Columna de Matías Rivas: La ventana por dentro

Civeta aparecida en india durante la pandemia.

Despierto temprano, incómodo. Me levanto y voy a la cocina, preparo café. Aún con el sueño pegado a la mente voy al escritorio y abro la ventana. Necesito que entre aire fresco y sentir la luz para calibrar el día. Esa ventana, la que tengo al estirar mi mano, se ha convertido en el contacto más frecuente con afuera. Estoy en un segundo piso, tengo casi encima las ramas de un árbol; unos metros más allá, la pared que linda con la casa del lado, y abajo, el jardín de mis vecinos. Las hojas que observo están medio rojas, algo amarillas. Han perdido la fuerza del verde. Caen a medida que se secan.

Al lado de esta ventana está la pantalla del computador. Frente a ella me siento horas de horas. Mi computador se ha vuelto un espacio de comunicación con los otros indispensable. Además de escribir y leer, ver videos y películas, hago reuniones y clases por Zoom, una práctica habitual en medio del confinamiento. Ya empieza a emanar una estética de estas experiencias. Los interiores de las casas se vuelven escenografías al estar todos encerrados. Develan la intimidad de quien habla o lo que desea mostrar del lugar donde vive. Muchos decoran para la ocasión lo que se ve a sus espaldas con intenciones que van desde mostrar cierta elegancia, hasta exhibirse relajados, jóvenes y casuales. La mala señal, los problemas técnicos, el sonido de escaso nivel, las interferencias, han dejado de considerarse errores. Están asumidas, son un signo de esta época. Seguramente quedarán impregnados en la música y en el cine que se hagan sobre este período extraño. La costumbre de juntarse de forma virtual se ha instalado. No es una opción, es lo que va quedando si queremos estar con los otros. Por supuesto que es insatisfactorio, que la falta de la presencia física pesa, duele. En especial cuando se trata de establecer conexiones amorosas. Mis hijos adolescentes -sin ir más lejos- me dicen que su generación quedará marcada por esta pandemia.

Escucho a mis vecinos hablar con sus nietos. Les aseguran que están tranquilos, cuidándose. En sus voces se notan las ganas por transmitir una tranquilidad que no poseen, pero que anhelan. Son mayores, saben que hay preocupación de su familia por ellos, lo agradecen y, a la vez, no quieren incomodar. Sienten miedo, aunque prefieren disimular esa sensación. Los percibo callados. Dejaron de cocinar con entusiasmo y nunca más salieron. Ni siquiera los he divisado en los metros de pasto que suelen regar.

El frío de las tardes entra por la ventana. A las cuatro cae una sombra que se va con la oscuridad. Unas cuadras más allá alguien ocupa una sierra. Lleva dos semanas haciendo ruido. A veces martillea. Debe estar arreglando o construyendo un mueble complejo. Noto su destreza. Es un tipo con oficio que detesto por el ruido que produce. Sospecho que él lo disfruta o al menos no le molesta. Hay algo de brusquedad en cómo ocupa sus máquinas. Lo hace con rabia. Pienso en cuántos seremos los afectados por sus afanes de constructor. Calculo que varios cientos. Corre riesgos de índole distinta el sujeto.

El vicio de consumir noticias se agudiza, es peligroso. Llegan por todos lados. Las contradicciones entre los especialistas son pavorosas. Los relatos de quienes han pasado por un infierno repletan los medios. La paranoia es tan desatada que ni se habla de ella. El lenguaje está siendo manoseado. Lo utilizan para generar miedo los políticos, los economistas y determinadas figuras de la televisión. Con distintas inflexiones, nos advierten que todo lo que imaginamos es poco respecto de lo que viene. En videos y entrevistas repiten una y otra vez la palabra “hambre”. La pronuncian sin piedad. La vinculan a la cesantía, a la muerte. Dejan sin aliento.

Decido revisar en YouTube mis preferencias. Las imágenes de animales salvajes en las ciudades me tienen fascinado. Reapareció en la India una “civeta”, un mamífero de aspecto raro, con colmillos fieros y el tamaño de un gato montés. Se creía extinto desde hace 30 años. La fotografiaron caminando por una calle de la ciudad de Meppayur. Los zoólogos consultados dicen que es probable que esté enferma, ya que andaba de forma inusual y de día, cuando en rigor esta especie es nocturna.

Días atrás circularon grabaciones de escenas de elefantes borrachos, pumas asolando calles, ciervos, cabras y vacas pastando en plazas, deambulando. Perciben que estamos encarcelados, que la atmósfera está más limpia y silenciosa. Nos temen menos. Sienten que estamos más asustados que ellos.

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