la barrera de los 10 minutos. "Eres hermoso y yo estoy loca. Estamos hechos en América", confirma en éste, otro de los singles que hace casi un año atrás ya presagiaba una obra descomunal.

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En un mundo donde la civilización va rumbo al ocaso, Lana persigue el sol, alejándose cada vez más de Estados Unidos, aquella tierra condenada de la cual solo la bandera queda. Visto en retrospectiva, el mensaje de "nacido para morir", en realidad siempre fue una profecía sobre su país. ¿No lo creyeron en aquel entonces? Ahora tienen a Trump. La vida simple, maldito Norman Rockwell, se fue. Este es un testamento a la búsqueda del destino, ese que perseguía el recientemente fallecido Peter Fonda junto a Dennis Hopper y Jack Nicholson. No es menor que, posando junto a Lana en la carátula, esté el mismísimo nieto de Nicholson —Duke—, como símbolo de que dos generaciones han pasado ya, y el país va rumbo al Infierno. La preciosista "The greatest" es un lamento por un paraíso que no llegó, que recuerda el fantasma de Dennis Wilson y llora la muerte de la cultura. "Los Angeles está en llamas (…) y 'Life on Mars' es más que una canción", gime Lana. En "California", se da el lujo de responder a Joni Mitchell. "Recogeré tus Vogues y tus Rolling Stones", canta, como conversando con la canadiense y cruzando el espacio y el tiempo, haciendo eco de su canción del mismo nombre. Laurel Canyon y los CS&N, también, reciben su mención en la íntima "Bartender". Enlazando imágenes con los Beatles del White Album, declara: "La poesía en mí es tibia como un arma". 1968 fue el año antes del comienzo del Apocalipsis. Pregúntenle a Manson.

Aunque pase 24/7 hecha una Sylvia Plath, como dice en la sentida canción que cierra el disco, Lana no pierde la esperanza. Una frase tomada de la película The Shawshank Redemption inspira su título: "Hope is a dangerous thing for a woman like me to have -but I have it". En la película, el personaje de Morgan Freeman asegura que la esperanza es peligrosa, pues puede volver demente a una persona. Y está en lo cierto: Cuando Lana agarra "Doin' time" de Sublime y la hace suya, inyectándole una melancolía imprevista e identificándose con el fallecido Bradley, lo hace para recitar las líneas: "He venido a decirles que ella es definitivamente malvada (…) me gustaría dejar su cabeza bajo el agua". El espectacular video que le acompaña, y que rinde tributo al filme The Attack of the 50ft woman, termina por quitar el velo, clarificando que este es el soundtrack de Lana acabando con ella misma. Lana es Sublime y puede ser sublime. Elizabeth Grant ha pasado casi los últimos 10 años de su vida siendo Lana del Rey. Antes de ello fue May Jailer, Lizzie Grant y Lana del Ray. Ha sido una larga aventura en búsqueda de "The next best American record", y este es el resultado. "Con los setentas en espíritu y mentalidad de los noventa", finalmente ha llegado. Esto es lo más grande que ha hecho.

https://open.spotify.com/album/5XpEKORZ4y6OrCZSKsi46A?si=OXtBUJytSXScJut8ZPsRYg

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Lana del Rey: Instagram y codeína

Por Andrés Panes

¡Cómo cambia la percepción! Recuerdo que Fleetwood Mac en algún momento era casi una mala palabra, lo más abyecto que podía haber, un sinónimo de todo lo que estaba mal con el rocanrol. Después Fleetwood Mac era lo máximo y hasta aparecieron grupos, como las maravillosas Haim, que trataban de sonar lo más parecido posible a ellos (justamente reivindicados, por cierto).

Se trata de un fenómeno bastante común. Lo saben perfectamente en la meca del periodismo musical gringo, Pitchfork, donde se publicaron reseñas muy acordes a los tiempos que luego fueron borradas del sitio por no ceñirse a la moda posterior. Un buen ejemplo: el 9.5 que le dieron a un disco de Save Ferris, una banda conocida por su cover de Come On Eileen de Dexys Midnight Runners y perteneciente al revival noventero del ska, un fenómeno nada que ver con la estética indie abrazada por el sitio en su época más influyente.

Por esas burradas, Pitchfork no es necesariamente el lugar al que acudo en busca de sensatez, pero me parece que su elogiosa reseña de Norman Fucking Rockwell! contiene una verdad del porte de un buque: Lana del Rey es una de las figuras más importantes de la cantautoría estadounidense en la actualidad. Ya es momento de admitirlo y dejar de arquear la ceja. A estas alturas, cualquiera que siga hablando de ella con recelo está haciendo caso omiso de toda la evidencia a su disposición.

Comprendida como la obra de una legítima heredera de Dylan, toda la discografía de Lana del Rey cobra nuevos sentidos, nuevas dimensiones. Al hacer esa revisión, creo que es muy luego para darle la medalla de oro a su última entrega, demasiado reciente y, por ende, aún territorio por descubrir, pero, a cinco años de su salida, considero prudente subir a Ultraviolence al podio y declararlo un clásico moderno.

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El segundo disco de Elizabeth Woolridge Grant como Lana del Rey fue su prueba de la blancura después del boom que significó Born to Die. Varios sucumben a la presión tras un debut exitoso, pero no ella, estoica, con el coraje suficiente para no repetir la fórmula y abandonar varios de sus rasgos característicos en pos de un sonido vintage, rugoso y aún más narcótico, o sea, no tan directo como el que se esperaría de una cantante con tanto potencial masivo.

Ultraviolence es un vehículo para la oscuridad de Lana del Rey y sus historias sobre amores fatídicos y relaciones tormentosas. Nunca tan macabro como ella misma prometió, diciendo que sería "casi imposible de escuchar y que hará sentir a la gente como si estuviese haciendo algo incorrecto", el disco avanza como una película de la vieja guardia hollywoodense, salpicada de romance, tragedia y glamour.

Aunque tiene la asesoría de Dan Auerbach de los Black Keys y citas a las Crystals, la modernidad que encarna Lana del Rey saca sus canciones de la categoría de pastiche para instalarlas en el presente. Aparte del trap, pocas cosas suenan tan parecidas a la codeína, acaso la droga más influyente en la música hecha durante esta década, como Ultraviolence. La euforia y la relajación que induce al unísono están perfectamente sintetizadas en la épica "Money, Power, Glory".

Mientras los medios y millones de usuarios de redes sociales perdían el tiempo pendientes del grosor de sus labios, riéndose de ella por bailar mal en Saturday Night Live o buscándole la quinta pata al gato a cada frase suya en entrevistas diseñadas para hacerla quedar mal, una de las mejores artistas de esta generación desarrollaba una impronta y un personaje que serán materia obligatoria en el estudio de la época en la que vivimos. Ultraviolence, con sus reiteradas alusiones a la inestabilidad mental, me parece un fiel reflejo de la década que se va, la era de Instagram, esa red llena de sonrisas que ocultan derrumbes detrás de su perfección.

https://open.spotify.com/album/1ORxRsK3MrSLvh7VQTF01F?si=BQpMiSa1QtaXKwD499OSVQ

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